Debatiendo la moralidad de Hiroshima

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Cada año en esta época -el aniversario del bombardeo de Hiroshima- el mundo hace una pausa; una pausa para lamentar los muertos antes que para plantear el debate moral del asunto: ¿…en qué medida se justificó el bombardeo y por extensión, en qué medida los Estados Unidos provocaron innecesariamente la carnicería de decenas de miles de personas el 6 de agosto de 1945?

El debate raramente se enfoca en un cuidadoso análisis de la moralidad de la guerra y más frecuentemente, se enmarca dentro de los puntos de vista de los Estados Unidos.

El debate raramente se refiere a Hiroshima o a la Segunda Guerra Mundial; es un debate acerca del carácter moral de los Estados Unidos. Ello no constituye un tema ilegítimo e Hiroshima podría constituirse en un útil punto de vista para iniciar el debate, aunque tal cosa no es posible mientras no consideremos los orígenes de Hiroshima que pueden ubicarse en la evolución de la guerra moderna.

LAS INNOVACIONES EN LA INDUSTRIA BÉLICA

La guerra se convirtió en negocio por una razón muy simple. La introducción de las armas de fuego, introdujo a su vez al campo de batalla, una tremenda fuerza y una debilidad aplastante. La fuerza era la habilidad de matar o de incapacitar al enemigo a distancias mucho mayores que el alcance de las armas anteriores y la debilidad era que sin un riguroso entrenamiento y talento por parte del soldado, las armas resultaron tremendamente inexactas. Un soldado bajo la presión del combate, cargando y efectivamente apuntando su arma -especialmente las que se lo hacía por el cañón- no era tarea fácil.

Para compensar la inexactitud de las armas de fuego, fuerzas más numerosas podían disparar al mismo tiempo, incrementando simultáneamente la probabilidad de infligir más bajas al enemigo, provocando que éste a su vez, utilizara varias filas de tropas -unas disparando y otras cargando- para mantener un fuego virtualmente continuo. La solución por la parte contraria, fue la de colocar más soldados para arrojar más fuego aún al enemigo y de esta manera, la inexactitud de un arma mortal requirió cada vez, ejércitos más numerosos.

Se requirió asimismo, incrementar la innovación en el armamento. Las armas de fuego evolucionaron desde aquellas que se cargaban por el cañón, hasta las que se lo hacía a través de un obturador; a continuación eran las que aceptaban clips con múltiples andanadas y finalmente, la ametralladora que para compensar su propia inexactitud en los disparos individuales, saturaba el horizonte con una lluvia de metralla. Se dice que en la Primera Guerra Mundial, se requirieron 10.000 balas para matar un solo soldado. No tengo idea de dónde viene este cálculo, pero se lo acepta como válido en esencia y dada la inexactitud de la mayoría de los rifleros, se necesitaron cantidades masivas de ellos y ciertamente que la ametralladora resultó mucho más efectiva que todos aquellos.

El enfoque que hizo la guerra menos eficiente, constituye el meollo de lo que condujo a Hiroshima. Los ejércitos crecieron en tamaño y tuvieron que ser equipados. Los rifles y las ametralladoras dejaron de ser labor de los armeros en razón a que tenían que ser producidas en fábricas de forma masiva, junto a otra gran gama de productos necesarios para respaldar ejércitos multimillonarios. Las fábricas se constituyeron en las facilitadoras de la guerra; eliminar a un soldado eliminaba un rifle; en cambio, destruir una fábrica eliminaba el poder de combate de un gran número de soldados; por consiguiente, la eliminación de las fábricas de producción masiva de medios bélicos, era la mejor forma de contrarrestar la necesidad de poseer enormes ejércitos con armamento ineficiente.

Las fábricas generalmente se ubicaban en las ciudades y a fin de que funcionen apropiadamente, debían tener eficientes medios de conexión con las otras fábricas manufactureras de precursores y consecuentemente, tendían a ubicarse también en ciudades vecinas con centros de transporte cercanos; asimismo, sus trabajadores requerían sistemas laborales y sociales con facilidades de vivienda, almacenes, colegios, etc.

