La protección que el gobierno de Turquía ha brindado en varias ocasiones a Daesh (el autodenominado Estado Islámico), así como los lazos que demuestran la existencia de colaboración en varios ámbitos militares y civiles, traen a la luz la necesidad de examinar la postura de Erdogan con respecto a la lucha que la comunidad internacional está llevando a cabo contra la organización yihadista. Los intentos de Turquía de evitar que las guerrillas kurdas aumenten su poder en la región han tenido un claro beneficiario: Daesh. Este artículo pretende explicar esta relación, poco comentada en los medios de comunicación pero extremadamente relevante para entender el avance de la organización terrorista en la región.
Se hablado mucho sobre la ayuda financiera y logística que Daesh está recibiendo por parte de determinados sectores cercanos al poder de Arabia Saudí -nunca desde el propio gobierno-, así como del papel que Estados Unidos ha tenido en la creación de la organización terrorista. Lo primero es algo tan lógico -si tenemos en cuenta que les une de manera muy estrecha la profesión de la rama mayoritaria del sunismo, el wahabismo- como obviado por sus aliados occidentales. Lo segundo parece que tampoco sorprende a nadie puesto que se entiende como una de las inevitables consecuencias de la irreflexiva intervención de Estados Unidos en Irak en 2003. Sin embargo, hemos oído muy poco con respecto a la infame ayuda que Turquía ha prestado a Daesh durante meses con la finalidad de perjudicar a los rebeldes kurdos que combaten el avance del grupo terrorista en la región.
¿Un miembro de la OTAN ayudando al enemigo público número uno de la comunidad internacional?
Aunque cueste creerlo, así es, y es algo reconocido por muchos de los actores envueltos en el conflicto en Siria e Irak. En un fantástico artículo, el antropólogo David Graeber denuncia que Turquía puede cortar fácilmente las líneas de abastecimiento de Daesh, pero sin embargo lleva meses sin hacerlo. Expliquemos qué ha posibilitado esta situación y por qué se ha resuelto en favor de Daesh.
Las fuerzas militares kurdas del YPG (Unidades de Protección Popular) en Siria y del PKK (Partidos de los Trabajadores del Kurdistán) en Irak y Turquía son las que más efectivas se han mostrado en la región combatiendo a Daesh. Pero lejos de encontrar apoyo en el gobierno turco, el territorio controlado por el YPG en Siria está sufriendo el embargo de Turquía y los bombardeos de la aviación turca. Desde el punto de vista de Erdogan, el éxito de los kurdos contra Daesh significaría un considerable aumento de su poder e influencia en la región. Y para el gobierno turco las prioridades están claras: evitar a toda costa que los kurdos aumenten su poder aún a costa de que Daesh extienda su control sobre la región. Por tanto, como ya habíamos comentado hace unos meses en United Explanations, la intervención de Turquía contra Daesh no es más que una excusa para atacar a las fuerzas kurdas en expansión.
En el mes de agosto, tras las victorias del YPG en Kobane y Gire Spi, las fuerzas kurdas se encontraban en una posición inmejorable para tomar Jarablus, una ciudad en manos de Daesh que hace frontera con Turquía. Este punto era uno de los enclaves desde el que la organización terrorista proveía a su capital, Al Raqa, de armamento, reclutas y materiales. Esta línea de abastecimiento pasaba directamente a través de Turquía. Los expertos en la región comentaban que, una vez caída Jarablus, Al Raqa iría detrás de ella automáticamente. En aquel momento, Erdogan hizo acto de presencia considerando Jarablus una “línea roja”: si las fuerzas kurdas atacaban esta ciudad, las fuerzas turcas intervendrían contra el YPG. Hasta el día de hoy, Jarablus continúa en poder de Daesh bajo protección militar turca.
¿Cómo le ha permitido la comunidad internacional este movimiento a Erdogan?
Principalmente alegando que aquellos que luchaban contra Daesh eran también terroristas. Como argumenta David Graeber, el PKK se vio envuelto en una guerra de guerrillas con Turquía en la década de los 90 que provocó su inclusión en las listas internacionales de organizaciones terroristas. Sin embargo, en los últimos diez años su estrategia ha cambiado completamente, renunciando al separatismo y adoptando una estricta política de no dañar a civiles. En 2014, el PKK fue responsable de salvar a miles de civiles yazidíes de las garras de Daesh y el YPG, de proteger a comunidades cristianas en Siria. Actualmente, intentan mantener conversaciones con el gobierno mientras que buscan tener voz por cauces democráticos a través del HDP (Partido Democrático de los Pueblos).
Al margen de las recientes acusaciones de Rusia sobre la compra de petróleo de Daesh por parte de empresas de personas cercanas a Erdogan, y que a falta de verificación debemos de tenerlas en cuenta pero con mucha precaución, son muchas las evidencias que relacionan a Turquía con Daesh, como podemos ver detalladas en este documento del Instituto para el Estudios de los Derechos Humanos de la Universidad de Columbia. Principalmente se han documentado contactos en lo que respecta a la provisión de equipamiento militar, transporte y asistencia logística, entrenamiento a combatientes de Daesh, cuidados médicos, ayuda financiera mediante el contrabando de petróleo en la frontera, ayuda para el reclutamiento de nuevos soldados para Daesh e incluso ayuda militar directa combatiendo codo con codo contra los kurdos.
Como resultado de este escenario, parece evidente que existe una estrecha relación entre Turquía y Daesh que debería ser analizada en profundidad. Si Turquía ha tenido en sus manos acabar con el autollamado “califato”, la ayuda que el gobierno de Erdogan ha prestado a la organización terrorista ha revertido negativamente en sus aliados europeos mediante ataques como los acontecidos en París. Sin embargo, no hemos oído a ningún líder occidental hacerse eco de estos hechos ni poner el grito en el cielo. Al fin y al cabo, la conveniencia política parece estar por encima de las vidas de los civiles que han caído por causa de Daesh, tanto en París como en Oriente Medio. Turquía es un aliado estratégico de las potencias occidentales pero, a la vez, su presidente es quien hace posible que Daesh continúe existiendo.
Esto nos debería hacer reflexionar cuando escuchamos a nuestros políticos repetir enérgicamente la necesidad de recortar libertades civiles con el fin de embarcarnos en una guerra total contra el terrorismo. Las acciones y omisiones de un gobierno en la arena internacional -a quién apoyas y a quién no, con qué países te relacionas, a quién vendes y a quién compras- tienen siempre consecuencias, pero raramente son previsibles en el mundo global en el que nos encontramos. Donde primero han de mirar los gobiernos occidentales para buscar culpables de la existencia de esta organización terroristas es a su ombligo. Esto no quiere decir que la culpa de las masacres de Daesh no sea suya. Quiere decir que si queremos ir a la raíz del problema y buscar una solución realista que no se limite a bombardear indiscriminadamente las ciudades donde los yihadistas se han hecho fuertes, hemos de empezar por hacer autocrítica y revisar con quién nos relacionamos y en qué términos. Y en muchos casos encontraremos que Occidente y sus aliados tienen muchas más vergüenzas que esconder de las que los líderes políticos están dispuestos a reconocer. Los hechos hablan por sí mismos y quienes los observamos seguimos esperando una contundente reacción de nuestros políticos.