China ante el deshielo irano-estadounidense

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Foto: El País

El acercamiento entre Teherán y Washington pondría en jaque el trato casi monopolístico del que disfrutan las petroleras estatales chinas en Irán.

La Casa Blanca ya tiene imagen para lo que puede ser una fecha histórica en la política exterior de Estados Unidos, la República Islámica de Irán y la región de Oriente Medio. Es la de un Barack Obama distendido, pero con la mirada firme, que conversaba el pasado 27 de septiembre con el nuevo presidente iraní, Hassan Rohani. Era la primera vez en décadas que estos dos países tenían un diálogo a este nivel.

Las reticencias de las partes siguen siendo enormes, como se desprende del hecho que ambos presidentes hayan atribuido al otro la iniciativa de la llamada de cortesía. Pero el gesto es de una indudable importancia y va en la línea de lo declarado hace unas semanas por el Guía Supremo, Alí Jamenei, quien invocó a la “flexibilidad histórica” de los iraníes para resolver de una vez por todas la problemática sobre el programa nuclear de Teherán.

Al carácter reformista de Rohani, que en el pasado ya tuvo un importante rol en negociaciones con Occidente, se suma la urgente necesidad de Teherán de mover ficha para salvar su economía. La última ronda de sanciones occidentales, en especial la relativa a la exclusión de la República Islámica del sistema internacional bancario (Swift), ha supuesto un gran varapalo para miles de pequeños y medianos empresarios iraníes, que ven cómo los costes de sus negocios aumentan disparatadamente ante la necesidad de crear canales informales para abonar los pedidos a las fábricas extranjeras que están dispuestas a trabajar con la República Islámica. A ello se suma la caída del 50 por ciento de las ventas extranjeras de petróleo que, recordemos, suponen el 80 por ciento de los ingresos del Gobierno de los ayatolás.

Sea o no sea el Gorvachov iraní, Rohani parece tener el apoyo de Jamenei en su nueva política exterior. Sólo si esto sucede se podrá lograr un giro en la actitud iraní respecto a su controvertido (aunque no exclusivo, como demuestran los casos de Pakistán, India y -no lo olvidemos- Israel) programa nuclear y, en última instancia, se podría lograr una relajación de las sanciones y un eventual reconocimiento diplomático con Estados Unidos.

El camino parece largo, pero no hay que olvidar el caso de Birmania, que en apenas dos años ha logrado el levantamiento de la casi totalidad de las sanciones occidentales, el reconocimiento completo de Washington, la liberación de cientos de presos políticos y la llegada de nuevos jugadores extranjeros a su economía. Todo ello en detrimento de Pekín, que pese a mantener una indudable influencia en proyectos de gran calado como el recién inaugurado oleoducto o el comercio del jade y la madera no tiene ya exclusividad.

Es precisamente esa exclusividad lo que ha convertido a China en el primer socio comercial de Irán desde 2010, así como en el principal (y casi único) inversor foráneo en el sector del gas y el petróleo de Irán, con un monto que supera los 40.000 millones de dólares acumulados. ¿Por qué? Nos lo resumió en Teherán en 2010 un alto cargo de una empresa occidental: “Ante las sanciones estadounidenses, los chinos llegaron y se encontraron la cancha vacía”.

Una situación de dependencia que no gusta a muchos en Irán, que ven cómo sus recursos naturales son intercambiados por unos productos chinos cuya calidad ponen en duda. “No tenemos como Irak un programa de petróleo a cambio de alimentos. Nosotros tenemos uno de petróleo a cambio de porquerías”, resumía hace unos días un analista iraní. En consecuencia, el acercamiento de Irán con Occidente podría suponer que petroleras como ENI, Repsol, Total o las propias estadounidenses vuelvan a jugar un papel activo en las licitaciones y la inversión. Un escenario nada prometedor para las petroleras chinas, que se han beneficiado de la escasa competencia para copar partes del mercado, pese a que tienen una tecnología inferior a la occidental.

 

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