El gran estratega militar Carl von Clausewitz, argumentaba que el elemento clave de la guerra, era atacar el centro de gravitación del enemigo para respaldar el conflicto. En la Primera Guerra Mundial, el ejército dejó de ser ese centro gravitacional para trasladarse a las fábricas y a los trabajadores que producían las máquinas de la guerra. La distinción entre el soldado y el ciudadano -crítica en cualquier moción moderna de moralidad militar- se disolvió. La habilidad para respaldar la guerra, desapareció cuando desaparecían las fábricas y en consideración a la necesaria localización de las fábricas en las ciudades, cualquier ataque a dichas fábricas, no sólo mataba a los trabajadores, sino también a sus hijos como a los hijos del lechero.

Esto era por definición, la guerra total; la única guerra que podía respaldarse en la era industrial.

 

A la finalización de la Segunda Guerra Mundial, no había forma de destruir a distancia las fábricas y las poblaciones claves; pero como en todas las cosas, el problema encontró su solución a mano. El aeroplano hizo su aparición en los campos de batalla europeos en la Primera Guerra Mundial; primero como aviones de observación y posteriormente como aviones de guerra destinados a derribar a los de observación y después, como bombarderos destinados a destruir los objetivos identificados por los aviones de reconocimiento.

 

LAS PLANTAS INDUSTRIALES COMO OBJETIVO

Geopolíticamente hablando, quedó claro que en la Primera Guerra Mundial, tenía que resolverse el problema fundamental de Europa en sentido de que otra guerra era inevitable y entre los que así pensaban, se encontraban los teóricos del poder aéreo, descollando Guilio Douhet, un italiano que convencido de la inevitabilidad de la guerra en la época, concluyó que la solución definitiva era la destrucción de la capacidad de respaldo del enemigo. Douhet, creía que esto se alcanzaría de mejor manera, a través del ataque aéreo masivo a las ciudades para su destrucción. Con el mismo punto de vista, se le unieron el norteamericano Billy Mitchell y el británico Hugh Trenchard y con Douhet, argumentaron que la clave de la guerra aérea, era la utilización de un gran número de bombarderos para aniquilar las ciudades, objetivo que obtendría dos cosas: destruiría la base industrial del enemigo y gatillaría la revuelta de la población contra el gobierno; empero, como ambas partes poseerían bombarderos masivos, la clave era lanzar ataques mayores a la capacidad de respuesta del enemigo, a través de fuerzas aéreas más grandes para la destrucción de la habilidad del enemigo de fabricar más aviones.

Los estrategas de la guerra aérea, se encontraban en parte motivados por las carnicerías que observaron en la guerra de trincheras. Douhet creía que el rol de la fuerza aérea era puramente ofensivo, requiriendo rápidos y destructivos ataques, primero contra la fuerza aérea opuesta y segundo, contra los centros civiles industriales y comerciales. Trenchard y Douhet, visionaron la fuerza aérea, como un invalorable poder estratégico y en el punto donde Trenchard difería con su contemporáneo italiano, era en la consideración de que las fuerzas de tierra seguían siendo importantes, sugiriendo ataques conjuntos por tierra y aire contra los aeropuertos del enemigo.

Los estrategas norteamericanos de entonces, incluyendo Mitchell y la Escuela Táctica de la Fuerza Aérea, visionaron a su vez, que el rol estratégico de los bombardeos, debía centrarse en la capacidad bélica del enemigo, antes que contra su moral como pensaban Douhet y algunos estrategas europeos. Mitchell se enfocó en los ataques a la industria, a las comunicaciones y al transporte, como objetivos reales del poder aéreo, considerando como un falso objetivo la presencia del ejército en el campo de batalla; Douhet implícitamente reconoció la debilidad de los aviones, como similar a la debilidad de los rifles: ambos eran extremadamente imprecisos.

