Otro batacazo para la economía en América Latina

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Las economías latinoamericanas se enfrentan a tiempos difíciles. Según las últimas previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI), en un contexto de desaceleración económica global, las economías de América Latina y el Caribe se contraerán en media un 0,5% en 2016, y sólo avanzarán un tímido 1,5% en 2017. El FMI revisa así a la baja sus perspectivas de crecimiento para la región por segunda vez en tan solo seis meses, sobre todo por el peor desempeño de la economía brasileña, cuyo PIB caerá casi un 4% por segundo año consecutivo.

Pero bajo estas cifras agregadas se esconden realidades muy diferentes. Por una parte, la de los países de América del Sur, encabezados por Brasil y sus vecinos exportadores de materias primas, que lo están pasando especialmente mal (sobre todo Argentina, que también sufrirá un retroceso del 1% en su PIB este año). Por otra, la de los países del norte, con México a la cabeza, que están aguantando mejor la desaceleración y que crecieron algo menos durante el anterior periodo de vacas gordas. En todo caso, esta división norte-sur no es la única relevante. Los países de la Alianza del Pacífico a los que hay que añadir a Bolivia (cuya economía crecerá un 3,8% este año), logran mantener el tipo (México crecerá un 2,4%, Colombia un 2,5%, Perú un 3,7% y Chile un 1,5%). Sin embargo, los del Mercosur, más dependientes de las exportaciones de bienes primarios, están sufriendo una caída más intensa. Y Venezuela, que es un caso aparte, está en caída libre. Su PIB se contraerá un 8% este año tras bajar casi un 6% el pasado.

Una de las cosas que más llama la atención es que América Latina está sufriendo las consecuencias del frenazo económico internacional más que otras regiones. Mientras que la mayoría de los países de la región fueron capaces de sortear la recesión global de 2009-2010 bastante bien, con caídas del crecimiento menos intensas y más cortas que la media mundial, ahora ven como su crecimiento se contrae mucho más (el conjunto de los países emergentes crecerán por encima del 4% este año).

Esto se debe a dos factores. Por una parte, a la falta de margen de maniobra para las políticas contra cíclicas. Al contrario de lo que sucediera en 2009, cuando los países tenían espacio para poner en práctica expansiones monetarias y fiscales para amortiguar la recesión global, hoy prácticamente no tienen posibilidad de llevarlas a cabo. No existe colchón fiscal para aumentar el gasto público y la reducción de la liquidez global, unida a la depreciación de las monedas y al aumento de la inflación, no permite tampoco alegrías en el campo monetario. Por ello, al igual que le sucediera a España durante la crisis del euro, los países están teniendo que adoptar políticas procíclicas (sobre todo de recorte del gasto público) justamente cuando sus economías están en recesión o desaceleración.

Además, un segundo factor que está contribuyendo a que la región se vea más golpeada por la desaceleración internacional de lo esperado es que no se hicieron suficientemente bien los deberes en el lado de la oferta durante el periodo del boom, igual que en España. En las últimas décadas los niveles de educación básica aumentaron, se realizaron reformas en los mercados de bienes y servicios para aumentar la competencia y mejorar el funcionamiento del mercado laboral y se implementaron reformas fiscales que permitieron al estado tener más recursos con los que financiar bienes públicos (una de las grandes asignaturas pendientes en América Latina). Sin embargo, en muchas otras áreas se avanzó poco, o incluso se retrocedió ante la sensación de euforia que generó el boom de las materias primas.

El mejor indicador de que se debería haber hecho más es que el crecimiento de la productividad en el conjunto de la región es decepcionante. Así, la productividad de la mano de obra registró un incremento del 1,1% anual entre la segunda mitad de la década de 1990 y el año 2013, muy por debajo de los países del sudeste asiático e incluso de Estados Unidos (solo Chile, Ecuador y Perú, los países que registraron los mayores incrementos en la inversión, pudieron reducir la brecha de productividad en relación con la economía norteamericana, y solo la economía peruana registró un aumento de la productividad similar al del promedio del sudeste asiático).

El lento aumento de la productividad se explica por un bajo nivel de ahorro y por una insuficiente inversión, por un gasto limitado en I+D (que lleva a la producción de muy pocas patentes), por las deficiencias en la política de infraestructuras, por un sector exterior poco dinámico y fuera de las cadenas de valor globales y por una reprimarización de la producción, sobre todo en los países exportadores de commodities. Por último, los niveles de integración regional en América Latina siguen siendo bajos y, además, en los últimos años los dos flujos comerciales históricamente más intensos (Brasil-Argentina y Colombia-Venezuela), se han debilitado sensiblemente debido a las fricciones políticas.

En definitiva, como suele suceder, es en tiempo de vacas flacas cuando uno se da cuenta de que tenía que haber hecho mejor las cosas en la época de vacas gordas.

 

 

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