Cuatro imágenes que definen la intensa relación de Juan Pablo II con AL

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América Latina fue para Juan Pablo II el “continente de la esperanza” -como él mismo lo denominó en su primera visita en 1979-, pero también el escenario de intensas batallas ideológicas y duras polémicas durante su papado.

Este domingo, 27 de abril, Juan Pablo II será canonizado y se convertirá en santo para la Iglesia católica.

Durante los 27 años que duró su pontificado -desde 1978 hasta su muerte en 2005-, Karol Wojtyla realizó 18 viajes apostólicos a América Latina y vivió en primera persona algunos de los episodios clave de una época intensa para el continente.

Desde el inicio el su papado, cuando medió en un conflicto limítrofe entre Argentina y Chile -que estuvieron al borde de la guerra-, hasta su último viaje a la región en 2002, que lo llevó a Canadá, Guatemala y México.

“Él veía a América Latina como una Polonia del próximo siglo, donde se iba a resolver -o nos iba a hundir- el problema de la presencia de la Iglesia en el mundo de la política”, le dice a BBC Mundo el sacerdote puertorriqueño Lorenzo Albacete, quien conoció personalmente a Juan Pablo II.

Incluso después de su muerte hace poco más de nueve años, América Latina resultó clave para la canonización del pontífice polaco cuando el Vaticano dio validez al segundo presunto milagro que allanó su camino a la santidad: la curación de una mujer en Costa Rica, Floribeth Mora Díaz, quien superó un aneurisma cerebral de forma milagrosa a ojos de la Iglesia.

BBC Mundo eligió cuatro imágenes, cuatro momentos que pueden ilustrar -al menos en parte- la larga, intensa y compleja relación de Juan Pablo II con América Latina, una región en la que habita casi la mitad de los católicos del mundo.

La reprimenda a Ernesto Cardenal en Nicaragua (1982)


De rodillas en el aeropuerto de Managua, Ernesto Cardenal, sacerdote y ministro de Cultura del gobierno sandinista, recibe la reprimenda de un papa visiblemente enojado.
Más tarde, Cardenal contaría que en ese momento, Wojtyla le pidió que “regularizara su situación”. Hacía apenas tres años que había triunfado la revolución sandinista y Cardenal había sido parte activa de ella.
“De acuerdo con la legislación canónica, el sacerdote no debe en principio intervenir en temas partidistas o formar parte de gobiernos”, dice en conversación con BBC Mundo Leonidas Ortiz, secretario adjunto de la Conferencia Episcopal de América Latina (CELAM).
“El Papa le dijo a Cardenal que debía elegir entre ser sacerdote o dedicarte a la política”, agrega.
Cardenal ha calificado en más de una ocasión el regaño de Juan Pablo II como una “humillación pública” y lo ha interpretado desde un punto de vista ideológico más amplio.
“Lo que más le disgustaba al Papa de la revolución de Nicaragua es que fuera una revolución que no perseguía a la Iglesia. Él hubiera querido un régimen como el Polonia, que era anticatólico en un país mayoritariamente católico, y por lo tanto impopular”, escribió el poeta y político nicaragüense.
Esa imagen en el aeropuerto de Managua es vista por muchos como un símbolo de la difícil relación de Karol Wojtyla con los sectores de izquierda en la Iglesia latinoamericana, especialmente con la llamada teología de la liberación, una corriente de pensamiento muy vinculada a América Latina que defiende un cambio social y la opción preferencial por los pobres.
“Hubo momentos en los que Juan Pablo II, por su recelo a la combinación entre socialismo y análisis de clase que había encontrado en Polonia, tenía una relación tensa con los teólogos de la liberación y los sectores progresistas de la Iglesia”, le dice a BBC Mundo el salvadoreño Manuel Vásquez, profesor de religión de la Universidad de Florida especializado en América Latina.
La desconfianza de lo que consideraba una influencia del análisis marxista en la religión llevó al pontífice, coindicen los analistas, a pedir informes que concluyeron que esta tendencia teológica se alejaba de la doctrina católica.
Como consecuencia, instituciones que enseñaban esa teología fueron cerradas y algunos de sus máximos representantes -como el brasileño Leonardo Boff o el español Jon Sobrino- fueron sancionados.

