Averno, un viaje a la bohemia nocturna de La Paz

0
816
Foto: Averno

Averno, la última pelicula del director de cine Marcos Loayza, es un lugar del imaginario de los habitantes andinos donde conviven vivos y muertos y donde todo encuentra su cara opuesta. Muchos han oído nombrarlo, pero muy pocos verlo. Tupah, un joven lustrabotas, debe hallarlo para rescatar a su tío Jacinto. Loayza da rienda suelta a la mitología andina en su séptimo largometraje. En su nuevo filme se libera creativamente y propone un viaje al Manqha Pacha, el submundo en la cosmovisión aimara, “pero que no es el infierno”, explica. La noche bohemia y misteriosa de la ciudad de La Paz, Bolivia, llevará el hilo conductor de esta aventura, que encontrará al protagonista con leyendas urbanas y los seres mitológicos andino-amazónicos que merodean las calles de la sede de Gobierno de este país andino.

Loayza, de amplia trayectoria en el cine boliviano, trabajó en la creación de Averno durante 10 años. En este, su séptimo largometraje, se metió de lleno en el estudio de la cosmovisión andina. Cuenta que pasó más de dos meses en la Biblioteca Nacional de la República Argentina, allá por 2007, revisando material bibliográfico. Además se nutrió del relato oral de especialistas en la materia, cuentos, leyendas y el Vocabulario de la Lengua Aymara (1612), del sacerdote jesuita Ludovico Bertonio, para tratar de encontrar el subconsciente de los andes. “Ha sido un trabajo de investigación y también de cariño. Fue como armar un rompecabezas. He tenido que llenar una cantidad de piezas vacías y después se han ido juntando”, explica el director.

Veintitrés años han pasado desde que Loayza hiciera su debut en la dirección con Cuestión de Fe, película con la que fue reconocido en festivales como los de Biarritz, La Habana y Cartagena, en Francia, Cuba y Colombia, respectivamente. Después del primer pase que realizó de Averno para invitados, se encontraba más relajado. No puede encajar a su filme en un solo género, pero eso no lo estresa. Lo considera en parte como una road movie -un género que ha acompañado a algunas de sus anteriores producciones-, pero con toques de aventura, terror y elementos barrocos. Dice que es un largometraje “más ambicioso, más trabajado”, respecto a sus producciones anteriores.

Loayza hace hincapié en las 36 nacionalidades indígenas reconocidas en Bolivia y cómo estas, a pesar de estar divididas en la parte andina y amazónica, tienen muchas coincidencias. Fue así que dio con las criaturas mitológicas que retrata en su filme. Personajes como el anchuanchu (una divinidad que habita en el subsuelo y las tinieblas), el kusillo (personaje mítico de apariencia bufonesca), o las kataris (serpientes en aimara, identificadas en el mundo andino con la luz) se juntan con la noche y la vida bohemia de La Paz.

El fallecido escritor paceño Víctor Hugo Viscarra, en su obra Borracho estaba, pero me acuerdo – Memorias de Víctor Hugo, recuerda a El Averno, el verdadero y mítico bar, así: “Es una de las cantinas con categoría, en sus buenos tiempos era una verdadera antesala del infierno, allí hubieron infinidad de asaltos, violaciones y peleas, atracos y uno que otro asesinato (…) Don Víctor, dueño de El Averno, se esmeró en decorar apropiadamente su local haciendo pintar en sus paredes escenas sacadas de la Divina Comedia“.

Un espejo distorsionado

Parte del reto y desafío de Loayza y su equipo fue recrear estos sitios que ya no existen, pero que se mantienen como leyendas urbanas en el imaginario colectivo. Uno de los aciertos del director es mantener este misticismo mágico gracias a una destacada dirección de arte y búsqueda de locaciones. “Se han recreado una cantidad de lugares a partir de cierta información que había en la literatura y en gran parte en la imaginación, para que quede esa incertidumbre, para que el espectador no sepa dónde se encuentra”, agrega Loayza.

La propuesta fantasiosa, según cuenta el realizador, también se nutre de obras cinematográficas como El mago de Oz y literarias como Alicia en el país de las maravillas. “Generalmente en todas mis películas yo ponía un espejo de la realidad al espectador para que se pueda reconocer. Este es un espejo totalmente distorsionado, que no te muestra la realidad, sino más bien los sueños del espectador o le invita a hacer eso”, afirma el director.

Con Averno, Loayza se aleja de lo que había hecho tradicionalmente en su filmografía. Eso le ha permitido sentirse “liberado”, sin temor a lo que pueda opinar la gente. “Tenía un cine muy contenido. He dado un giro porque he empezado a prodigarme, llevar todo hacia fuera sin mayores miedos”, añade el realizador paceño.

Loayza apostó por el estreno primero en Bolivia, antes de pensar en llevar su filme por eventos cinematográficos en el extranjero. Cree que antes los festivales necesitaban de los directores y las películas, ahora es al revés. Y eso “no le agrada del todo”. Prefiere que Averno pueda tener su propio público y que vaya a las citas que mejor le puedan convenir.

Averno, como muchas otras producciones de países que no tienen una industria cinematográfica consolidada, batalló con el tema presupuestario. Es un mal recurrente que continúa afectando a las producciones bolivianas, según Loayza. “Este no es un país para artistas. La idea es que la sociedad, el Estado -en todas sus instancias-, pueda valorar el arte y dejen de pensar que es un gasto. Cuando eso pueda cambiar, va a ser el paso más importante para la cultura y el cine nacional”, finaliza.