¿Quién protege a los pueblos indígenas de la pandemia?

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Foto: OPS

 

El pasado 13 de marzo en Iquitos, la ciudad amazónica más grande y poblada del Perú, un hombre de 52 años acudió a un centro de salud alertado por un cuadro de fiebre y problemas respiratorios. Se trataba de un trabajador del sector turismo que hace tan solo una semana acompañó a un grupo de viajeros extranjeros en su paseo por diferentes lugares de interés. Los turistas, en ese momento no presentaban síntomas de alguna enfermedad. El hombre volvió a su hogar, interactuó con su localidad e, incluso, asistió a una fiesta familiar, hasta que comenzaron los síntomas y acudió al médico. Tres días después, las muestras tomadas al trabajador confirmaron que tenía la enfermedad del coronavirus Covid-19.

La historia de este trabajador expone uno de los principales vectores de la pandemia en Perú: el turismo. Como ocurre con otros países de América Latina, esta actividad está estrechamente vinculada a la visita e intercambio con comunidades indígenas, que las convierte en un foco vulnerable al contagio.

Loreto, la región a la que pertenece Iquitos, concentra 31% de la población indígena amazónica. Aunque las autoridades no dieron detalles, el protocolo indica que, luego de conocerse el primer caso en Iquitos, se debe identificar con rapidez dos rutas: la que siguieron los turistas y la que tomó el trabajador. Solo así podrán tomar más muestras y reducir la expansión del coronavirus.

En el Perú actualmente existen 55 pueblos indígenas u originarios, 51 están en la Amazonía y cuatro en los Andes. Las primeras medidas preventivas impulsadas por el gobierno peruano estuvieron enfocadas en impulsar el lavado de manos frecuente, con una estrategia de comunicación principalmente en castellano y hacia un público urbano. Solo después, cuando se reportó a la primera persona con el Covid-19 en el país, se diseñaron mensajes similares en quechua y aymara, pero los lugares turísticos de Loreto y el Cusco, donde se encuentra Machu Picchu, continuaron recibiendo viajeros.

Si el pico de la epidemia ya representa un panorama de colapso para el sistema público de salud, las consecuencias en comunidades indígenas y para los pueblos que viven en aislamiento voluntario (los Isconahua, Mashco Piro, Murunahua, Nahua, Nanti) pueden ser aún más devastadoras. Por ejemplo, en 2018 en todo el Perú habían 16 camas de hospitalización por cada 10,000 habitantes, pero en Loreto habían solo 10. En los Andes, 50% de las comunidades no cuenta con establecimientos que presten servicios de salud y en el caso de las comunidades amazónicas menos de 10% tiene acceso a servicios de agua potable. Un artículo de OjoPúblico señaló recientemente que esta pandemia ha puesto a prueba al sistema de salud pública. Solo en Cusco hay ocho pueblos indígenas u originarios, que representan 27% de la población de esta región, pero la cuarta parte, por ejemplo, no tiene acceso a agua potable.

La pandemia también ha expuesto la irresponsabilidad y egoísmo de gobiernos, algunos sectores económicos y grupos de ciudadanos. Hace solo unos días, cuando el gobierno peruano ordenó que viajeros procedentes de países con muchos casos de coronavirus guardaran aislamiento de 14 días, varios turistas incumplieron la medida. Una de ellas llegó a decir, sin ningún remordimiento: “Creo que están exagerando. No deja de ser un poco peor que la gripe y de la gripe se muere gente todos los días. Si nos regresan pues vamos a dar muy malas referencias del Perú”.

Los epidemiólogos del mundo alertaban sobre una pandemia. Los modelos incluso mostraban focos potenciales. En un mundo en el que se realizan más de 100,000 vuelos al día no habría forma de contenerlo. Lo sabíamos, pero en América Latina se hizo poco para garantizar el acceso a servicios básicos elementales para los más pobres.

La respuesta de la mayoría de gobiernos latinoamericanos a la expansión del Covid-19 ha sido la declaración de cuarentenas, el impulso de una campaña sanitaria y el cierre de fronteras. Las dos primeras absolutamente necesarias para evitar la propagación del virus y que este alcance a sectores aún más vulnerables. Las segundas, son nuevamente medidas pensadas para zonas urbanas.

Tal vez funcione en nuestras fronteras “más formales”: aeropuertos y esos puestos de cemento y a veces de solo madera instalados sobre carreteras o ríos, como hitos de líneas dibujadas en algún mapa. Pero en las amplias fronteras de la Amazonía que Perú, Colombia, Ecuador, Bolivia y Brasil comparten, donde estos mismos gobiernos han sido incapaces de controlar el intercambio de insumos ilegales, el tránsito de personas continuará.

El miércoles 18 la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (” target=_blank>Aidesep), gremio que representa a las organizaciones de base indígena de todo el país, confirmó que la prueba realizada a uno de los líderes amazónicos dio positivo al coronavirus. Se trata del primer caso reportado en pueblos indígenas.

La pandemia visibiliza las deficiencias de nuestros Estados. Ojalá a futuro, nos ayude a entender que aún debemos hacer más, y que la atención de los pueblos indígenas debería estar en la primera línea de prioridad.

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Nelly Luna Amancio es periodista de investigación especializada en la cobertura de medio ambiente y poder. Es editora general y fundadora de Ojo-Publico.com.