Junto a Augusto Pinochet en Chile (1987)

De riguroso blanco, Juan Pablo II saluda a los fieles. Junto a él, vestido de traje oscuro y con el semblante serio, el general Augusto Pinochet comparte el reducido espacio del balcón del Palacio de la Moneda de Santiago de Chile.
Lo que, según los testigos, sucedió momentos antes de esta instantánea ayuda a comprender el viaje de Karol Wojtila a Chile en 1987, quizá uno de los más complejos y polémicos de cuantos realizó a América Latina.
“El 2009, enL’Osservatore Romanoel cardenal italiano Roberto Tucci reveló que el séquito papal, por expresa disposición de Karol Wojtyla, había acordado con las autoridades que no se asomaría al balcón”, recuerda Paula Molina, periodista de BBC Mundo en Chile.
Según el relato de Tucci, tras los 42 minutos de reunión privada entre el Papa y el general, se hizo salir a Juan Pablo II por una puerta distinta.
Entonces, Pinochet le señaló hacia una cortina negra, tras la cual se ocultaba la salida al balcón. Enfrentado a la gente, el Papa saludó junto a Pinochet.
En la despedida, prosigue el cardenal italiano, Wojtyla “lo fulminó con la mirada”.
Para el profesor Manuel Vásquez, esta visita muestra una cierta “ambivalencia” de la Iglesia ante el gobierno militar.
“Demostró la capacidad de decir que la Iglesia trasciende la política. Ese es uno de los elementos clave del pensamiento de Juan Pablo II. Creía que como Papa era capaz de trascender esas diferencias y hablar a diferentes católicos en diferentes grupos”, afirma Vásquez en conversación con BBC Mundo.
Durante su estancia en Chile, Juan Pablo II se reunió con un público joven en el Estado Nacional y con habitantes de La Bandera, una zona afectada por la pobreza.
En cada lugar, comenta Leonidas Ortiz, adecuó su mensaje al público concreto.
“El Estadio Nacional era un lugar que había sido escenario de momentos muy complicados de la dictadura porque allí se llevaron a cabo torturas. Y allí, el Papa les dijo a los jóvenes que no tuvieran miedo”, apunta Ortiz.
En ese lugar, recuerda Paula Molina, también tuvo el que fue quizás el momento más relajado de la estancia de Juan Pablo II en Chile.
El Papa preguntó a los jóvenes presentes si estaban dispuestos a renunciar “al demonio del sexo”. Recibió un “No” rotundo como respuesta.
“En La Bandera, cuando habló con los pobladores, escuchó a dos personas que habían sido torturadas, un obrero y un ama de casa que hablaron abiertamente de los vejámenes que sufrían por parte del Estado. Y el Papa los acogió con un abrazo”, señala Ortiz.
Pero la situación más tensa de la visita papal tuvo lugar en la Misa por la Reconciliación de Chile, en el extenso Parque O’Higgins de Santiago.
La multitudinaria misa fue cubierta en vivo por la prensa chilena y extranjera. Hacía solo dos meses que había terminado el Estado de sitio en el país.
“Cuando comenzaron las protestas en las filas posteriores, la autoridad reaccionó con carros lanzaguas y bombas lacrimógenas. Se le sugirió entonces al Papa acortar la misa en 20 minutos. Juan Pablo II se negó y terminada la liturgia, de rodillas en el podio, se quedó observando el parque con la mirada que más se le recuerda en Chile: la de la preocupación”, comenta Paula Molina.

