Es hora de jubilar al FMI

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En las próximas semanas la Junta del Fondo Monetario Internacional (FMI) debe resolver si otorga a Ucrania un préstamo de 28,000 millones de dólares solicitado el miércoles 23 de abril. De este “rescate” se viene hablando desde que asumió sus funciones el nuevo gobierno pro europeo de Kiev en febrero.

Según la práctica usual, la solicitud formal es la última etapa, después de negociadas todas las condiciones: rebajas salariales drásticas a los empleados públicos, corte de subsidios y otras duras “austeridades” para la mayoría de los ucranianos.

Pero si bien el gobierno ucraniano hizo su parte, el socio mayoritario del FMI no cumplió con la suya. Al enviar la solicitud de fondos para Ucrania al Congreso, el presidente Barak Obama agregó al pedido de dinero una solicitud de ampliación del capital del organismo multilateral y de reasignación de votos en favor de los países emergentes. Diputados y senadores dijeron que no a estos dos pedidos y con ello generaron una crisis de enormes proporciones en el FMI. El think-tank canadiense Global Research editorializó que podría “no llegar vivo a su aniversario”.

Esto no es un plazo muy largo, ya que el cumpleaños es el próximo 22 de julio. Ese día, en 1944, concluía la Conferencia de Bretton Woods de cuarenta y cuatro países aliados (las Naciones Unidas), que sentaron las bases de la economía de posguerra al crear el Banco Mundial para reconstruir a Europa y el FMI para ordenar las finanzas mundiales.

Siete décadas después, el mundo ha cambiado mucho, las finanzas mundiales siguen lejos de estar en orden y Europa está a tal punto endeudada que hacia ella se dirigen -antes del rescate de Ucrania- casi nueve de cada diez dólares prestados por el FMI.

Tras la crisis del 2008 y los sucesivos rescates de países europeos (Portugal, Grecia, España, Chipre) ya se sabía que el FMI estaba secándose y para poder seguir prestando debía aumentar su capital o, a su vez, pedir prestado. Los países del G-7 tienen cuarenta y tres por ciento de los votos y el capital del organismo. Pero con la excepción de Canadá, los otros seis (Alemania, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido) están sobreendeudados.

Los bancos centrales repletos de reservas son los de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Éstos han reclamado como condición para nuevos aportes, una mayor participación accionaria en el FMI. Prefieren aumentar su voz en las decisiones, en vez de seguir comprando los bonos del organismo para rescatar a Europa con sus ahorros sin influencia sobre las condiciones impuestas a los receptores de esos dineros.

En 2010, el G-20 -que junta al G-7, los BRICS y otras potencias emergentes como Argentina, México y Turquía- acordó un calendario para el aumento gradual de los votos de los países en desarrollo en la Junta del FMI y decidió, además, duplicar los Derechos Especiales de Giro de que cada país dispone. Con eso se haría posible que el FMI atienda también las crisis en los países emergentes que se volverán inevitables en los próximos meses, dado el estancamiento económico del que Europa no termina de salir.

Estados Unidos, que actualmente tiene diecisiete por ciento de los votos, no perdería su capacidad de veto. Ya que nada importante puede resolverse con menos de ochenta y cinco por ciento de los votos, tiene su poder asegurado. Como también lo tienen los miembros europeos del G-7 si actúan en conjunto, ya que suman otro diecisiete por ciento. En cambio los BRICS, aunque representan cuarenta por ciento de la población mundial y veinte por ciento del producto, sólo tienen once por ciento de los votos y no llegarían a quince por ciento con el aumento acordado y no cumplido.

La oposición del Congreso norteamericano parece deberse a una mezcla de aislacionismo político, fundamentalismo económico y rechazo a todo lo que Obama propone. Pero lo cierto es que sin su beneplácito, no habrá recursos del FMI para otro rescate después del de Ucrania, ni más poder de voto para los emergentes.

La decisión de los socios mayoritarios del FMI de expulsar a Rusia del G-8 (y volver al viejo G-7), como represalia, precisamente, por su oposición a la europeización de Ucrania, da un marco político a esta puja por el timón de la economía mundial. El ministro ruso de Finanzas, Anton Siluanov, ha dicho que “si las enmiendas a la Carta del FMI no son ratificadas este año, se propondrán otros mecanismos alternativos”.

Qué quiere decir esto se sabrá en julio, cuando los BRICS se reúnan en Fortaleza, Brasil, para lanzar formalmente un Banco de Desarrollo y un “Pool de Reservas Monetarias”. Con tanto ahínco como se terminan estadios y aeropuertos para la Copa del Mundo, los técnicos y diplomáticos de los cinco países están discutiendo estatutos, cuotas y sedes de ambas instituciones, con un capital estimado de cien mil millones de dólares cada una.

Una vez ajustada la arquitectura estatutaria, los BRICS deben tomar dos decisiones en Fortaleza. Primero, si su banco y fondo comienzan a operar ya en 2015 y luego, si otros países pueden acceder a sus créditos. O sea, si efectivamente serán “alternativas” a las instituciones de Bretton Woods, que al llegar a los setenta años podrían verse forzadas a jubilarse.

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