La democracia más abierta del planeta cayó en la tentación de escudriñar los correos de sus ciudadanos a riesgo de acabar catalogada una dictadura -tentada por la tecnología -para poner control a la libertad de expresión. El tema es planetario. Ocurrió hace miles de años y recrudece en este invernadero de la información al que Mc Luhan la llamó “aldea global”.
Hay una vieja discusión sobre si el mundo actual está viviendo lo que el “maestro” George Orwell describió en su celebre 1984, un control a cargo de la policía del pensamiento que convierte en escombros cualquier resquicio de libertad, o si el auge de los sistemas de comunicación son un complemento en el “duplipensar”; en el que aparentemente todos tienen acceso irrestricto a la información.
El ejecutivo de una compañía japonesa dedicada a vender sistemas integrales de comunicación me decía que el mundo está viviendo una implosión que deja cada vez menos espacio al desarrollo de la libertad.
Esa explicación razonable generó risas en una mesa en la que compartíamos con ejecutivos y técnicos de la compañía. No me encontraba allí por casualidad. El acceso a la información es casi irrestricto, pero puede ser devastador si los rasgos dictatoriales comienzan a meterse entre los hilos que penetran a través del ordenador.
El caso de Edward Snowden demuestra que la discusión es hipócrita; es como vender armas y oponerse a desarrollar mejores sistemas de seguridad. Los norteamericanos lo saben muy bien. Snowden viajaba a Cuba hizo una escala en Rusia y se perdió. No se puede apuntar a una persona por esta guerra distorsionada de apetitos voraces de control.