A propósito de la Declaración de los Derechos del Hombre, hablemos de desigualdad

Revista datos, editorial Pasado&Presente y El Confidencial
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la lucha por la desigualdad, libro, historia

En el marco de la Revolución francesa, un 26 de agosto de 1789, se aprueba la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que propugna la libertad e igualdad ante la ley. Es el fin de un régimen, el inicio de otro y una constante, la desigualdad.

Habrá quien crea que la desigualdad es una rémora del pasado, que el triunfo de las clases medias ha dado paso a un mundo más justo y equitativo y que, donde antes había una tajante distinción entre ricos y pobres, hoy hay una sociedad más igualitaria e interconectada. Quien así opine, probablemente vive en un mundo distinto al que habita la mayoría del planeta. La actual crisis ha devuelto a la realidad a quienes hace solo veinte años auguraban un futuro brillante a la economía mundial. El historiador, Gonzalo Pontón*, busca con su obra descifrar, a través del pasado, lo que hoy estamos viviendo, como señala en la introducción del ensayo ‘La lucha por la desigualdad: una historia del mundo occidental en el siglo XVIII’ (Pasado & Presente, 2016), “Lo que persigo con este libro es llegar a entender la naturaleza de la desigualdad actual, es decir, escribir ‘una genealogía del presente’ (Fontana), como hace cualquier historiador preocupado por su tiempo. Para ello, trato de averiguar cuándo, dónde, cómo y por qué se dieron los procesos materiales e intelectuales que llevaron a las sociedades occidentales a experimentar un salto cualitativo en los niveles de su desigualdad interna tan firme y poderosa que iba a mantenerse, cuando no a cobrar nuevas fuerzas, hasta nuestros propios días”.

Para acometer esta tarea Gonzalo Pontón se ha sumergido en el siglo XVIII, punto y final de un sistema político y social, el Antiguo Régimen; y punto de partida de otro, del que somos herederos directos. En esa centuria, especialmente en su último tercio, se fueron produciendo una serie de transformaciones que cambiaron para siempre el mundo; transformaciones que afectaron no sólo a la política, sino a todos los ámbitos de la sociedad. El resultado más visible y conocido fue la Revolución francesa, pero para entonces el espíritu reformista ya se había propagado por los nervios de la civilización occidental ¿Implicó este nuevo mundo una mejora en las condiciones de vida de sus habitantes? Parecería que la respuesta obligada es afirmativa; sin embargo, el editor barcelonés no se deja llevar por las apariencias y precisa que fue entonces cuando se estableció un nuevo paradigma en el que la desigualdad pervivió e incluso se incrementó.

¿Qué se aborda en la obra? Pues prácticamente todos los matices que encierra el siglo XVIII. En su primera parte (que lleva por título “Trama”) se exploran las cuestiones económicas, políticas y sociales, que constituyen las bases de lo que el autor denomina “equilibrio puntuado”. Entre ellas figuran, por ejemplo, los cambios en la propiedad agrícola; las transformaciones en los sectores productivos; el inicio de la Revolución Industrial; la intervención del Estado en la economía; el comercio local y global; las variaciones en la alimentación; la implantación de una nueva mentalidad de consumo; la aparición de nuevas élites políticas y económicas; el desarrollo de mecanismos de poder alternativos a los utilizados por el Estado absolutista; el incipiente movimiento contestatario contra el statu quo o los principales conflictos de la centuria.

