Narrativas de la pandemia

Por Jorge Carrión | La Vanguardia
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Cuarentena, pandemia, barbijo
Foto: Riki Blanco

Las narrativas sobre la pandemia nacieron en la ciudad china de Wuhan, la misma topografía donde el virus empezó a poner en jaque al siglo XXI. De todos los discursos que se iniciaron durante el cambio del 2019 al 2020 en los medios de comunicación y las redes sociales del gigante asiático, uno logró captar la atención de millones de lectores, no sólo locales sino también internacionales, tras ser publicado en inglés en la revista digital Caixin .

Fue el de la escritora Fang Fang, que el 25 de enero inauguró en la plataforma ­Weibo una bitácora del primer confinamiento de los muchos que iban a sucederse durante las semanas siguientes, como piezas de un dominó global.

Diario de Wuhan. Sesenta días desde una ciudad en cuarentena

Diario de Wuhan. Sesenta días desde una ciudad en cuarentena (Seix Barral / Columna), que concluye el 24 de marzo, es el primer gran documento literario sobre la Covid-19. Documento de civilización y –por supuesto– de barbarie. Aunque escriba ­sobre su vida cotidiana o sus vecinos, la autora sobre todo resume y contrasta información que le llega por WeChat o por internet.

La biología adquiere realidad a través de marañas de píxeles. En su primera entrada, Fang ya advierte de que “a veces la tecnología puede ser tan mala como un virus contagioso”. Aunque se refiere a la censura y al ciberacoso nacionalista que sufre en su propio país, la comparación se puede leer como una advertencia: la primera pandemia absolutamente global iba a darse en las dos dimensiones que conforman nuestra realidad.

Tanto en la de los cuerpos, los hospitales y las ciudades como en la de las pantallas, los memes, las noticias falsas. El negacionismo se activó desde el principio, con las ­autoridades locales de Wuhan enmascarando la gravedad de la crisis. Y desde entonces cada vez fue más insostenible científicamente y más radical entre los partidarios de las teorías de la conspiración, espoleado por líderes tóxicos como Trump o Bolsonaro. La pandemia no iba a ser sólo una emergencia clínica y funeraria y psiquiátrica, sino también una guerra cultural.

En la época en que todos producimos contenido, el virus es la criatura microscópica más representada de la historia

“Oímos que hoy cerraron Wuhan, nadie puede entrar o salir de la ciudad”, leemos en las primeras páginas de Los días de la fiebre (Temas de Hoy), del escritor colombiano Andrés Felipe Solano, residente en Corea del Sur: “Once millones de personas, nadie sabe por cuánto tiempo”.

El libro comienza con la noticia de que aterrizó en Seúl la mujer de 35 años proveniente de la ciudad china que trajo con ella el virus. Y termina, tres meses después, con el regreso a una cierta normalidad, gracias a la eficacia con que las autoridades gestionaron la crisis. Nadie podía imaginar entonces que, en septiembre del 2021, Corea del Sur batiría su propio récord de contagios, porque la vacunación habría sido mucho más lenta de lo deseable y de lo esperado. Pero en abril de 2019 la sensación era de éxito, mientras en España sufríamos colapso hospitalario.

Periodismo de urgencia

La mejor crónica escrita desde el interior de un hospital que leí en aquellos días febriles la firmó el poeta peruano Jaime Rodríguez Z., como paciente del 12 de Octubre de Madrid. Fue publicada por Vice el 29 de marzo y se titula El miedo en tiempos del coronavirus .

Retrata a la perfección el concepto que da título al primero de los tres capítulos de la serie Vitals (HBO), rodada por Fèlix Colomer en otro hospital, el de Sabadell, durante la misma emergencia sanitaria: Caos . Sin duda aquellas primeras semanas de estado de alarma estuvieron marcadas por la desorientación y la confusión, tanto en cada uno de nuestros cerebros como en las macroestructuras sociales y políticas. Los otros dos episodios se llaman Esperanza y Vida , que por suerte fue la ruta que siguieron la mayoría de los enfermos de Covid-19, entre ellos el propio Rodríguez Z.