En 1940 cuando los británicos comenzaron a lanzar ataques sobre Alemania, la imprecisión de sus bombarderos era tal, que la Inteligencia alemana no podía figurarse qué trataban de bombardear; ello derivó en que sólo funcionarían los bombardeos masivos y la destrucción de las ciudades.

Los alemanes utilizaron su poder dual en la Batalla de Britania. No tuvieron éxito con ninguno debido a la falta de armamento suficiente y a la existencia de una fuerza aérea diseñada para el respaldo táctico de sus fuerzas terrestres, antes que para el bombardeo estratégico, que era la denominación que entonces se daba al ataque a las ciudades. Los británicos por su parte, adoptaron el bombardeo aéreo nocturno, sin esconder que su meta era la destrucción de ciudades para suprimir su producción y para generar oposición política.

Los Estado Unidos asumieron un enfoque diferente: precisión en el bombardeo diurno. La Escuela Táctica de la Fuerza Aérea, buscó una mayor eficiencia en el bombardeo, mediante el descubrimiento e identificación de cuellos de botella en la cadena de abastecimiento del enemigo que siendo atacadas, reducirían el número total de bombarderos, hombres y bombas necesarias para alcanzar el mismo objetivo final que el bombardeo de grandes ciudades.  Los norteamericanos sentían que podían resolver el problema de la imprecisión y del ataque total a las ciudades, a través del uso de la tecnología. Desarrollaron el visor de bombardeo Norden que supuestamente podía lograr el lanzamiento de bombas de acero con gran precisión. Las bombas listas eran entregadas en los aviones bajo guardia armada y se ordenaba al bombardero destruir el objetivo aún a costa de ser derribado y pese a esta tecnología, los bombardeos norteamericanos, no eran mucho más precisos que los británicos efectuados al azar.

En la época de los ataques aéreos al Japón, no había la ilusión de una mayor precisión en los bombardeos. Curtis LeMay que comandó las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos en el Pacífico, adoptó la estrategia de los ataques nocturnos con bombas incendiarias; la noche del 9 de marzo de 1945, doscientos setenta y nueve aviones B-29, condujeron un ataque incendiario sobre Tokyo que destruyó más de 40 kilómetros cuadrados de la ciudad (15 millas cuadradas), matando un estimado de 100.000 personas.

El bombardeo de Tokyo, siguió la lógica de Douhet y asimismo lo fue la creación de la bomba atómica. El punto de vista de Douhet de que destruir las ciudades, era la clave para ganar las guerras, guió la estrategia Aliada contra Alemania y el Japón. La bomba atómica constituyó una nueva arma tecnológicamente hablando, pero en términos de doctrina militar, constituyó un simple y lógico paso hacia la destrucción de las ciudades. Sus efectos radioactivos fueron pobremente entendidos en su momento y aún así, la muerte por la aguda radiación incluyendo el hongo explosivo, provocaron en Hiroshima menos de 160.000 decesos.

El desarrollo de la bomba atómica, constituyó uno de los más grandes logros científicos de todos los tiempos, pero no era necesario para destruir ciudades, cosa que ya se estaba haciendo. La bomba atómica, fue simplemente el medio para conseguir ese objetivo utilizando solamente un avión y varios billones de dólares.

 

LA CONSECUENCIA DE HIROSHIMA

Los propios japoneses no estaban seguros de lo que pasó en Hiroshima. Muchos de sus líderes, desecharon las afirmaciones norteamericanas en sentido de que se había utilizado un nuevo tipo de bomba, pensando que se trataba de la mera continuación de la destrucción convencional de ciudades. Esa fue la razón por la que no generó decisión alguna de rendición; los japoneses estaban preparados para sufrir un número extraordinario de bajas. El bombardeo incendiario de Tokyo, tampoco condujo a ningún intento de rendición y el argumento fue que si Hiroshima constituyó un caso especial, no garantizó la rendición.