La segunda parte, de menor extensión, se centra en los aspectos más culturales y teóricos del siglo XVIII: no olvidemos que aquella centuria se denominó el Siglo de las Luces, pues fue entonces cuando eclosionó la Ilustración. Como explica el autor con unas palabras que a muchos sorprenderán: “La segunda parte de este libro está dedicada al análisis del pensamiento político y económico promovido por el linaje que quería ‘evolucionar hacia una nueva especie’, para que le proporcionara cobertura intelectual en su lucha por la desigualdad. […] Estas élites económicas e intelectuales, que dispusieron de poder político y de un proyecto económico y social claro, tuvieron la visión, o el espejismo, de imaginar un mundo pletórico de riqueza en el que ellos —decían— iban a encarnar el papel de redentores de una humanidad indigente. En realidad, estaban conduciendo al mundo hacia una desigualdad brutal que ya no estaría basada tan solo en el reparto desigual de renta, porque a la plusvalía económica vital para el capitalismo iba a sumarse una conmoción emocional ante el paro forzoso que habría de traducirse en dramas individuales y en patologías sociales a la medida del impacto de los ciclos depresivos con que las crisis económicas recurrentes habían de golpear desde entonces a la mayor parte de la humanidad”.

Cada capítulo del libro disecciona las diferentes características del siglo XVIII, pero en todos predomina una misma finalidad: retratar la aparición de una nueva desigualdad impuesta por el cambio de modelo social. Éste es el eje discursivo sobre el que se construye el relato. Cada información, cada novedad, cada suceso narrado se integra en el complejo mosaico que trata de elaborar Gonzalo Pontón, dando prioridad al estudio de las causas y de las consecuencias, por encima de la mera exposición de acontecimientos. La obra huye de los lugares comunes para buscar qué hay detrás de las bondades de un siglo ensalzado por la mayoría de los especialistas. Su objetivo es transmitir al lector cómo, según el editor barcelonés (de cuyas tesis algunos discreparán), se mantuvieron y ampliaron las desigualdades en el Siglo de las Luces y cómo se vendió una realidad, amparada por políticos y élites, que escondía otra más dura y vergonzosa y que rara vez encontraremos en los libros de texto.

Entrevista al historiador

(Por El Confidencial de España, 2016)

Pontón ha esperado medio siglo de trabajo como editor, con más de dos mil títulos publicados a sus espaldas, para presentar ahora esta obra monumental sobre la gran transición del mundo occidental ocurrida en el siglo de las luces.

¿Por qué hemos tenido que esperar hasta ahora para descubrir su faceta de ensayista de larga distancia? “Yo he seguido”, razona el autor “la advertencia de Gaston Gallimard y no he escrito mientras ejercía como editor. Pero cuando mis socios de Planeta decidieron que debía jubilarme de Crítica al cumplir los 65 años, tuve que estar dos años alejado del mundo editorial por imposiciones contractuales.  Al encontrarme con esos dos años sabáticos, decidí ponerme a escribir. Luego, cuando fundé la nueva editorial Pasado & Presente en 2011, seguí escribiendo hasta terminar al fin el libro”.

Se atreve además en su estreno a demoler uno de los mitos aparentemente más firmes de nuestra cultura, aquel que presenta al siglo XVIII como el generador de nuestros mejores ideales civilizatorios y de progreso.

Dos siglos y medio con un relato sin fisuras sobre lo que llamamos Ilustración es sospechoso: Los manuales se han ido copiando unos de otros desde la primera narración standard sin que se haya producido una revisión analítica y crítica que solo se puede hacer acudiendo a las fuentes; es decir, a las propias obras, escritos y correspondencia de los autores europeos del siglo XVIII y en sus propias lenguas. Es lo que yo he hecho no para combatir a los ilustrados, que eran gentes de su tiempo y estaban comprometidos con él, sino para mostrar que el mito edificado durante el siglo XIX y continuado en el XX no responde a la realidad.

El corazón del libro es una de las dianas predilectas de la historiografía: los orígenes del capitalismo.  La escuela marxista, siguiendo a ‘El Capital’, explica la acumulación originaria como una expropiación forzosa de las condiciones de producción de la población ejemplificada en los enclosures ingleses o en la peripecia del señor Peel en el Nuevo Mundo. La escuela digamos liberal defiende por el contrario el auge de la innovación en libertad. Y una especie de tercera vía (Acemoglu y Robinson) señala a la forja de mejores instituciones. ¿Qué salva y qué critica de todas estas versiones?

