Putin, lecciones de judo en Siria

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Vladimir Putin es presidente de Rusia y cinturón negro de judo. Ambas cosas, en la misma proporción.  En noviembre de 2014, cuando recibió el octavo dan -su nuevo grado en esta disciplina de artes marciales- el mandatario dijo que el judo le enseñaba “autocontrol, la habilidad de sentir el momento, ver las fortalezas y debilidades del oponente y esforzarse por el mejor resultado”.

Practicante de judo desde los 11 años, Putin también está muy familiarizado con el principio de la “no resistencia” o la aceptación de las circunstancias para transformarlas en una ventaja. Casi un año después de ascender en el escalafón marcial, Putin pudo poner en práctica todo su aprendizaje de judoca en un combate sin contacto físico -pero con mayor intensidad- en el arranque de la 70 Asamblea General de la ONU, a la que llegó para poner punto final al aislamiento diplomático de Rusia de los últimos meses.

Aprovechando el momento

En las últimas semanas, Putin ha emprendido una campaña frenética para que Rusia regrese al estrado de las potencias mundiales. No es que hubiera dejado de serlo, sino que había caído en el aislamiento a raíz de la anexión de la península de Crimea y el apoyo a los movimientos separatistas en Ucrania.

El papel de Rusia en la crisis ucraniana trajo consecuencias internas y externas para Putin. Mientras el mandatario reforzaba entre sus seguidores su imagen de protector del poder ruso, los países occidentales aplicaron una serie de sanciones perjudiciales contra el país.

Este año, la economía de Rusia se contraerá un 3,4%, según el Fondo Monetario Internacional. Además, la inflación se ha disparado un 16% hasta el agosto pasado, detalla CNNMoney. Cada vez más marginado, Putin se ha topado con un escenario ideal para dar un golpe de autoridad que pasa forzosamente por Siria.

Desde el inicio de la guerra civil en el país en 2011, Rusia ha sido el soporte económico, armamentístico y diplomático del gobierno de Bashar Al Assad. Rusia ha rechazado en la ONU los intentos por emprender una campaña contra el gobierno sirio similar a la que terminó derrocando a Muammar Gadafi en Libia. La muerte del líder libio y el caos generado en el país tras la intervención occidental han sido el principal argumento de Putin para mantener su apoyo a Al Assad, aunque en términos reales su respaldo obedece más a la importancia de Siria como puente de entrada al Mediterráneo. Desde hace décadas, Rusia mantiene en el país una base militar en el puerto de Tartus.

La defensa rusa de Siria forzó a Estados Unidos y sus aliados a limitar su intervención a brindar apoyo logístico y de inteligencia a los movimientos rebeldes moderados, aunque el escenario se torció con la entrada en juego de un enemigo común: el Estado Islámico. El creciente poder de los extremistas islámicos en amplias zonas de Irak y Siria obligó a Washington y sus aliados a cambiar su estrategia para iniciar bombardeos contra el Estado Islámico

(Daesh) en ambos países -con la paradoja de que al hacerlo se está proporcionando ayuda indirecta a Al Assad, que mantiene su propia batalla contra ISIS.

Putin ha sabido medir este escenario complejo hasta decantarlo a su favor. Sin embargo, con un saldo de más de 200.000 muertos, la guerra en Siria no se habría convertido en su as bajo la manga si no fuera por una de sus más terribles consecuencias: la crisis de refugiados, que llegan en oleadas a Europa.

Debilidades y fortalezas del enemigo

El factor Estado Islámico ha modificado las prioridades de Estados Unidos. Luego de las líneas rojas fijadas por Obama y los fallidos intentos de campañas militares contra Al Assad, el presidente sirio parece haber pasado a un segundo plano en la lista de preocupaciones de Washington.

Sin embargo, los ataques aéreos contra ISIS no ha tenido el éxito esperado. Un año después del inicio de la estrategia contra el grupo, solo se le ha podido contener en algunas regiones de Siria e Irak, gracias a los combates en tierra de kurdos y rebeldes moderados apoyados por Washington. Sin embargo, ISIS se mantiene, exportándose como idea a otras regiones.

Poco antes de la escalada rusa, el estancamiento de la estrategia estadounidense parecía a punto de superarse con el apoyo de Turquía, que en julio decidió abrir a sus bases aéreas cerca de Siria e Irak para la coalición liderada por Estados Unidos.

Kadri  Gursel, columnista de Al-Monitor, señala que el fin último del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, no es luchar contra el Estado Islámico sino contener el poder creciente de los kurdos -única fuerza sólida que lucha en el terreno contra los extremistas islámicos- y precipitar la salida de Al Assad. Solo así se entiende el plan turco de imponer una zona de exclusión aérea en Siria: entre ISIS y Assad, solo uno de los dos tiene fuerza aérea. ¿Puedes adivinar quién?

Vladimir Putin supo detectar esta amenaza hacia su aliado. Así, la presencia militar de Rusia en Siria obliga a Turquía a replantear su idea de una zona de exclusión, a menos que desee aplicarla a la poderosa fuerza aérea rusa. El ejemplo más claro de la estrategia rusa es que este 30 de septiembre, cuando inició sus primeros bombardeos en Siria, pidió a la aviación aliada de EEUU evitar el espacio aéreo.

Por otra parte, Putin avizora una postura más flexible desde Europa. La guerra civil en Siria y la amenaza del Estado Islámico ha provocado una crisis de refugiados sin parangón desde la Segunda Guerra Mundial. Más de 477.000 personas han llegado al continente europeo de forma irregular desde enero. De esta cifra, el 54% son sirios que huyeron de la guerra, según la Agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR).

Más allá de los controles fronterizos, los líderes europeos entienden que la solución radica en poner fin a la guerra en Siria -algo que no puede conseguirse sin tener en cuenta a Rusia. En Alemania, la mano dura contra Rusia ha comenzado a mostrar fisuras. El 27 de septiembre, el jefe de gabinete de Angela Merkel, Peter Altmaier, tuvo que contradecir las declaraciones del vicecanciller Sigmar Gabriel, quien días antes pidió levantar las sanciones contra Moscú, con el fin de destrabar la crisis siria.

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Con el panorama actual, la escalada en Siria parece ser una jugada redonda para Putin. La llegada de equipo militar y tropas le permite tener mayor control sobre el desenlace de la guerra en Siria, ya sea con o sin la permanencia de Al Assad.

Para Putin, lo importante es revalidar su control sobre el territorio frente a poderes como el de Turquía, Israel y Arabia Saudí. En este sentido, el Pentágono señala que Rusia ha empezado a instalar una base aérea en la ciudad de Latakia. Además, como suele suceder cuando la defensa de los derechos humanos se cruza con los intereses políticos y económicos, Putin no desaprovecha la oportunidad de llamar a un frente común contra el Estados Islámico, y de paso criticar la estrategia estadounidense, como lo hizo en la ONU.

Aún es pronto para saber si la estrategia de Putin no resultará contraproducente, a medida que el país se vea más involucrado en otros conflictos que también se entrecruzan en Siria, como el de chiitas y sunitas. Sin embargo, por ahora, Putin parece haber ganado este round.