La docuserie termina con una paella compartida por los protagonistas, que escenifica el regreso a los rituales sociales, a las cercanías sin medidas higiénicas, al simulacro de normalidad. También acaba así –casualmente– Cuando todo se derrumba (Libros del K.O.), la crónica de Agus Morales (con fotografías de Anna Surinyach): la pareja de periodistas comparte el arroz y las gambas con la pareja de enfermeros Noemí Picazo y Gerard Martínez, que hemos conocido en el libro.

Ambas obras concluyen con esa imagen positiva, con cierto optimismo, cuando la peor fase de la emergencia sanitaria ya había sido superada. Después de comerse la paella, de hecho, los personajes convocados por Colomer aplauden antes de los créditos finales.

Pero, como recuerda la documentalista sonora Isabel Cadenas Cañón en el episodio especial El eco de los aplausos de su podcast De eso no se habla , aquellos meses extraordinarios se inscribieron en unos años de recortes en los presupuestos de sanidad pública tanto en Catalunya como en la Comunidad de Madrid.

Nos lo explica en primera persona Clara, una médica de atención primaria que ha renunciado a su plaza porque, después del estado de emergencia, seguía sin las garantías y el apoyo necesarios para realizar correctamente su trabajo.

Narrativas confinadas

Pero los pacientes, los profesionales de la salud y los reporteros que los siguieron en su travesía por los territorios de la respiración artificial constituyen una minoría de las vidas y testimonios sobre la pandemia. La gran mayoría de los ciudadanos y, por tanto, de los escritores, artistas, dramaturgos o directores audiovisuales vivimos aquellos meses en el interior de nuestros hogares. De modo que es lógico que predominen las narrativas confinadas. Muchas de ellas, en la línea de Fang y Solano, llegaron a nosotros en forma de diarios.

Fue la opción genérica más frecuentada en las semanas más duras del año pasado. El encierro llevaba naturalmente a la introspección y a las retóricas íntimas. Pero la excepcionalidad del momento que estábamos viviendo ponía en tensión lo particular con lo universal, la experiencia concreta con las vivencias arquetípicas.

Esa dialéctica recorre el podcast del dramaturgo libanés-canadiense Wajdi Mouawad, que del 16 de marzo al 20 de abril de 2020 subió a la web del teatro nacional de La Colline de París; el Diario de la peste (Interzona), del escritor portugués Gonçalo M. Tavares, que antes de ser finalmente publicado en un volumen apareció por entregas en medios de comunicación de todo el mundo; o Lo que estábamos buscando (Anagrama), de Alessandro Baricco, una obra que no nació para el papel sino para internet (como Libro privato todavía se puede leer y escuchar en libroprivato.it).

Los tres proyectos comparten la voluntad de convertir el estricto presente en literatura buscando en la tragedia actual sus ecos míticos, nuestros terrores atávicos, el pánico al contagio, la silueta del monstruo omnipresente y al acecho. Porque la pandemia, como escribe Baricco, “antes de tocar los cuerpos de los individuos, toca el imaginario colectivo” y la figura mítica explota “con una potencia y una velocidad desconcertantes”.

Una vez llegamos al ecuador del 2020, los diarios personales y literarios se relajaron en Europa como lo hicieron nuestras vidas cotidianas. Se constata en los ensayos autobiográficos de los escritores españoles Marta Sanz (Parte de mí , Anagrama) y Antonio Muñoz Molina (Volver a dónde , Seix Barral).

Pese a sus orígenes antitéticos –Sanz compila sus publicaciones en Instagram y Muñoz Molina, que escribe a mano con pluma estilográfica, parte de anotaciones cotidianas para acabar firmando un libro de memorias–, ambos libros tienen otros llamativos puntos en común, además de haber sido escritos y vividos en Madrid durante y después de la cuarentena.

