Ecuador es el epicentro del coronavirus en América Latina

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Foto: REUTERS/Vicente Gaibor del Pino

El cuerpo estaba envuelto en una lona de plástico, hinchado, atrayendo moscas. Había sido un vecino, un hombre al que Rosangelys Valdiviezo se encontraba cuando caminaba de regreso a su casa después de trabajar, aunque nunca intercambiaron palabras.

Ahora, el hombre yacía frente a su casa. Es uno de los incalculables cadáveres desechados en las calles de Guayaquil, Ecuador, una sofocante ciudad sudamericana que está siendo devastada por el nuevo coronavirus. Valdiviezo, una trabajadora pesquera de 30 años, dijo que el cuerpo había estado expuesto al calor tropical por seis días.

“Tengo mucho miedo”, dijo por teléfono Valdiviezo, una migrante venezolana que se mudó a Guayaquil. “Tengo miedo de morirme tan lejos de mi hogar”.

Esta ciudad, la más grande de Ecuador y un núcleo comercial de casi tres millones de habitantes, está emergiendo como el epicentro de la epidemia del nuevo coronavirus en América Latina. En los noticieros locales, en videos compartidos en las redes sociales y entrevistas telefónicas, funcionarios, trabajadores humanitarios y otras personas de esta metrópoli azotada por la pobreza están reportando la presencia de cuerpos cubiertos de moscas en las aceras y cadáveres abandonados dentro de las casas por días.

Ecuador confirmó su primer caso de COVID-19, la enfermedad causada por el coronavirus, el 29 de febrero: una mujer ecuatoriana de 71 años que había regresado a Guayaquil desde España el día de San Valentín. Desde entonces, la crisis en Guayaquil se ha disparado a más de 2,200 casos, casi 70% del total de Ecuador, superando por mucho los números de Quito, la capital.

El brote ha golpeado mucho más rápido de lo que Guayaquil ha podido soportar. Los hospitales se saturaron rápidamente. Los trabajadores funerarios no pudieron, o no quisieron, recolectar los cadáveres -algunos fallecidos por el virus, otros aparentemente por otras causas- de los hogares. Con temperaturas diurnas que superan los 32 grados en una ciudad donde muchos viven sin aire acondicionado, algunas familias en duelo no tuvieron más remedio que sacar a la calle los cadáveres de varios días.

Los problemas de esta ciudad son similares a los de otros lugares gravemente afectados alrededor del planeta, donde el control de los cadáveres se ha convertido en una macabra lucha diaria.

El ejército italiano se ha movilizado para transportar cadáveres fuera de la devastada Bérgamo, luego de que el crematorio de la ciudad colapsara. Las autoridades en Irán han tenido que cavar fosas comunes. El ejército español encontró en varios asilos a pacientes mayores muertos y abandonados en sus camas.

Guayaquil podría ser un presagio de las cosas que están por venir, mientras la pandemia sigue profundizándose en los poco preparados países en vías de desarrollo.

“La situación en Guayaquil es grave en este momento”, afirmó Tati Bertolucci, directora para América Latina y el Caribe de la organización para la asistencia de desastres CARE. “Hay cadáveres en las calles, y el sistema sanitario está colapsado, por lo que no todos los que tienen síntomas pueden ser examinados ni recibir tratamiento”.

Una operación conjunta entre la policía y el ejército ha estado recuperando alrededor de 30 cuerpos al día, según Jorge Wated, coordinador del grupo de trabajo gubernamental designado para lidiar con la crisis. En un mensaje nacional televisado esta semana, Wated afirmó que el estricto toque de queda de la ciudad estuvo complicando los esfuerzos de los trabajadores de morgues y las funerarias para recolectar los cadáveres.

“Reconocemos cualquier error y pedimos disculpas a quienes tuvieron una demora en retirar a sus seres queridos”, escribió Wated en Twitter. Sin embargo, también preparó a los habitantes para lo peor: advirtió que la cifra de fallecidos podía alcanzar los 35,000 solo en la región de Guayaquil.

“Todo depende de ti, de tu disciplina”, afirmó. Le pidió a los habitantes de la ciudad que cumplieran con la cuarentena y el toque de queda.

