¿Es el crecimiento insuficiente en AL?

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Tras poco más de una década de aceptable crecimiento, las economías latinoamericanas están entrando en una etapa de marcada ralentización. La bonanza sirvió para lograr avances significativos en materia social, pero el hecho de que no alcanzara para sacar a millones más de la pobreza ha llevado a que se afirme que el crecimiento no es suficiente y que, por lo tanto, se requiere de una acción estatal redistributiva más decidida. ¿Es este el caso?

Del 2003 al 2014 el crecimiento de América Latina (excluyendo las naciones angloparlantes) promedió 4,6% anual. No obstante, esta cifra oculta grandes disparidades en el desempeño individual de los países. Por un lado, Panamá (8,4%) y Perú (6%) fueron las economías que más crecieron durante este período. El Salvador (1,8%) y México (2,6%), las que menos. En líneas generales, en esta década la región se benefició de estabilidad macroeconómica -producto en gran parte de las vilipendiadas reformas de los noventa- y del alto precio de materias primas como petróleo, cobre y soja.

Cabe señalar que el efecto del crecimiento en los ingresos puede verse neutralizado si la población de un país aumenta a un ritmo similar o mayor al de la economía. En términos per cápita, Panamá (6,5%) y Uruguay (5%) son los países donde el ingreso promedio aumentó de manera más sostenida. Guatemala (1%) y México (1,3%) en donde menos. Esta distinción -que parece evidente- resulta muy relevante.

Un informe reciente del Banco Mundial (Los olvidados, 2015) documenta cómo el crecimiento de la última década tuvo un impacto sin paragón en los indicadores sociales de América Latina: la pobreza cayó en 16 puntos porcentuales del 2003 al 2012, de un 41,6% al 25,3%. Esto equivale a 70 millones de personas que escaparon de la miseria. De igual forma, la pobreza extrema se redujo por la mitad, de un 24,5% al 12,3%.

Aún así, el estudio indica que en la región hay 130 millones de pobres crónicos que se vieron poco beneficiados por la expansión económica. Esto demostraría que el crecimiento no es suficiente para erradicar la pobreza. Sin embargo, el argumento se sostiene sobre bases muy endebles.

En primer lugar, los autores admiten una verdad de Perogrullo: “los países con las tasas más altas de pobreza crónica fueron los que menos crecieron”, e identifican a Guatemala como uno de los más rezagados en la reducción de la miseria y a Panamá como una de las naciones con más avances. Es decir, no es que el crecimiento económico no alcanzó, sino que difícilmente un país logre una caída sustancial en su nivel de pobreza cuando crece a un ritmo tan anémico.

La otra observación del informe también resulta obvia: los ingresos de las familias en pobreza crónica tienden a ser inferiores a las de aquellas que salieron de la miseria, y si bien aumentaron durante los años de bonanza, no fue lo suficiente para sacarlas de la pobreza extrema. Esto, más que demostrar la insuficiencia del crecimiento económico, comprueba por qué este debe ser alto y sostenido por un período extendido de tiempo.

Es absurdo afirmar que el crecimiento económico se quedó corto en América Latina porque no erradicó la pobreza tras solo una década promediando 3,1% anual per cápita. En contraposición, durante casi 30 años, el equivalente de China fue del 9,1%. Como resultado, durante ese lapso, más de 600 millones de chinos han salido de la miseria, un fenómeno sin equivalente en la historia de la humanidad.

La expansión económica es el mejor programa antipobreza. Así lo determinó otro estudio del Banco Mundial (“El crecimiento todavía es bueno para los pobres”, 2013), que tras analizar la mejora en los ingresos del 40% más pobre de la población en 118 países en los últimos 40 años, encontró que más de tres cuartas partes se explicaba por el crecimiento económico -y el resto por programas redistributivos. Además, los autores descubrieron que por cada punto porcentual de crecimiento, los ingresos de los pobres aumentaban igualmente un punto porcentual. Es decir, entre más rápido se expanda la economía de un país, más crecerán los ingresos de los que menos tienen y más expedita será la reducción de la pobreza.

Ciertamente en toda sociedad siempre habrá un sector de la población que por diversas circunstancias es vulnerable y no puede sostenerse por sí mismo: huérfanos, ancianos, discapacitados, víctimas de desastres naturales. Para ellos, la asistencia, tanto estatal como de la sociedad civil, es necesaria y oportuna. Sin embargo, si en América Latina queremos avances más contundentes en la lucha contra la pobreza, necesitamos aspirar a algo más que a una década de mediano crecimiento económico.

Juan Carlos Hidalgo es analista de políticas públicas sobre América Latina en el Centro para la Libertad y Prosperidad Global del Cato Institute en Washington, DC. Twitter: @jchidalgo