La lógica que hay detrás

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Es obvio que no hay derecho a matar. Es obvio que hay derecho al humor.

Es obvio que la libertad de expresión es uno de los derechos individuales y colectivos más preciados.

Es obvio que ni siquiera el sentimiento de haber recibido la peor ofensa puede desembocar en el asesinato.

Es obvio que no es momento de comparaciones, porque cada muerte es absoluta en sí misma y quien diseñe un ranking corre el riesgo de terminar justificando la matanza, como sucedió el 11 de septiembre de 2001 cuando unos pocos en el mundo creyeron que era de izquierda relativizar la gravedad del ataque a las Torres Gemelas.

Y es obvio que, aun en medio de la indignación y el dolor, sería bueno superar algunas otras obviedades. No las esenciales, que tienen que ver con la vida y la muerte, sino las que subyacen debajo de los análisis más simplotes.

Parece evidente, por los primeros resultados de las investigaciones policiales francesas, que no se trató de una venganza de musulmanes indignados con los dibujos de una revista sino de una acción planificada. Y una acción programada siempre tiene una lógica política a desentrañar.

Suena razonable pensar que los jefes del comando, porque los comandos suelen tener jefes, pudieron haber actuado según el viejo criterio de seleccionar un blanco que, una vez destruido, sirva para sembrar terror. Terror sobre todos. Terror en las calles de París y en el Metro de París. Más allá de la vigilancia, la redacción de Charlie Hebdo era un blanco fácil. No se trataba de un cuartel sino de una redacción. Además, pudieron haber pensado los jefes del comando, atacarlo con éxito generaría un enorme impacto nacional e internacional. Si ésa fue la lógica, el operativo logró enviar los mensajes que se proponía.

Mensaje número uno: de nuevo le puede tocar a cualquier país, inclusive a un país poderoso.

Mensaje número dos: la muerte por comandos le puede llegar a cualquier persona. No es preciso ser soldado.

Mensaje número tres: los comandos están en todos lados, en primer lugar entre los hijos de los inmigrantes miserables llegados de las ex colonias del Magreb.

Mensaje número cuatro: no usar suicidas supone un despliegue logístico mayor, porque los jefes deben considerar la retirada, el escondite y la fuga. Es una exhibición de poder.

La mayoría de las sociedades europeas no está preparada hoy políticamente para recibir estos ataques y prevenir agresiones futuras o repelerlas. Hay dos formas de razonar ante hechos como el de ayer. Una, la más sabia, es pensar que la organización de comandos requiere dinero, una red y audacia pero pocos hombres, y por lo tanto el asesinato en nombre del Corán no puede ser utilizado para responsabilizar a todos los musulmanes o a todos los inmigrantes y a sus hijos nacidos en Europa. Otra, para nada sabia pero en crecimiento, como lo muestra la expansión de la ultraderecha en Francia, el Reino Unido, Grecia o Dinamarca, es pensar que el Islam es genéricamente el enemigo a derrotar. Esta segunda forma les serviría a los jefes del comando para enriquecer su lógica de guerra y espiralizar la violencia.

Los asesinatos como el de Charlie Hebdo nunca tienen justificación moral ni humana pero sí contextos.

Un factor es la guerra sin fin en Medio Oriente.

Otro factor es la dilación en una salida para el problema palestino que, naturalmente, contemple el derecho de Israel a existir sin ser agredido.

Un tercero es la escalada de fenómenos como Estado Islámico, a su vez enfrentados por Washington, Londres y París, en este último caso con 1300 soldados y oficiales, quizás con el mismo resultado de la intervención en Irak, que puso fin a una dictadura y abrió otra caja de Pandora llena de dinamita.

El cuarto, como ocurrió con Al Qaida desde sus orígenes, es la dinámica que adquieren, una vez lanzados cuesta abajo, fuerzas que en un principio fueron alimentadas para combatir a otras. Al Qaida, para pelear contra los soviéticos. Fracciones de Estado Islámico entrenadas en Siria, para cumplir con proyectos sauditas de desestabilización en el área petrolera más caliente del planeta.

El quinto factor es el crecimiento del fundamentalismo teocrático y, en su interior, el aumento en la intensidad de los grupos violentos.

Puede imaginarse que un mundo menos desigual y con menos conflictos abiertos haría aún más injustificables, y por lo tanto más débiles, a las estructuras que preparan comandos de la muerte con alcance global. Esto también es obvio.

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