Trabajan 18 horas por día y apenas cobran un peso por cada prenda

0
371

La mayoría son bolivianos. Los talleres, donde también viven, no tienen ventilación ni medidas de seguridad mínimas.

Son agujeros negros donde se mezclan las peores miserias: trata de personas, trabajo infantil, inmigración clandestina, ninguna medida de seguridad, inmigración ilegal, venta en negro y el racismo más vil. El subdesarrollo en su peor expresión. La muerte de dos chicos trajo de nuevo a la agenda el espanto de los talleres textiles ilegales. Los vecinos y comerciantes los conocen y saben cómo funcionan, pero los jueces, los policías y los funcionarios no: los mafiosos que los manejan deben ser prodigiosos ilusionistas…

Si alguien pasa por delante de un taller y no está muy informado, difícilmente se dé cuenta. Pero los vecinos de ojo entrenado reconocen algunos detalles. Los mafiosos eligen propiedades grandes, viejas, en barrios periféricos donde el riesgo de una inspección es menor. A veces las alquilan o compran, otras son casas tomadas. Para disimular, les dejan el cartel de “En venta” o “Se alquila”, o arman andamios y tapias como si en el lugar hubiera una obra. Otros, más creativos en su cinismo, montan fachadas de falsos templos evangélicos. Las ventanas están enrejadas y las puertas suelen ser reforzadas.

Otro indicio es el permanente movimiento de vehículos, que cargan y descargan en la vereda. “Acá pasa una camioneta no menos de seis veces por día. A veces entran moldes de distintas prendas de vestir y rollos de tela, o se llevan fardos de ropa. No tienen timbre, y evitan el trato con los vecinos”, cuenta una vecina de Mataderos, que tiene un taller clandestino junto al lugar donde trabaja, y que por seguridad no quiso dar su nombre.

En Flores, el barrio con más talleres truchos de la Ciudad, es habitual ver los contenedores para la basura repletos de retazos de tela. Los vecinos se quejan de los ruidos molestos, porque las máquinas textiles trabajan a veces las 24 horas. También son habituales los cortes de luz, porque los mafiosos se cuelgan ilegalmente de la red.

Lo que por afuera son indicios, por adentro son pruebas angustiantes.“Tiran las paredes y arman grandes salones para poner 15 o 20 máquinas en fila. Dejan apenas un par de piecitas donde viven 15 o más personas, que tienen un solo baño y duermen en cuchetas o en colchones tirados en el piso. Las instalaciones eléctricas son muy precarias, no hay matafuegos ni ninguna medida de seguridad”, cuenta un integrante de la Justicia porteña, quien en algunas investigaciones contra la venta ilegal terminó topándose con talleres truchos.

“Viven familias enteras y hacen trabajar a los menores. A los más chicos los ponen a controlar que en las prendas no queden hilos sueltos, y los más grandes arman los paquetes y ordenan”, afirman Vicente Lourenzo, secretario de Prensa de CAME. Según esta entidad, los operarioscobran entre 1 y 10 pesos por hacer una remera, de acuerdo a la calidad. Trabajando 12 o más horas entre dos personas, pueden llegar a las 500 a 600 por día. Los jeans y las prendas más elaboradas tienen otros precios.

La enorme mayoría de los trabajadores esclavizados son bolivianos. Es un problema internacional en serio: en 2006 se incendió un taller Luis Viale 1269, Caballito, y murió una familia de bolivianos, tras lo cual la Ciudad salió a clausurar talleres. No sólo hubo una marcha de más de 2.000 costureros pidiendo que no los dejaran sin trabajo sino que hasta el cónsul boliviano de aquel entonces le manifestó su preocupación al Gobierno porteño. Parte del dinero que ganan los trabajadores de los talleres lo mandan a sus familias en Bolivia.

Y en el fondo, el olor a podrido del racismo. “Las condiciones las fijaban ellos, no yo. La mentalidad de los bolivianos es así, vienen al país, juntan plata dos años y ponen un taller. Por eso quieren vivir en el mismo lugar donde trabajan, así no gastan”, declaró en 2006 ante la justicia Juan Manuel Correa, uno de los que manejaba el taller de la calle Luis Viale.