La tregua de Donald Trump mantiene el pulso de la guerra comercial

Descifrando la Guerra
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Foto: AP

Pausa en la guerra comercial. Puede sonar a cambio de planes, pero la decisión de iniciar la escalada arancelaria está tomada. Los plazos, prórrogas y retrasos pretenden controlar ciertos efectos que ha sufrido Estados Unidos. Sin embargo, conviene recordar que la guerra comercial iniciada por Donald Trump, al menos con los países que responden de manera más decidida, como China, tienen perspectivas a largo plazo.

Aranceles para todos

La primera parte de la historia es más que conocida. Trump comenzó imponiendo aranceles contra Canadá, México y China. Los concernientes a sus vecinos norteamericanos fueron inicialmente pospuestos, mientras que a Pekín le iba cayendo una retahíla de tarifas al comercio del 10% sobre todos los sectores. Algunas industrias clave, como la de los vehículos eléctricos, ya se encontraban gravadas desde la anterior presidencia de Joe Biden. Pero la intención del republicano pasaba por hacer extensibles los aranceles a todo el mundo.

Aunque México y Canadá ofrecieron concesiones, estas demostraron ser insuficientes. O, como quizá se esté pudiendo ver ahora, nunca entró en los planes de Donald Trump negociar sobre estos aranceles pese a escudarse en las emergencias nacionales sobre migración y narcotráfico de fentanilo. Nada sirvió para provocar un cambio de posición en Estados Unidos: ni la cooperación militar de México en la frontera, ni la designación de los cárteles como organizaciones terroristas, ni el nombramiento de un “zar del fentanilo” en Canadá…

De hecho, el objetivo que tenía Trump con todos ellos era diferente a una renegociación. Y así se demostró con el siguiente paso: el “Día de la Liberación”. El 2 de abril de 2025, Trump publicaba una serie de tablas que incluían la práctica totalidad de los territorios del mundo según los agravios económicos que consideraba que cada uno aplicaba en su comercio bilateral con Estados Unidos. Así aparecían los aranceles globales del 10% y los “recíprocos” que, supuestamente, buscaban corregir dicho desequilibrio con cada uno.

La realidad dejaba a Washington pendiente de una fórmula que realmente se había calculado entre barreras arancelarias, no arancelarias, protecciones nacionales que consideraba ilegítimas y manipulaciones monetarias de cada país. Contando el desequilibrio de la balanza comercial de cada actor –a través de las importaciones a Estados Unidos– con respecto al total del comercio, salió una cifra para cada país, alguna de ellas sumamente elevadas, como Camboya (49%), Vietnam (46%) o Myanmar (44%).

La pausa de Trump hacia la guerra comercial

Con la última decisión del 9 de abril de pausar todos los aranceles durante 90 días –salvo los que afectan a China– y mantener únicamente un 10% global, Estados Unidos clarifica quién es su rival estratégico y busca normalizar estas tarifas, aunque intentando mitigar los efectos negativos que han tenido en los mercados de valores de todo el mundo, especialmente en el estadounidense. Tras considerar que más de 75 países se habrían mostrado dispuestos a negociar con Washington en lugar de seguir escalando, Trump decidió postergar el inicio de esta dinámica hasta el mes de julio.

La administración republicana pretendía obtener ciertas ventajas inmediatas con esas negociaciones, pero mantener el tono general de aranceles globales, marcar la línea de la reciprocidad en un nivel más ventajoso para Washington y, al mismo tiempo, concentrar su batalla en los rivales clave. Sobre ellos estaba pensada la política comercial con el arancel como un fin en sí mismo. Y así se podría mantener la estrategia en una fase de guerra comercial.

Así pues, la respuesta de China no se haría esperar. Sumando los recíprocos correspondientes –en este caso, de un 34%– se había alcanzado el 54% de gravamen al comercio con el gigante asiático. Tras la respuesta de Pekín con otro 34%, Washington subió la apuesta con un 50% adicional. A lo que China devolvió el golpe con otro 50%, quedando así la guerra comercial en los términos siguientes: el comercio chino hacia Estados Unidos enfrentaría aranceles del 104%, mientras que las exportaciones estadounidenses hacia China quedarían gravadas con un 84%.

La respuesta de la Unión Europea será otra historia. Bruselas quiere responder, pero busca hacerlo de manera no excesivamente escalatoria para evitar una dinámica similar a la de China. Mientras los países europeos buscan cómo diversificar ciertos vínculos que entregaron decididamente a Washington hace décadas, parece que los aranceles de respuesta serán de entre el 10% y el 25% y solo en sectores concretos.

Asimismo, al tiempo que se anunciaba la pausa de tres meses, Trump redoblaba sus esfuerzos sobre China, elevando las tarifas hasta un 125%. No obstante, vista la intención china de responder, es previsible que se den nuevos cambios con consecuencias notorias sobre la economía de ambos actores y del mundo entero. Para poner en contexto esta escalada, cabe destacar que el comercio entre las dos mayores potencias económicas del planeta superó los 582.400 millones de dólares en 2024, de los cuales 438.900 millones de dólares (el 75,36%) correspondieron a importaciones de Estados Unidos.

Sin embargo, algo parece quedar claro. Los aranceles y la guerra comercial han venido para quedarse ya que forman parte del plan de la administración de Donald Trump. Se busca minimizar los efectos dolosos sobre la economía nacional –como la subida de la rentabilidad de los bonos de deuda–, mientras se avanza en los objetivos de largo recorrido que Washington busca que cumplan sobre aspectos industriales, monetarios, económicos y políticos.

 

"Todo intelectual tiene la obligación moral de poner en discusión las decisiones que emanan del poder político"

Jean Paul Sartre
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