El viejo mundo está más cansado que viejo

Por Carlos Rodriguez San Martín
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Europa, viejo mundo, Versallles
Foto: Reunión de los Veintisiete en Versalles | Europa Press

El frágil papel de la Unión Europea en la guerra en Ucrania. Por qué los Estados Unidos teme y cree tener, razones para atacar.

Varios europeos con los que hablo coinciden que la guerra en Europa moverá el tablero del ballet mundial. Pasé varios años viajando por países de Europa del Este antes de la caída del Muro de Berlín. Ya entonces se respiraba en varios de esos países un clima de tensión, que no dejaba de ser al mismo tiempo un sentimiento de orgullo nacional, quizá porque de cierta manera, a pesar de todas las aflicciones, reconocían que el sacrificio era parte del yugo impuesto reconociendo la revolución del proletariado que los mantenía adormecidos entre carteles de Lenin y Marx, expuestos junto al de los tiranos que gobernaban por entonces sus países.

No era un sentimiento de orgullo por lo que sus países representaban en la esfera de la economía, ínfimas comparadas con los países del resto de Europa, que descolaban por su poderío industrial. Rumania, por ejemplo, no se podría comparar con Alemania Occidental, ni siquiera con la Unión Soviética. El orgullo nacional eran otras cosas: sus expresiones artísticas, deportivas y culturales, su vocación introspectiva y sus adelantos en la ciencia, la medicina, la educación y el poderío bélico de la URSS que acabó siendo reconocido como parte de ese orgullo nacional. Sofía, era un hotel en Rumania en el que desfilaba la elite europea por sus tratamientos antiage y sus cremas rejuvenecedoras, elaboradas por una científica del mismo nombre.

La caída del Muro de Berlín enterró ese sentimiento nacional que no podía ver más allá de lo que pasaba dentro, pero no lo mató de raíz. Era una visión centrípeta acorazada con la disidencia que marcaba de vez en cuando un gargalleo de libertad. La historia era el germen, sus ciudades señoriales de una arquitectura imperial, aunque azotadas por continuas guerras, alimentaba estéticamente el sentimiento nacional. El invasor europeo -a diferencia de los conquistadores que incursionaron a otros continentes- era el propio europeo. Hitler y Napoleón son ejemplos de ese encantador y sangriento encanto. Su mirada aterradora salió del centro y no fue casual que su embrión centrífugo se extendiera al resto de las naciones de Europa. Entre tanto, España descubrió América, así como franceses e ingleses acudían a otras partes de mundo para emprender sus propias conquistas mercantes.

Los europeos con los que hablo no son profesores de universidades, ni académicos en materia de política internacional. Son profesionales, ciudadanos comunes; todo europeo o una inmensa mayoría sabe relacionar la historia por su proximidad con los hechos, con la herencia plagada de transformaciones, guerras y éxodos como los que observamos en Ucrania. “Europa esta vieja”, me dicen. Y completan su temor: “vieja, pero más cansada que vieja”. Esta gente puede adolecer de muchas cosas, pero tiene el sentido de ubicación comparable con la que el boliviano pudo tener con los golpes de Estado. Lo que no parecería ser el caso europeo.

Cuando explotó la guerra fratricida en la exYugoslavia, los serbios establecidos en Croacia –ciudadanos serbo croatas-, volvieron con sus pertenencias a reubicarse en el corazón herido de su Serbia natal. Los -serbo bosnios-, salieron de Bosnia en caravanas a poblar regiones de su antigua Serbia. Eran guerras guiadas por intereses geoestratégicos para apabullar a gente que no se dejó doblegar por un nuevo orden desde la Primera Guerra Mundial, que estalló precisamente en Sarajevo, capital de Bosnia, cuando el príncipe austro húngaro alineaba a sus dominios esos territorios.

¿Sucede algo similar en el corazón de Ucrania? No se puede ralentizar ese análisis a que los ucranios son más europeos que rusos y los rusos los menos europeos de Europa. Antes de la guerra desatada por Putin hubo una flagrante alteración del sentimiento nacional después de la caída del Muro de Berlín. Negar ese hecho es negar los motivos intrínsecos de esta guerra. En 1986 Gorbachov y Reagan firmaron en un rancho en las afueras de Islandia la reducción de los misiles que apuntaban con ojivas nucleares Washington y Moscú. En esa misma cita ambos acordaron solemnemente la no expansión militar de la OTAN a ningún país de la Europa del Este. Un misil lanzado desde EEUU tardaría 10 minutos en impactar Rusia, y viceversa. Pero, qué pasaría si la OTAN expandía su control a territorios exsoviéticos. Los misiles norteamericanos tardarían menos de 10 minutos en impactar Moscú. En los hechos, Ucrania es más parecida a la invasión de EEUU en Cochinos, Cuba, por su proximidad con los Estados Unidos, que el impacto mediático que se pretende hacer ver de un Putin salvaje imbuido de ese sentimiento nacional por recuperar a la fuerza sus exterritorios.

Volviendo a la cumbre Reagan – Gorbachov en Islandia de 1986, el norteamericano tardó más en apretar la mano del ruso que ordenar la expansión de la OTAN a los países del Este europeo. Cuando los europeos dicen que “Europa está más cansada que vieja”, explican todo. Europa está cansada -más que vieja- de someterse a los designios erráticos que dicta Washington. Esta más cansada que vieja por componer en Ucrania -desde 2014- un Gobierno moderado que garantice la estabilidad política y económica europea. Está cansada –más que vieja- de recibir el fuck you estadounidense que alentó el golpe de Estado que entronó en el poder a un títere nacionalista ucranio, que luce la esvástica nazi sin contemplaciones históricas ni medir las consecuencias futuras de un destino europeo incierto.

Hay en todo esto un deliberado desconocimiento a la historia del sentimiento nacional europeo que no es propiedad de la ex Unión Soviética, ni de los territorios que alguna vez conformaron el Pacto de Varsovia, sino un flagrante desconocimiento a la construcción de una Europa aliada comercialmente a Rusia, China y a la India, por las que EEUU teme y cree tener, razones para atacar.