Los inicios del capitalismo industrial, es decir, las manufacturas, son obra de una nueva clase social, la burguesía, que trata de desmontar las instituciones económicas, políticas y sociales del Antiguo Régimen para poder dirigirlas hacia lo que Adam Smith calificó como el único propósito y objetivo de la producción: el consumo. Ya no se tratará del consumo de lujo de eclesiásticos y aristócratas, sino del consumo de las clases medias, y se organizará la fuerza de trabajo que se ha reunido con la revolución agrícola y el desmantelamiento de los gremios en un proletariado cautivo para la producción más o menos en serie a partir de la división del trabajo y de la aplicación del vapor a las máquinas de hilar o del coque a la producción de hierro. El enorme salto en la desigualdad relativa que se crea con este modelo de producción para el consumo llegará hasta nuestros días y las clases subalternas solo podrán participar de él en unos pocos años anteriores a la primera guerra mundial y durante la “edad dorada” que sigue a la segunda guerra mundial y que se truncará, de nuevo, en 1973 con la crisis del petróleo.

La revolución industrial y el capitalismo nacen en Occidente y poco después Occidente, que a principios del XVIII no podía competir demográficamente con China y Oriente, domina el mundo. Y este es otro debate fundamental. ¿Por qué? ¿Cuál fue la peculiaridad competitiva crucial?

Se ha escrito mucho sobre esto. En síntesis, puedo decir que el mundo oriental no estaba interesado en seguir el modelo capitalista-industrial iniciado por Gran Bretaña. No querían supeditar su vida al consumo y eliminar de ella el tiempo para la educación, la cultura o el ocio. El fundamento del “progreso” europeo es el comercio y tiene su origen en la edad de oro de las Provincias Unidas en el siglo XVII, sustituidas más tarde por Gran Bretaña que crea las condiciones para vender sus productos a todo el mundo, directamente, indirectamente o por la fuerza de su armada, la mayor flota de guerra del mundo. Las guerras del opio en China, o las grandes mortandades de la India son consecuencia directa de los negocios británicos.

Pone el dedo en la llaga de la desigualdad: lo que ocurre en el siglo XVIII es que se plantan las semillas de una desigualdad occidental que ya no dejará de crecer hasta hoy. ¿Cuál es el fallo de sistema, el error en el genoma capitalista original que propicia la desigualdad?

No hay ningún error en el genoma capitalista original: la desigualdad es una condición sine qua non del capitalismo, tan constitutiva de él como lo pueda ser la función defecatoria en los organismos vivientes. Lo entendieron perfectamente los intelectuales del siglo XVIII: “El género humano no puede subsistir sin que haya una infinidad de hombres útiles que no posean absolutamente nada”, decía Voltaire. Y Adam Smith añadía que en una sociedad civilizada “los pobres proveen para ellos mismos y para el enorme lujo de sus superiores”.

Presta especial atención a los movimientos de resistencia a la nueva situación que inaugura la revolución francesa y a la que siguen toda la larga serie de revoluciones posteriores. En su libro, en la línea de Thompson, las explicas como el choque entre “una innovadora economía de mercado” y “la economía tradicional de la gente”. ¿La revolución sería así, de alguna forma, una respuesta reaccionaria a la más radical fuera progresista, el capitalismo?

No; en absoluto: La Revolución francesa está controlada en todo momento por la burguesía. Cuando los campesinos acomodados y los mercaderes y tenderos de las ciudades consigan su objetivo (acabar con el régimen señorial), frenarán la revolución y reaccionarán desmantelando el gobierno de la Montaña que quería ir más lejos en la búsqueda de la igualdad. Se redactará entonces la Constitución del año III que eleva a valores supremos la libertad y la propiedad y ya no se volverá a hablar de igualdad ni de fraternidad.

¿Cuál es el papel de España en la trama de acontecimientos del XVIII? Afirma que no fue precisamente protagonista…

España está “a 10.000 leguas de Europa”, como escribe Marchena. Es todavía un país feudal, dependiente de la tierra (y de la plata americana), sin mercado nacional, sin comercio y sin industria. No hay ninguna burguesía que pueda luchar contra el Antiguo Régimen; eso no sucederá hasta bien entrado el siglo XIX. Los intelectuales de ese tiempo son, en líneas generales, cavernícolas nacionalcatólicos.