Los dos autores utilizan el presente pandémico para explorar la dimensión más emocional de sus recuerdos; hablan con calidez de parejas, familia o amigos; leen más que nunca; y coinciden en destacar la importancia de sus casas, sus plantas y sus animales de compañía. La gata Calabardina en el caso Sanz y, en el de Muñoz Molina, la perra Lolita.

Han sido meses de descubrimiento y reconocimiento, de vecindades necesarias, mucha retrospección y especies compañeras. Hemos buscado el sentido que la realidad nos escamoteaba en todo lo que teníamos a nuestro alcance. Todos los libros y proyectos que he citado dan testimonio de esa búsqueda más o menos desesperada.

Alternativas de la ficción

Los primeros capítulos de la serie Secretos de un matrimonio (HBO) comienzan con un actor o actriz llegando al rodaje con la cara cubierta con un máscara. Técnicos y camarógrafos también llevan mascarilla. Pero enseguida entramos en el ámbito de la ficción y los personajes, en ese otro mundo, van a cara descubierta. Ese recurso metanarrativo, que rinde homenaje a Bergman, señala una de las paradojas que han marcado la representación de la pandemia en las series de televisión.

Aunque las ambientadas en hospitales enseguida incluyeran al virus, la mayoría han situado la crisis en la elipsis entre dos temporadas y han continuado las historias con escasa presencia de protocolos de distancia y seguridad. Esa ilusión de que la realidad no está poblada de ciudadanos con mascarilla se hace evidente en la quinta temporada de The Good Fight , en cuyo primer capítulo se resume la pandemia –teletrabajo, Zoom, recortes de personal, nueva normalidad–, para asumir a renglón seguido que todo sigue más o menos como antes.

Se trata, sin duda, de una de las ventajas de la ficción: permite construir realidades alternativas. “Los sucesos de ese invierno son de todos conocidos y por tanto no hace falta que hable de ellos salvo para decir que su impacto nos afectó mucho menos que a la mayoría de la gente”, dice la narradora de Segunda casa (Asteroide / Les Hores), de Rachel Cusk.

Su vida, prosigue, ya era simple en su refugio rural antes de que ocurriera eso que no menciona y que obligó a que el mundo simplificara su existencia. “Aun así sentí la pérdida de libertad”, concluye. Hay muy pocas alusiones en la novela a la pandemia y todas son igualmente veladas. Pero la catástrofe se inscribe en su centro de gravedad, porque es la responsable de que el artista decida aceptar la invitación que la protagonista le había hecho. Y así la trama detona.

También en Los besos (Planeta), de Manuel Vilas, encontramos un mundo al margen de las ciudades y la geopolítica, idílico y no obstante bajo amenaza. La ficción se puede leer como una novela de tesis –el amor es más poderoso que el ultravirus–, pero también como una ucronía. ¿Qué hubiera pasado si, en lugar de quedarme en Madrid escribiendo este libro, me hubiera fugado a la sierra el día antes de que se decretara el estado de alarma?, parece preguntarse el autor. Y eso es precisamente lo que hace su protagonista, largarse de la gran ciudad, instalarse en una cabaña en el bosque. Y enamorarse durante lo que dura el paréntesis que supone una cuarentena.

El refugio interior

Pero no toda la ficción ha creado rutas de escape de la verdad claustrofóbica que nos envuelve. Incluso en los ámbitos en que la vacunación ha permitido la convivencia y el contacto, la pandemia sigue estando presente, al otro lado de las fronteras o como trauma –más o menos reprimido, más o menos superado– en el interior de cada una de nuestras conciencias.

