120.000 indígenas viven invisibilizados en Santa Cruz
Al menos 120.000 indígenas guaraníes, guarayos, ayoreos, chiquitanos y juracaré-mojeños viven invisibilizados en la periferie de Santa Cruz de la Sierra, desarraigados de sus tierras debido al hambre, la falta de empleo y las condiciones climáticas adversas en sus comunidades.
Las familias nativas habitan precarias viviendas construidas de barro, madera y calamina, en pequeños espacios situados en Virgen de Luján de la zona de Pampa de la Isla, el barrio Bolívar en Villa Primero de Mayo, el Plan Tres Mil y la zona norte de ciudad capital, en Vallecito I y II.
Habitantes citadinos son víctimas de la segregación y el olvido, que invisibilizan su presencia en la ciudad. A diario enfrentan discriminación, falta de acceso a empleos y servicios básicos. Muchos de ellos, especialmente jóvenes, limpian parabrisas o son albañiles, vendedores ambulantes, o mujeres y niños mendigos.
El titular de la Alianza de Pueblos Indígenas de Santa Cruz (Apisat), Marcelino Posiva, informó a este diario que ese número se deriva de un monitoreo y el Censo de Población y Vivienda 2012. “No tenemos representación política en los municipios y a ello se suma la falta de espacios de empleo en las instituciones públicas y privadas”, reclamó.
La coordinadora del Apoyo al Campesino Indígena del Oriente Boliviano (Apcob), Leny Rodríguez, explicó que el campo está expulsando a los indígenas hacia las zonas urbanas. “Vienen en busca de salud, educación, trabajo, aunque una minoría lo hace por curiosidad”.
La socióloga e investigadora Irene Roca dijo que Santa Cruz se ha constituido como una ciudad orientada hacia la modernidad, sin tomar en cuenta a la población indígena.
“La presencia indígena ha sido históricamente invisibilizada, como la mano de obra chiquitana en el servicio doméstico y las estancias. Otras veces, como en el caso de los ayoreos, los indígenas han sido estigmatizados como un problema social ajeno a la ciudad, con un discurso que combina asistencialismo y etnocentrismo”, reflexionaba en junio en un encuentro con indígenas de la ciudad.
Para el viceministro de Autonomía Indígena Campesina Originaria, Gonzalo Vargas, que los indígenas hayan migrado a las ciudades no implica la pérdida de su calidad de pueblos indígenas. “En la ciudad no se pierden los derechos primarios colectivos, pero siguen ejerciendo sus derechos ciudadanos, con la particularidad de que tienen distinto modo de pensar”.
La socióloga e investigadora de pueblos indígenas Norma Casanova dijo a La Razón que en las ciudades capitales es complicado ser pobre y la situación se agrava cuando se es indígena. Recordó la existencia de una carta mundial por el derecho a la ciudad que establece que las urbes deben ser garantistas de los derechos y oportunidades para todos sus habitantes.
En criterio de Casanova, para un indígena es complicado entrar en la dinámica de la ciudad y el drama es mayor por la superficie amplia. Además de la carencia de servicios, los indígenas no pueden acceder a una escuela porque las clases no se dictan en su lengua nativa. La situación es similar en los hospitales, donde a veces se les impide la atención.
La socióloga Irene Roca, en un encuentro de indígenas, indicó que el fenómeno migratorio campo-ciudad, estacional y permanente, afecta cada vez más a los indígenas en el mundo.
Inversión social
Empleos
La Gobernación promoverá la creación de microempresas para generar fuentes de empleo para los pueblos indígenas de las zonas urbanas.
Dinero
Se ha dispuesto Bs 2,5 millones para la estrategia a favor del sector, según el secretario de Pueblos Indígenas, Ronald Gómez.
“Valemos menos que la basura”
“Para las autoridades, la basura tiene más valor que los pueblos indígenas que habitamos en la ciudad de Santa Cruz. A esa conclusión llegó Justa Cabrera, exsubalcaldesa del Distrito de Paurito, después que la Alcaldía se resistiera a trasladar la laguna de oxidación instalada en las inmediaciones de la comunidad nativa Jorori.
“Las autoridades ediles descartaron cualquier posibilidad de retirar la laguna de oxidación de Paurito y, al contrario, abrieron la posibilidad de trasladar al pueblo indígena guaraní asentado en la comunidad Jorori”, contó a La Razón.
Para la exdirigente de la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (CIDOB), vivir en la ciudad es muy complicado. “Hay un choque cultural porque venimos del chaco y las comunidades donde no hay sistema económico, ni racismo ni discriminación”.
A decir de Cabrera, para subsistir en las zonas urbanas hay que ser muy fuertes, para resistir a los embates de la tecnología, la política y el lujo.
“Es muy difícil, nunca terminamos de adaptarnos a la ciudad porque va creciendo de manera acelerada y sin control e invisibilizando a los pueblos indígenas”, comentó.