Juan Pablo II visita Cuba (1998)

Fidel Castro, presidente del único país comunista de América Latina, recibe al Papa polaco cuya mediación fue clave en la caída del comunismo en su país natal.
Era 1998 y Cuba apenas estaba saliendo del llamado “Periodo Especial”, que siguió a la caída de la Unión Soviética, principal socio comercial del país.
En este contexto, la visita de Juan Pablo II fue vista por muchos como un signo de apertura en la isla.
“Este fue un encuentro que fue importante para el Papa porque quería llevar el mensaje del catolicismo a Cuba. Y para Castro era importante para demostrar que estaba abierto a la diversidad religiosa. Creo que ambos grupos se beneficiaron de ese viaje”, dice Vásquez.
Leonidas Ortiz destaca la importancia de aquel viaje para la Iglesia católica en Cuba por lo que, a su juicio, significó de apertura religiosa. Sin embargo, Ortiz recuerda algunos momentos tensos de la visita.
“Quizá el más difícil fue la visita a Santiago de Cuba, donde estaba el obispo Pedro Claro Meurice, quien pronunció unas palabras de saludo al Papa en las que dijo que no sólo eran cubanos los de la isla sino también los del exterior, los que habían tenido que emigrar y estaban asilados en otros países. Posteriormente, el obispo fue censurado por las autoridades”, recuerda el sacerdote colombiano.
Desde una perspectiva más amplia, algunos ven en aquel viaje un ejemplo de la posibilidad del diálogo entre la Iglesia y los movimientos de izquierdas en el continente.
“La importancia del viaje a Cuba no se verá hasta más tarde. Aún no se ve ningún cambio radical. Pero elimina la crítica de que el catolicismo debe cerrarse al diálogo con el izquierdismo latinoamericano. El Papa dio un ejemplo de que sí se puede”, comenta a BBC Mundo el sacerdote puertorriqueño Lorenzo Albacete, quien viajó con Juan Pablo II en aquella ocasión.

La controvertida relación con Marcial Maciel

La proximidad entre Juan Pablo II y el fundador de los legionarios de Cristo, el sacerdote mexicano Marcial Maciel, es quizá uno de los capítulos más polémicos de la relación entre el Papa y América Latina.
En esta foto, tomada en noviembre de 2004, apenas medio año antes del fallecimiento de Karol Wojtyla, el Sumo Pontífice da la bendición a Marcial Maciel, quien lo había acompañado en sus viajes a México en 1979, 90 y 93.
En 2006, Benedicto XI retiró al fundador de los Legionarios de Cristo del sacerdocio como consecuencia de su implicación en casos de abusos sexuales a menores.
Pero estas acusaciones no eran nuevas. Ya en 1997, ocho ex miembros de los Legionarios de Cristo habían enviado una carta abierta aJuan Pablo IIen la que denunciaban los presuntos abusos de Maciel.
La cercanía del Papa al movimiento de Maciel tenía, según el profesor Manuel Vásquez, motivos relacionados con la concepción de la Iglesia de Wojtyla.
“Juan Pablo II puso el énfasis en los procesos de conversión personal y moral, en un trabajo más espiritual que social. Dentro de ese esquema apoya movimientos como el del padre Maciel”, apunta Vásquez.
Sin embargo, para algunos, es difícil justificar que el Papa no conociera esta situación y critican a Juan Pablo II por, a su juicio, no haber hecho frente al escándalo de Maciel.
Y este es uno de los principales argumentos de quienes se oponen a la canonización del papa polaco.
“Pero es algo que no se reduce a los Legionarios de Cristo. Hoy vemos que se ha destapado que es un mal sistemático en la misma institución y de alguna manera la responsabilidad recae sobre el pontificado de Juan Pablo II”, le dice a BBC Mundo José Sánchez, del Observatorio Eclesial de México, una organización que agrupa a varias asociaciones cristianas independientes que ha pedido el aplazamiento de la canonización de Wojtyla.
Desde la Iglesia, en cambio, defienden que Juan Pablo II no tuvo conciencia sobre la situación que llevó al escándalo de Maciel.
“Cuando uno conoce de cerca el trabajo de los Legionarios de Cristo ver que hacen un trabajo muy interesante. El Papa veía eso como muy positivo y nunca creyó que Maciel estuviera implicado en todas estas situaciones tan nefastas. Si las conoció le pareció un imposible que eso pudiera suceder. No sé cómo fue sé internamente en el Vaticano. Al papa, con los años lo veíamos muy agotado y muy enfermo. Creo que definitivamente parte de estas informaciones no debían llegarle de manera directa”, comenta Ortiz.