Cuba y EEUU, una mirada a la última década

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El 21 de marzo de 2002, México como país anfitrión de la Cumbre de Monterrey sobre Financiación para el Desarrollo cometía, a instancias de un pedido norteamericano y según recuerdan los registros de la reunión, un grosero error diplomático al sugerir a la representación cubana el evitar un encuentro físico entre los entonces presidentes de Estados Unidos (George W. Bush) y Cuba (Fidel Castro). Un par de meses después de este episodio, los medios de comunicación de todo el planeta se hicieron eco de un documento rubricado por John Bolton, quien era entonces Vice-Secretario de Estado de los Estados Unidos. El funcionario norteamericano ampliaba en aquella oportunidad el número de países que caían bajo la rúbrica de lo que la política exterior de Bush consideraba como “eje del mal”. Cuba ingresaba en esa categoría. Aunque no como única razón, el poder político y económico de la minoría cubano-americana se encontraba como factor de peso detrás de este estilo republicano de administrar la relación bilateral.

Por el lado cubano, la tirantez en los vínculos se reflejaba en la pronunciación por parte de Fidel Castro de un sonado discurso ante un millón de personas en La Habana en mayo de 2004 que se habían congregado frente a la Sección de Intereses de los Estados Unidos. Su alocución, en alusión a la guerra contra el terrorismo, incluyó un saludo dirigido al primer mandatario norteamericano que bien resume lo delicado de las relaciones en aquel momento: “Salve César, los que van a morir te saludan”.

Un año después, en noviembre de 2005, Hugo Chávez lideraba la III Cumbre de los Pueblos en Mar del Plata (Argentina) como evento paralelo a la IV Cumbre de las Américas promovida por los Estados Unidos. El discurso enunciado en esa ocasión por el líder venezolano implicó una ruptura en la historia reciente latinoamericana. Entre otros contenidos, se hizo una férrea crítica a la imposibilidad de la asistencia de la delegación cubana por el carácter no democrático de su régimen a los encuentros auspiciados por el gobierno norteamericano. Ambos discursos tuvieron lugar en tiempos en los que la economía cubana se encontraba aupada por el oxígeno petrolero venezolano. La existencia de un ciclo ascendente de precios de este recurso y la voluntad chavista de integración latinoamericana contribuían a explicar la retórica antiimperialista del periodo.

El Estados Unidos de Barack Obama dista enormemente de aquel encarnado por Bush. El talante dialoguista de su política exterior contrasta sin margen a dudas con la actitud unilateral de su predecesor. La actitud aperturista del primer presidente afroamericano hacia los asuntos latinoamericanos ya pudo ser visualizada en ocasión de la celebración de la V Cumbre de las Américas en Puerto España (Trinidad y Tobago) en 2009. En este nuevo contexto, dos factores, entre otros en juego, merecen ser recalcados como promotores de este viraje en la Casa Blanca en su trato hacia Cuba. El primero de ellos tiene que ver con los cambios en la cultura política al interior del grupo de los cubano-americanos. Los mismos ya se evidenciaron en las dos elecciones en las que Obama fue elegido presidente. Según reporta el Pew Research Center, el voto de este colectivo se distribuyó equitativamente entre los candidatos demócrata y republicano en la elección presidencial de 2012.

Esta situación claramente se aparta de la histórica tendencia que asumía la adhesión inalterada de este grupo por los postulados del Grand Old Party. Estas transformaciones son debidas, según reporta una encuesta reciente de Bendixen & Amandi International, a la existencia de dos fallas en el interior de este grupo que se solapan: son las vinculadas al tiempo y lugar del nacimiento. Se percibe en los últimos estudios que el efecto generacional influye decisivamente. Mientras que entre los nacidos antes de 1980 quienes se oponen a la normalización de relaciones con La Habana son mayoría (64%), la situación se revierte entre los nacidos luego de esa fecha (sólo 44% de oposición). En tanto, los cubano-americanos nacidos en territorio estadounidense que no apoyan el restablecimiento del contacto son una minoría (33%), cifra que asciende al 53% entre los nacidos en la isla caribeña. En una administración como la norteamericana, construida sobre aceitados criterios de evidence-based government, la detección de estos patrones debe haber sido uno de los catalizadores de este cambio de rumbo.

El segundo de los factores promotores de este viraje se vincula al efecto liberador que la gestión Obama ha sufrido tras las últimas midterms. Por el carácter de las recientes medidas tomadas, el presidente norteamericano parece haberse desatado de las cadenas de la dimensión agonal de la política para enfocarse fundamentalmente en su dimensión arquitectónica. La reciente medida ejecutiva para favorecer a cinco millones de inmigrantes indocumentados, el acuerdo en materia de cambio climático con China y el descongelamiento de las relaciones con Cuba son decisiones que se enmarcan en ese patrón. Ello coincide con la difusión de otras estadísticas, en materia de desempleo (5,9%), de acceso a seguro médico (10 millones de personas en el último año) o de incremento en la producción local de petróleo y gas, que dan aún más “músculo” a Obama. Todo parece indicar que la categoría politológica del “pato cojo” no parece aplicar a la psicología de este presidente.

Los cambios acaecidos en Cuba en el último decenio también han sido relevantes. La sustitución de Fidel Castro por su hermano Raúl en 2006 vino acompañada de incrementos en las libertades políticas y económicas. Aunque con un encaje algo forzado, algunas de estas transformaciones coinciden con las descritas por los estudiosos de las transiciones a la democracia. A su vez, el halo cobertor provisto por la Venezuela de Chávez no existe. Los acuerdos firmados, por los cuales el país bolivariano entregaba petróleo a la isla caribeña a precios preferenciales, ya no resultan sostenibles. A ello, ha contribuido la desaparición física de Chávez por lo que implicaba como líder organizador del proceso de “integración petrolera”, la decreciente producción venezolana (asociada a la falta de inversiones) y la caída abismal en el precio de esta commodity por la aparición de nuevos mecanismos para su extracción. La urgencia por encontrar fuentes alternativas de recursos económicos es el factor que con mayor contundencia ha conducido a la élite política cubana a flexibilizar sus dogmas antiimperialistas.

Este simple ejercicio de contraste entre diferentes escenarios (no tan alejados en el tiempo) no refleja sino que la política bien responde a su definición aristotélica como “el arte de lo posible”. A la generación del actual escenario de posibilidad, también han contribuido la diplomacia vaticana y un Papa latinoamericano. Dejamos el análisis sobre su protagonismo en este proceso para una reflexión ulterior.

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