La creciente desigualdad es funesta: la economía deberá luchar contra las secuelas del coronavirus

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Foto: Celag

La aparición de las vacunas ha mitigado los peores temores, pero una recuperación económica significativa permanece distante.

Casi un año después de una pandemia que ha devastado la economía mundial como nunca antes desde la Gran Depresión, el único camino claro para mejorar nuestra suerte es contener el virus.

Ahora que Estados Unidos padece la propagación más desenfrenada hasta ahora y mientras las principales naciones europeas vuelven a estar en cuarentena, las perspectivas de una recuperación mundial significativa no se esperan sino hasta mediados del próximo año y, para algunas economías, deberá pasar mucho más tiempo. El crecimiento sustancial del empleo podría tardar aún más.

La esperanza ha resurgido en las últimas semanas por tres posibles vacunas que alivian los temores de que la humanidad sufriera cierres intermitentes que podrían afectar la generación de riqueza durante años. Sin embargo, aún quedan obstáculos significativos antes de que las vacunas restablezcan cualquier apariencia de normalidad. Las vacunas requieren más pruebas y deben fabricarse en grandes cantidades. El mundo debe sortear las complejidades de la distribución de un medicamento que salva vidas en medio de una oleada de nacionalismos.

El concepto mismo de normalidad parece estar en entredicho. Incluso después de que el coronavirus pueda transformarse en algo familiar y manejable como la influenza, ¿la gente que se acostumbró a mantener su distancia de los demás volverá a los restaurantes, centros comerciales y lugares de entretenimiento? Ahora que la videoconferencia sustituye los viajes de negocios, ¿las empresas pagarán tanto como antes en aviones y hoteles?

El cálculo de las perspectivas de una recuperación económica vigorosa implica luchar con cuestiones de naturaleza humana. La Gran Depresión marcó a una generación que desarrolló una tendencia a la moderación y una aversión a los riesgos. Si la moderación continúa esta vez, tendría consecuencias económicas profundas y perdurables; el gasto de los consumidores suele constituir dos tercios de la actividad económica en países como Estados Unidos y el Reino Unido.

“Es posible que los dueños de las empresas sean más cuidadosos con la contratación de personal”, dijo Ben May, economista global de Oxford Economics en Londres. “Es posible que se conformen con las horas extras por un tiempo. Los hogares podrían comportarse con más cautela. Si ese es el caso, se corre el riesgo de sufrir problemas económicos en el futuro”.

Los daños a largo plazo, además de la reciente devastación económica, se sumarían a la desigualdad, que ha sido un rasgo central de las últimas décadas, ya que las personas con más educación, habilidades especializadas y acceso a los mercados bursátiles e inmobiliarios cosecharon los beneficios de la expansión, mientras que otras personas pasaron dificultades.

La pandemia ha agravado esa situación en el mundo; concentró su fuerza letal en los obreros, para quienes la interacción humana es una necesidad y afectó a las personas que trabajan en almacenes, mataderos e instalaciones médicas de primera línea. Los profesionistas que pueden trabajar desde casa han conservado su seguridad y sus ingresos.

Las industrias que se enfrentan a los mayores desafíos de la recuperación (las aerolíneas, los hoteles, los restaurantes y los comercios minoristas) son los principales empleadores de trabajadores menos calificados y, en especial, de las mujeres.

En un momento en el que las empresas se ven presionadas a diversificar su fuerza de trabajo, la probabilidad de que muchas personas sigan trabajando desde casa amenaza con impedir el ingreso y ascenso de mujeres y minorías. Romper con los rangos establecidos y alterar la cultura no es un proceso cuya implementación funcione mejor por Zoom.

Eso podría limitar el dinamismo económico. “La creciente desigualdad es funesta para las economías porque reduce el consumo”, explicó Ian Goldin, profesor de Globalización y Desarrollo de la Universidad de Oxford y autor de Terra Incognita: 100 Maps to Survive the Next 100 Years. “Una menor porción de tu economía es capaz de comprar tus bienes y servicios”, agregó.

