2.000 notas de un espía permiten escudriñar los secretos del KGB

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Foto: AP

En 1992 el funcionario retirado Mitrokhin entregó a Reino Unido material del KGB

En 1992, a los pocos meses de disolverse la Unión Soviética, el pulcro funcionario retirado Vasili Mitrokhin se sintió por fin lo bastante seguro como para disfrazarse de vendedor ambulante y viajar hasta Riga, capital de Letonia, maleta en mano. En la maleta llevaba un muestrario muy especial: una pequeña parte del material de inteligencia que había ido acumulando durante años sobre las actividades de espionaje de los soviéticos en Occidente. La larga cola que se encontró frente a la embajada de Estados Unidos le decidió a presentarse en la de Reino Unido, donde un joven funcionario le ofreció una taza de té antes de presentarle a un agente de los servicios secretos británicos en la embajada.

Ahora, copias editadas de una parte de los miles de documentos que Mitrokhin había acumulado durante años, han sido puestas a disposición del público por el Centro de Archivos Churchill del Churchill College, en la Universidad de Cambridge. Hasta ahora, el único historiador que había tenido acceso a los documentos es Christopher Andrew, profesor de Historia Moderna y Contemporánea de Cambridge, que en 1999 publicó una primera entrega de El Archivo Mitrokhin: El KGB en Europa y Occidente, al que siguió un segundo volumen, El KGB en el Mundo.

“Mitrokhin soñaba desde 1972 con hacer público este material. El trabajo interno del KGB, sus operaciones de inteligencia exterior y la política exterior de la Rusia soviética yacen en esta extraordinaria colección, cuya escala y naturaleza ofrece una percepción sin precedentes de las actividades del KGB durante la mayor parte de la guerra fría”, subraya el profesor Andrew.

Mitrokhin, que nació en 1922 y fallecería en 2004, trabajó en inteligencia exterior antes de ser asignado a los archivos de inteligencia exterior en el Primer Directorio del KGB. Entre 1972 y 1984 tuvo acceso a cientos de miles de documentos de la red global de espionaje de los soviéticos como responsable del traslado de los archivos del KGB desde el cuartel general de Lubyanka, en el centro de Moscú, a las nuevas instalaciones en Yasenevo. Secretamente desilusionado con el régimen desde hacía tiempo, tomaba notas manuscritas de los documentos a los que tenía acceso y las sacaba cada noche disimuladamente del despacho.

Así fue acumulando miles de documentos con información que va “desde los momentos que siguieron a la revolución bolchevique de 1917 a las vísperas de la era Gorbachov”. “Primero sacaba sus notas diarias en pequeños trozos de papel escondidos en sus zapatos. Al cabo de pocos meses empezó a esconderlas en los bolsillos de la chaqueta y a enterrarlos durante el fin de semana en la dacha familiar en las afueras de Moscú”, explica Christopher Andrew. “Corría un riesgo enorme y podía haber acabado con un tiro en la nuca después de un juicio secreto”, añade. Por eso, cuando llegó a Occidente, cuando los británicos sacaron a hurtadillas todo el archivo y él y su familia estuvieron a salvo, sintió sobre todo “alivio” porque podía por primera vez hablar de algo que durante años había hecho en secreto.

Ahora se ponen a disposición del público unas 2.000 notas de Mitrokhin, aunque se trata de copias que han sido convenientemente editadas por el Gobierno británico. El acceso a los originales seguirá estando cerrado. Con todo, “esta colección es un hermoso ejemplo del valor de los archivos y del poder de los activistas”, en opinión de Allen Pakcwood, director del Centro de Archivos Churchill. “Fue la posición de Mitrokhin como archivista lo que le permitió un acceso sin precedentes o los documentos del KGB”,

Eso nos permite ahora saber cómo los soviéticos espiaban en Polonia al entonces cardenal Wojtyla, el futuro papa Juan Pablo II. O cómo un periodista de la agencia TASS destacado en Londres reclutó en 1935 a Melita Norwood, conocida con el alias de Hola, una activista de izquierda que durante decenios pasó información a los soviéticos sobre cuestiones como la actividad nuclear británica. O que el famoso espía Guy Burgess estaba casi siempre borracho.

 

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