Sobre eso habla el regreso de la serie En terapia (HBO), esa inesperada cuarta temporada que ha llegado una década después de la tercera. Nadie ha estado a salvo durante los meses críticos. Nadie ha quedado indemne. Incluso Brooke Taylor, la psicoterapeuta protagonista, gran profesional capaz de ayudar a sus pacientes a identificar y sobrellevar sus serios problemas, cae durante la pandemia en el aislamiento social y recae en el alcoholismo.

“La pandemia nos quitó la venda de los ojos”, afirma. Durante los últimos dos años no ha cesado de aumentar el consumo de antidepresivos y ansiolíticos. También lo ha hecho el número de suicidios.

La primera pandemia planetaria, en lugar de producir narrativas globales, está provocando sobre todo la proliferación de relatos íntimos, personales, individuales, que a lo sumo se abren a las redes emocionales de amigos y familiares, a la terapia en persona o por Zoom, a la calle, al barrio, a la ciudad propia. Los límites de nuestra psicología y de nuestros respectivos confinamientos.

“Sólo puedo observar y percibir algunas realidades fragmentadas y personas concretas a mi alrededor”

Escribe Fang: “Sólo puedo observar y percibir algunas realidades fragmentadas y personas concretas a mi alrededor”, por eso se limita “a registrar los pequeños detalles y a tomar nota de mis reflexiones puntuales, con el fin de dejar un recuerdo de este proceso de supervivencia”.

Solano intenta entender lo que ocurre en Seúl y registrar los contagios y las medidas de salud pública, pero también dedica muchas páginas a explorar sus terrores íntimos y su vida de pareja. Rodríguez Z. inició con aquella crónica sobre el miedo en un hospital de Madrid un viaje hacia dolorosos recuerdos familiares que ahora conforma el libro Solo quedamos nosotros (Galaxia Gutenberg).

Morales se adentra en sus dudas y su oficio para reflexionar en voz alta sobre cómo representar lo que está viviendo y sufriendo; y decide poner punto y final a su libro el día en que él y su pareja conciben a su hijo futuro. Muñoz Molina nos habla de sus padres, sus tíos, sus abuelos, su infancia. Sanz evoca cuándo y cómo escribió cada uno de sus libros, mientras nos enseña los espacios de su hogar.

Cusk enfrenta a su protagonista con sus fantasmas y, mientras se siente a salvo del virus, la sumerge en el gran cataclismo emocional de su vida. Vilas se interroga sobre los besos, esos vínculos invisibles, que son pura interioridad fisiológica, mientras mete a sus amantes en una cabaña perdida en la sierra. Son discursos introspectivos, que tienden a la reflexión e incluso a la filosofía. Exploraciones del útero que sumergen a los autores en los pozos de la propia identidad, de la memoria propia.

Se inscriben en un contexto de época atravesado por el individualismo y por la soledad. La soledad ya era una pandemia antes de esta pandemia y el virus no ha hecho más que acentuarla. El SARS-CoV-2 muy probablemente no hubiera llegado a derramarse en los seres humanos de no ser por las lógicas de explotación de la naturaleza que han causado un nuevo orden climático.

El capitalismo es colonialista y, por tanto, racista. El metaLAB (at) Harvard convirtió el año pasado ese conjunto de realidades terribles –soledad, violencia ambiental y racial– en una obra de arte digital: Dear Loneliness. Se trata de un proyecto interactivo y colaborativo, liderado por Jessica Lao, Sarah Lao y Carissa Chen, que ha recibido miles de cartas encabezadas por las palabras “Querida soledad”, con intención de sumarlas en la carta más larga jamás escrita, a modo de memorial del 2020, el año de la Covid-19 y de las injusticias raciales (del #Black­LivesMatter a los asesinatos de líderes sociales en América Latina). Constituye un intento de generar una constelación de sentido a partir de muchas vidas aisladas. Lo mismo que he intentado hacer yo en este artículo.

Jorge Carrión es escritor y director del Máster en Creación Literaria de la UPF-BSM. Su último ensayo narrativo publicado es ‘ Lo viral’ (Galaxia Gutenberg)