Los analistas dicen que varios factores han contribuido al desmesurado impacto del coronavirus en Guayaquil. Es una ciudad portuaria internacional. Algunos trabajadores en situación de pobreza inicialmente pusieron su necesidad de continuar laborando por encima de los llamados al distanciamiento social.

“Las cuarentenas fueron menos efectivas en Guayaquil”, dijo Sebastian Hurtado, director de la consultora política Profitas. “En otras partes del país, mucha más gente acató el llamado. En Guayaquil, además tienes áreas sin servicios básicos, viviendas muy pequeñas y mayor densidad”.

En un video que se volvió viral, una mujer con lágrimas en los ojos que se identifica como Gabriela Orellana, le ruega al gobierno que se lleve el cuerpo de su esposo de su casa. Durante días, dice, ella cumplió con la cuarentena mientras el cuerpo de su esposo yacía en el piso de arriba, mientras los funcionarios insistían que ya iban en camino para llevárselo.

Orellana le habla directamente al presidente ecuatoriano Lenín Moreno. “Si este video lo ve el señor presidente, por favor, ¿por dónde están?” pregunta. “Que dicen que se mueven y es mentira”. Orellana solloza a través de una mascarilla morada: “Por favor, solamente pido que me ayuden a que mi esposo pueda tener una atención digna. No me le dejen aquí tirado”.

Camiones de volteo han derramado galones de agua con jabón en las calles de la ciudad, como parte de un esfuerzo sanitario. El 2 de abril, la alcaldesa de Guayaquil, Cynthia Viteri, le dijo a los reporteros en una conferencia de prensa por Facebook que se habían enviado contenedores de transporte a los hospitales para almacenar cadáveres.

Viteri ha confirmado que también está contagiada del virus.

Para Viteri, la crisis en Guayaquil es culpa de un sistema de salud que ya estaba al borde del colapso antes de la epidemia, una condición preexistente en muchas partes de América Latina y los países en desarrollo.

“Las imágenes (de los cuerpos en las calles y los cadáveres abandonados en las casas por días) que le están dando la vuelta al mundo son reales”, afirmó. “¿Por qué? porque nuestro sistema sanitario es el mismo que teníamos antes de la pandemia, un sistema de salud que ha colapsado en medio de una pandemia”.

Marcelo Castillo es un médico de cuidados intensivos del Hospital Clínica Kennedy en Guayaquil.

“Trabajo en un sector muy adinerado de la ciudad, al norte de Guayaquil”, dijo por teléfono. “Te puedo decir que las personas están empezando a entender que incluso teniendo todo el dinero y contactos políticos, podrían no sobrevivir a esto”.

“La gente está muriendo como moscas”, afirmó Castillo. “No tengo ni un solo colega que no me diga que llora todos los días después de una jornada. Esto es abrumador”.

Para algunos, la incapacidad del sistema para lidiar con la crisis le ha añadido mayor agonía a las pérdidas personales.

Dante Logacho relató haber llevado a su esposa, Mabel Zúñiga, de 48 años, al hospital. Había presentado síntomas por algunos días. “Estaba tosiendo, y tuve que pelear para que ella pudiera incluso entrar al hospital”, relató por teléfono Logacho, un publicista de 49 años. “Peleé con todos los doctores y enfermeras. Habían demasiadas personas allí”. El personal del hospital le ordenó a los familiares que se fueran.

“Debí haberla llevado a una clínica privada”, afirmó Logacho. “Pensé que siendo un hospital, estarían más preparados para esto”. La llamada telefónica llegó dos días después: Zúñiga había fallecido de una neumonía relacionada con el virus.

Le tomó a Logacho cinco días encontrar una funeraria dispuesta y capaz de gestionar el cuerpo. Sin embargo, no podrá ir al funeral junto a otros familiares. Logacho también presenta síntomas del virus.

“Antes de dejarla en el hospital ese día, me dijo que su visión estaba borrosa y recuerdo que le dije que todo iba a salir bien”, afirmó. “No sabía que esa sería la última vez que vería su rostro”.

“Si la viera hoy, le diría ‘te amaré por siempre'”, dijo. “Y que lamento no haber sido yo”.

 

 

 

Faiola reporteó desde Miami y Herrero desde Caracas, Venezuela. Teo Armus, en Washington, contribuyó a este reporte.