Libros: Del buen soldado Švejk y pensamientos sobre literatura checa

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El inmediato pensamiento al nombrar República Checa y su literatura es la faz alargada y enfermiza de Franz Kafka. Milan Kundera, otro checo muy reconocido, dijo hace algunos años, que Kafka era eminentemente un autor alemán, aunque más por un asunto de idioma. Los checos han sufrido el azote del Imperio Austrohúngaro, el Nazi, y el de la Unión Soviética, todos antes de terminar el siglo. Como sucede con Polonia, fascinante país europeo lleno de arte, las tragedias parecen haber alimentado a los creadores y a la par de la abrumadora belleza de sus ciudades, o de la aventurada idea que tienen del cine, la literatura checa ha aportado algunas de las obras más cínicas vertidas al papel.

Jaroslav Hašek, escasamente conocido en nuestro medio, es visto a menudo como la contraparte lúdica de Kafka. Interpretación ligera, pues el mejor Kafka podía ser hilarante también y es sabido que Max Brod y él leían “El Proceso” en medio de carcajadas y que la Metamorfosis fue planeada de manera más bien satírica. Quizá el terror ante la inevitabilidad del ente gubernamental, del poder sin rostro, hace a primera vista la obra kafkiana tan lúgubre. Son tópicos parecidos los que aportan algunas de las líneas más ácidas a la obra más importante de Hašek, “Las aventuras del buen soldado Švejk”, masiva sátira que se prolongó hasta la muerte del autor por tuberculosis en 1923. Ha quedado inconclusa, y no sabremos nunca qué fue del terrible Švejk, estafador, comerciante de perros, combatiente en la Primera Guerra Mundial, el ideal del soldado, que obedece sin chistar y no se pregunta por lo que pasa alrededor, un hombre que gracias a un extremo pragmatismo, que mucha gente tilda de locura, y muchos más de estupidez (es oficialmente calificado de “idiota”), creará un caos tras las líneas, donde cohabita con una galería de personajes dignos del mejor Rabelais. Švejk era anárquico e incontrolable, sostuvo incontables peleas de bar, y se dice que escribió más de mil cuentos, además de sobrevivir de los trabajos más variados, como inventar genealogías animales para una revista de naturaleza, o articulista en periódicos anarquistas.

El horror está presente a lo largo de los cuatro libros de “Las aventuras…”, y en muchos casos es el ente de estado, envuelto en una guerra que no comprende pero que ha de seguir por el mero culto a la autoridad, esa fuerza que une a los hombres bajo banderas y los hace pensar que son distintos (un capítulo particularmente genial muestra cómo algunos combatientes checos odiaban a los húngaros, a pesar de que fundamentalmente eran víctimas ambos), una tendencia colectiva que en el pasado ha iniciado guerras, y que ha producido líderes peligrosos simplemente porque apuntaban el odio de la sociedad haciéndolo un símbolo patrio. Švejk miraría la política de nuestro tiempo, detrás de un mostrador, alcoholizado, apostando, con el honor que se merece la realidad, el de la mofa.