La tesis más polémica de su libro dice que nuestra idolatrada Ilustración sirvió de justificación intelectual a un sistema manifiestamente desigual e injusto. ¿Cómo funcionó exactamente aquella “operación” y hasta qué punto fueron conscientes los ilustrados de lo que estaban haciendo?

Es un dato histórico que la cultura dominante en una época determinada es la cultura de la clase dominante. La burguesía en desarrollo confiaba en su riqueza para conseguir poder político, pero en la medida en que aún estaba excluida de la dirección del estado, tenía que dotarse de un marco identitario en el que cooptar a los miembros más proclives de los primeros estados y a la ‘intelligentsi’a en un proyecto común. Pero además de crear el marco, había que crear nuevas instituciones o colonizar las existentes para establecer un espacio de socialización, “una bolsa de valores burgueses” y un foro de intercambio de los viejos activos feudales por los nuevos del dinero: un acaparamiento de oportunidades y una opinión pública favorable a su proyecto. Para ello la burguesía necesitaba referentes doctrinales que sancionaran la transferencia del poder político sin que se alterara el orden natural de las cosas; es decir, necesitaba la complicidad de los intelectuales para que le dieran cobertura en su lucha por la desigualdad.

Tal vez un obrero industrial del XIX vivía en una sociedad más desigual que un campesino feudal del XIII pero los teóricos liberales defienden que, si bien es cierto que el capitalismo parece al principio el Salvaje Oeste, con el tiempo la historia demuestra que permite el surgimiento de clases medias prósperas como nunca han existido. Primero en Ocidente pero luego también en China, India o Brasil. ¿Hasta qué punto es peligroso que la desigualdad haya vuelto a crecer con la última crisis si el acceso a todos los elementos para una “vida buena” (sanidad, educación, consumo) siguen estando ampliamente generalizados?

Lo que usted cita, de algún modo, es la famosa curva de Kuznets, una ‘U’ invertida que se utilizó durante la guerra fría para explicar que al principio hay una enorme desigualdad en el capitalismo, pero que luego se modera y cae. En realidad, la historia económica ha mostrado que la famosa curva solo era una recta.  Que existan clases medias prósperas es una condición del capitalismo: sin ellas no habría consumo y el sistema se colapsaría. Hacen muy bien los liberales en defender eso. Pero ellos mismos están ahora profundamente preocupados por el brutal incremento de la desigualdad. La directora del FMI ya ha explicado que la desigualdad es un peligro para el capitalismo porque la gente está consumiendo menos y eso ha activado todas las alertas.

La victoria de Trump ha dado alas al discurso populista cada vez más extendido en el mundo que habla de la venganza de los perdedores de la globalización. Y sin embargo en realidad Clinton le ha aventajado en centenares de miles de votos… ¿Cuál es la fuerza real de esos “perdedores” y qué alteraciones futuras podrían provocar?

No puedo decir nada sobre el futuro, pero el triunfo de Trump en las elecciones americanas no me parece que vaya a cambiar en nada el despeñadero actual hacia la desigualdad más extrema en todo el mundo. El señor Trump es una hechura del capitalismo, como la señora Clinton o, antes, el señor Bush, y defenderá lo mejor que sepa y pueda a su clase. Ya lo dijo el multimillonario Warren Buffett: “Pues claro que existe la lucha de clases, lo que pasa es que la mía es la que va ganando”.

 

* Gonzalo Pontón (Barcelona, 1944) es licenciado en Historia Moderna y Contemporánea por la Universidad de Barcelona. Fundador de las editoriales Crítica (1976) y Pasado&Presente (2011), ha publicado unos dos mil títulos, a lo largo de más de cincuenta años.

Publicado en diciembre de 2016, actualizado el 26 de agosto de 2022.