Investigaciones recientes de los archivos, muestran que los japoneses no planificaron su rendición y que si bien es cierto que nombraron observadores diplomáticos, muchas veces se olvida que el Japón atacó Pearl Harbor en el medio de sendas negociaciones y que en ese contexto, debe considerarse a dichos observadores.

Existen quienes creen que los japoneses se hubieran rendido sin el bombardeo a Hiroshima, pese a que no lo hicieron con el ataque a Tokyo. La guerra con submarinos y no solamente los bombardeos, mutilaron la industria japonesa y no obstante que eso aconteció por muchos meses, el caso de Okinawa con sus ataques kamikaze y con la resistencia civil hasta la muerte, fue un ejemplo de templanza. Usted y yo podemos saber qué aconteció a continuación, pero el Presidente Harry S. Truman no contaba con ese lujo.

Desde el punto de vista militar, hubo entonces dos tipos de defensa del bombardeo norteamericano. La primera asegura que considerando la lectura de los archivos posteriores a Hiroshima, nadie podía estar seguro de lo que harían los japoneses y más aún, ni siquiera los propios japoneses lo sabían. La segunda se refería a una doctrina de la realidad bélica que se habría estado desarrollando cientos de años antes y quienes las rechacen, están obligados a explicar cómo habrían actuado para manejarse con dos regímenes monstruosos como la Alemania Nazi y el Japón Imperial.

El enfoque sobre Hiroshima es moralmente justificable, únicamente en el contexto de condenar varias centurias de desarrollo militar y aunque así fuera, yo no veo cuál sería la diferencia; la lógica del mosquete se ajusta ineluctablemente a Hiroshima, pero la realidad desnuda fue la siguiente: en el transcurso del tiempo, la distinción entre lo militar y civil, se hizo insostenible; la guerra comenzó en las fábricas y terminó con los soldados en el frente; los soldados fueron la venas y las ciudades las arterias.

En nuestros tiempos, hay la tendencia de demandar que alguien haga algo sobre la maldad; existe una premeditada negación de la verdad y que hágase lo que se haga, se incurriría en acciones malignas.

La lección moral de Hiroshima, tiene dos componentes: primero, que la doctrina militar -como muchas otras cosas- es lógicamente despiadada y segundo, que en la confrontación c0n Alemania y el Japón, la pureza moral era imposible, excepción hecha del propio objetivo perseguido, es decir, la destrucción del mal.

En mi opinión, el Presidente Franklin D. Roosevelt entendía la lógica de la estrategia y la lógica de la moral; para él, las alternativas estaban estructuradas por la doctrina militar y por la naturaleza del mal que encaraba; Truman tuvo incluso menos alternativas.

Hiroshima constituyó un acto que emergió fluidamente de la historia y no podemos en retrospectiva, exigir que sabemos lo que los japoneses habrían hecho o no; sin embargo, pienso que si hubiera estado allí sabiendo lo que entonces se sabía e incluso sabiendo lo que se sabemos hoy, me hubiera encontrado atrapado en una lógica que finalmente se justificaba asimisma: el Japón se rindió y el Asia se salvó de una enorme maldad.

Devastación

Más de 70.000 personas Murieron en Hiroshima el rato que la bomba fue activada. Otras decenas de millares de personas murieron en las semanas siguientes.

Una gran parte de los sobrevivientes de la bomba quedaron con secuelas imborrables para el resto de sus días.

Las más frecuentes erupciones, tuberculosis y problemas de corazón.

Muchos sobrevivientes de la tragedia contrajeron leucemia.

Hay sobrevivientes que cuentan testimonios dramáticos. “Recuerdo a muchas personas tomando la lluvia radioactiva que se produjo después de la explosión, era agua oscura, sobreviví porque no tomé esa agua”, relata un sobreviviente.

 

(Traducción de cortesía de Pedro Basaure Forgues)