La noción popular de que la economía mundial podría simplemente soportar un congelamiento para contener la pandemia y luego revivir, como si nada hubiera pasado, se ha puesto en duda de manera más directa. Se creía que la generosidad pública podría sustentar a los trabajadores y mantener vivos los negocios durante la corta y marcada recesión necesaria para sofocar el virus, para que luego se produjera una recuperación de la vida comercial.

Este tipo de pensamiento fue la base de los pronósticos de la llamada recuperación en forma de V: se suponía que tras el impactante colapso de las principales economías en la primera mitad del año vendría un resurgimiento igual de impactante.

Sin embargo, la economía mundial no tiene un interruptor de encendido y apagado. Después de una marcada mejoría a fines del verano, el aumento de los casos del virus acabó con el escenario esperanzador. Todo parece indicar que las tensiones de la catástrofe (desde negocios fallidos y un desempleo elevado hasta la interrupción de la educación) perdurarán, muy posiblemente, durante años.

Cuando el nuevo coronavirus comenzó a hacerse notar en China, a principios de este año, suscitó graves preocupaciones por una conmoción mundial. China era la segunda economía más grande del mundo y un voraz comprador de bienes y servicios, desde materias primas como la soya y el mineral de hierro hasta los últimos dispositivos de Apple. Sus fábricas producían aparatos electrónicos y ropa, suministros químicos y para la construcción, así como autopartes y electrodomésticos. Con seguridad, la afectación en China se extenderá hacia el exterior.

La amenaza se intensificó a medida que el virus se propagó a Europa, donde puso en pausa la vida comercial en el corazón industrial de Italia y luego se extendió a las fábricas de todo el continente. A medida que la pandemia asolaba Europa y luego América del Norte y del Sur, los gobiernos ordenaron el cierre de las empresas para detener el virus. El desmoronamiento económico resultó ser más intenso que la crisis financiera mundial experimentada hace una decena de años.

Los líderes mundiales recurrieron al manual de estrategias de ese episodio y liberaron billones de dólares de crédito a través de los bancos centrales y el gasto directo de los gobiernos. En la práctica, las naciones europeas nacionalizaron las nóminas para evitar los despidos. Estados Unidos otorgó prestaciones de desempleo. Todo esto alivió los temores de una serie de quiebras en cascada y una posible crisis financiera.

Después de encubrir inicialmente la epidemia, China se movilizó agresivamente para contenerla. Luego las fábricas reanudaron actividades y sus 1400 millones de habitantes reanudaron el gasto, convirtiendo al país en un raro motor de crecimiento en la economía mundial.

En Europa, la aparente contención del virus durante los meses de verano -junto con el levantamiento de las restricciones gubernamentales- hizo que la gente saliera del confinamiento para tomar vacaciones, salir a comer y generar un ambiente de optimismo que presagiaba una recuperación.

Entre julio y septiembre, la mayoría de las principales economías se expandieron de manera drástica. Estados Unidos creció más del 7 por ciento en comparación con el trimestre anterior y Alemania más del 8 por ciento. El Reino Unido creció casi un 16 por ciento y Francia un enorme 18 por ciento. Algunos consideraron estos resultados como una prueba de que las economías se recuperarían en cuanto el virus desapareciera.

Parecía que las condiciones eran propicias para un gasto fuerte. A diferencia de lo que ocurrió después de la crisis financiera mundial, cuando los hogares se enfrentaban a deudas agobiantes (en particular en Estados Unidos), en esta ocasión, muchos hogares de las grandes economías están inundados de dinero en efectivo, dado el régimen de ahorro impuesto por los cierres de emergencia.

“Hay mucho dinero acumulado”, afirmó Kjersti Haugland, economista jefa de DNB Markets, un banco de inversión en Oslo, Noruega. “En definitiva, este es un escenario para un rebote”.

