Los límites del poder blando de China

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China viene haciendo esfuerzos importantes para aumentar su capacidad de influir en otros países sin recurrir a la fuerza o la coerción. En 2007, el entonces presidente Hu Jintao le dijo al Partido Comunista que el país necesitaba aumentar su poder blando; el presidente Xi Jinping repitió el mismo mensaje el año pasado. Ellos saben que, para un país como China, cuyo poder económico y militar creciente corre el riesgo de asustar a sus vecinos y llevarlos a formar coaliciones de contrapeso, una estrategia inteligente debe incluir esfuerzos para infundir menos temor. Pero sus ambiciones de poder blando todavía enfrentan obstáculos importantes.

Sin duda, los esfuerzos chinos han tenido cierto impacto. En tanto China recluta países para integrar su Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura y reparte miles de millones de dólares de ayuda durante las visitas estatales al exterior, algunos observadores temen que, cuando se habla de poder blando, China en realidad podría sacarles ventaja a países como Estados Unidos. El sinólogo norteamericano David Shambaugh, por ejemplo, estima que el país invierte aproximadamente 10.000 millones de dólares al año en “propaganda externa”. En comparación, Estados Unidos gastó apenas 666 millones de dólares en diplomacia pública el año pasado.

Sin embargo, los miles de millones de dólares que China está gastando en su ofensiva de encantamiento sólo han tenido un retorno limitado. Encuestas en Norteamérica, Europa, India y Japón demuestran que las opiniones sobre la influencia de China son predominantemente negativas. El país es visto con una mirada más positiva en América Latina y África, donde no tiene ninguna disputa territorial y donde las preocupaciones por los derechos humanos no siempre están en el tope de la agenda pública. Pero inclusive en muchos países en esas regiones, las prácticas chinas como importar mano de obra para proyectos de infraestructura no son populares.

Combinar el poder duro y el poder blando en una estrategia inteligente, al parecer, no es fácil. Un país obtiene su poder blando principalmente de tres recursos: su cultura (en lugares que la encuentran atractiva), sus valores políticos (cuando vive a su altura fronteras adentro y en el extranjero) y sus políticas exteriores (cuando son consideradas legítimas y con autoridad moral). China ha enfatizado sus fortalezas culturales y económicas, pero le ha prestado menos atención a los aspectos políticos que pueden minar sus esfuerzos.

Dos factores importantes limitan el poder blando de China, según los resultados de encuestas internacionales recientes. El primero es el nacionalismo. El Partido Comunista ha basado su legitimidad no sólo en una tasa alta de crecimiento económico, sino también en apelaciones al nacionalismo. Esto ha reducido el atractivo universal del “sueño chino” de Xi, a la vez que fomentó políticas en el Mar de la China Meridional y otras partes que generan antagonismo entre sus vecinos.

China, por ejemplo, amedrenta a las Filipinas por la posesión de islas en disputa en el Mar de la China Meridional y, así, el Instituto Confucio que China estableció en Manila para enseñar la cultura china es sólo una muestra de buena voluntad. (China abrió unos 500 institutos de este tipo en más de 100 países). Las consecuencias de la política exterior del país se pueden ver en las manifestaciones en contra de China el año pasado en Vietnam luego de la instalación de una plataforma de perforación petrolera china en aguas reclamadas por ambos países.

La otra limitación es la renuencia de parte de China a sacar plena ventaja de una sociedad civil sin censura. Como observó The Economist, el Partido Comunista chino no compró la idea de que el poder blando emana principalmente de los individuos, el sector privado y la sociedad civil. Por el contrario, se aferró a la noción de que el gobierno es la principal fuente de poder blando, al promover antiguos íconos culturales que a su entender podrían tener un atractivo global, utilizando a menudo herramientas de propaganda.

En el paisaje mediático de hoy, la información es abundante. Lo que escasea es la atención, que depende de la credibilidad -y la propaganda del gobierno rara vez es creíble-. A pesar de todos los esfuerzos de parte de China para posicionar a la agencia de noticias Xinhua y a China Central Televisión como competidores de CNN y la BBC, la audiencia internacional para una propaganda agresiva es prácticamente inexistente.

Estados Unidos, por el contrario, obtiene gran parte de su poder blando, no del gobierno, sino de la sociedad civil -desde universidades y fundaciones hasta Hollywood y la cultura popular-. China todavía no tiene industrias culturales globales en la dimensión de Hollywood o universidades capaces de competir con las de Estados Unidos. Aún más importante, carece de las muchas organizaciones no gubernamentales que generan gran parte del poder blando de Estados Unidos.

Además de generar buena voluntad y promover la imagen del país en el exterior, las fuentes no gubernamentales de poder blanco a veces pueden compensar las políticas impopulares del gobierno -como la invasión estadounidense a Irak- a través de su reacción crítica y sin censura. China, en cambio, ha sido testigo de cómo sus políticas gubernamentales minan sus éxitos en el terreno del poder blando.

Por cierto, las medidas duras a nivel nacional contra los activistas por los derechos humanos socavaron los triunfos en materia de poder blando de los Juegos Olímpicos de Beijing en 2008. Y los beneficios de la Expo Shanghái de 2009 se vieron rápidamente opacados por el encarcelamiento del premio Nobel de la Paz Liu Xiaobo y las pantallas de televisión de todo el mundo cuando transmitían escenas de una silla vacía en las ceremonias de Oslo. Los expertos en marketing llaman a esto “pisotear el propio mensaje”.

Los programas de ayuda de China suelen ser exitosos y constructivos. Su economía es fuerte y su cultura tradicional es ampliamente admirada. Pero si el país no materializa su enorme potencial de poder blando, tendrá que repensar sus políticas en casa y en el exterior, limitando los reclamos a sus vecinos y aprendiendo a aceptar las críticas a fin de dar rienda suelta a los talentos de su sociedad civil. Mientras China avive las llamas del nacionalismo y sujete firmemente las riendas del control partidario, su poder blando nunca dejará de ser limitado.

*Joseph S. Nye, ex subsecretario de Defensa y presidente del Consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos, es profesor de la Universidad de Harvard. Este artículo fue publicado en el portal de Project Syndicate el 10 de julio de 2015 y se encuentra disponible en el sitio web: http://www.project-syndicate.org/

 

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