La economía global no está en crisis, pero sigue igual de vulnerable
El temor a una recesión inminente, que generó una gran turbulencia en los mercados financieros a finales de 2018 y principios de 2019, se ha calmado un poco.
Esa es la buena noticia. La mala noticia es todo lo que reveló ese episodio de temor.
Durante gran parte de 2018, la economía mundial parecía que por fin estaba saliendo del atolladero en el que se estancó durante una década tras la gran recesión y la crisis financiera global. Sin embargo, la era de persistentes crecimiento bajo, inflación baja y las bajas tasas de interés no ha terminado.
El Banco Central Europeo declaró el 24 de enero que el “ritmo de crecimiento a corto plazo probablemente sea más débil de lo previsto anteriormente” y el Banco de Japón decidió mantener sus políticas de estímulos ante posibles riesgos para su crecimiento. En Estados Unidos, la Reserva Federal celebrará una reunión los próximos días después de la cual es probable que decida mantener sin cambios la tasa de interés.
Entonces, a pesar de que la economía mundial dio algunas señales prometedoras de vitalidad durante gran parte del año pasado, los problemas que la han aquejado desde hace una década siguen allí; entre ellos, el envejecimiento de la mano de obra en muchas de las economías más importantes, un crecimiento muy bajo en la productividad y un exceso en la capacidad industrial y el ahorro global, además de una escasez de demanda en todo el mundo.
Estos factores vaticinan una época peligrosa: puesto que los índices de crecimiento son bajos, es más fácil que las economías caigan en recesión y, en vista de que las tasas de interés son bajas, los bancos centrales tendrían a su disposición menos herramientas sólidas para aminorar las consecuencias de una desaceleración.
“Esto demuestra que las fuerzas que han restringido a muchas economías son mucho más difíciles de combatir y más generalizadas de lo que muchos esperaban o creían”, explicó Roberto Perli, socio de la empresa de análisis financiero Cornerstone Macro. “Es una mala noticia para las perspectivas de salario de trabajadores en muchos países y para quienes esperan que se revierta la creciente tendencia de desigualdad, que se ha prolongado varios años”.
Hay que tener presente que los mercados colapsaron durante las últimas semanas de 2018 en gran parte debido al temor de que la Reserva Federal estadounidense aumentara las tasas de interés en una proporción mayor a la que la economía pudiera manejar (por ejemplo, si la tasa es más alta, la gente tiende a consumir menos y es menos propensa a gestionar créditos).
¿Qué nos dice que una tasa de interés de solo el 2,4 por ciento, el nivel al que se quedó la tasa estadounidense después de ese aumento decembrino, sea suficiente para dejar a la economía al borde del derrumbe?
Ahora que la economía mundial depende mucho de estímulos para lograr incluso un crecimiento pequeño, no hay mucho espacio de maniobra para amortiguar una reacción negativa a los cambios. En el caso de Estados Unidos, por ejemplo, hay mayor vulnerabilidad a la posibilidad de caer en recesión por varios factores, como el cierre de la administración pública -que terminó el 25 de enero y duró más de un mes- o las posibilidades de una guerra comercial como la que se ha estado gestando con China.
Adam Posen, presidente del Instituto Peterson de Economía Internacional, dijo que “si así lucen el crecimiento y la inversión cuando hay una política fiscal y monetaria relativamente laxas, en especial en Estados Unidos, quiere decir que no hay ninguna solidez de fondo”.
“La situación podría ser mucho peor si la política se hace más restrictiva, sin que haya necesidad de eso”, añadió. “De cualquier forma, es preocupante pensar en cómo estaría la economía mundial si no hubiera respaldos macroeconómicos” de estímulos por tasas de interés bajas y déficits.
Existe el riesgo de que se genere un ciclo de retroalimentación negativa: el bajo crecimiento de la década pasada, que provocó el estancamiento de los ingresos, quizá haya contribuido a problemas políticos en naciones como el Reino Unido, Italia y Estados Unidos. Esos problemas, a su vez, pueden crear nuevos riesgos de un evento disruptivo de la economía, como sucedió en Washington con el reciente cierre de la administración.
La economía mundial no está en crisis; el que haya un crecimiento ligero es mejor que a no haya crecimiento o a estar en contracción.
No obstante, la clara lección de los meses recientes es que las fuerzas que han frenado la economía global desde hace once años no fueron temporales: no han desaparecido. En consecuencia, el mundo se encuentra en una posición particularmente vulnerable para afrontar una racha de mala suerte o una mala política.
Así que el bajo crecimiento global no fue solo una fase: es la nueva realidad que debemos asumir ante cada debate y pregunta macroeconómicos en el futuro próximo.