A pesar de eso, pareciera que la exuberancia del verano incrementó la vulnerabilidad de la población. Los franceses abarrotaron los cafés y los británicos volvieron a los bares. Los estadounidenses desdeñaron el uso de los cubrebocas por considerarlos una supuesta afrenta a las libertades civiles. El virus comenzó a propagarse, lo que provocó una nueva ronda de cierres que acabaron con las esperanzas de que haya una recuperación este año.

La mayoría de los economistas dan por hecho que Europa registrará una contracción en el último trimestre del año. Oxford Economics pronostica que la economía británica se contraerá más de un 11 por ciento este año y que luchará para lograr una recuperación total antes de 2022. India forma parte de las principales economías de peor rendimiento; su economía se contrajo un 7,5 por ciento de julio a septiembre en comparación con el año anterior, según las cifras que el gobierno dio a conocer el 27 de noviembre.

La economía mundial se contraerá un 4,4 por ciento este año, según las previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI) en su última evaluación. El comercio mundial está en camino de caer hasta un 9 por ciento este año, según una evaluación de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo.

El año próximo, el FMI proyecta que la economía mundial crecerá un 5,2 por ciento, lo cual significa un crecimiento de tan solo el 0,6 por ciento más que en 2019. El desempleo se mantendría elevado. Los países pobres seguirían sufriendo la caída de las remesas enviadas por los trabajadores migrantes. La desnutrición aumentará.

En Estados Unidos, la derrota del presidente Trump ha generado optimismo de que, con el gobierno de Joseph Biden, ahora sí se librará un ataque sostenido y serio contra la pandemia. Pero la posibilidad de que el gobierno entrante se vea limitado por el control republicano del Senado -a la espera de un par de elecciones de segunda vuelta en Georgia- reduce la probabilidad de que el gobierno apruebe un paquete sólido de medidas de gasto para estimular la economía.

Las preguntas sobre el próximo año se centran en cuán pronto podrán llegar las vacunas al torrente sanguíneo de las masas. Hasta ahora, las tres posibles vacunas, de Pfizer, Moderna y AstraZeneca, hacen creíble el fin de la agonía. No obstante, la crisis económica se ha vuelto tan intensa que sus efectos podrían persistir.

Algunos argumentan que la pandemia debería impulsar nuevos modelos económicos que generen empleos a través de una transición a la energía verde y el reparto simultáneo de los beneficios de manera más equitativa.

Las estrategias de alivio de los bancos centrales han apuntalado tanto a las empresas sólidas como a las débiles. Muchas de las débiles eventualmente sucumbirán, especialmente a medida que se retire la ayuda, lo que costará puestos de trabajo. La pandemia ha acelerado un retroceso de la globalización que puede inspirar a las empresas multinacionales a fabricar más bienes en sus mercados nacionales, al tiempo que reduce los costos mediante la automatización, lo que limita el crecimiento del empleo y los salarios.

Los países pobres y en vías de desarrollo entraron en la pandemia con niveles alarmantes de deuda. La ayuda prometida de instituciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial ha resultado decepcionante. Los acreedores privados han evitado el alivio de la deuda.

Algunos sostienen que la pandemia debería impulsar nuevos modelos económicos que fomenten la creación de puestos de trabajo a través de la transición a las energías verdes, mientras se distribuyen los beneficios de manera más equitativa.

“En este momento, soy alérgico a la noción de volver, de regresar adonde estábamos”, dijo Goldin. “Hacer las cosas como siempre es lo que nos trajo adonde estamos”, concluyó.

 

Peter S. Goodman es corresponsal de economía europea con sede en Londres. Fue corresponsal económico nacional en Nueva York. También trabajó en The Washington Post como corresponsal en China y fue editor global en jefe del International Business Times. @petersgoodman

 

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