Estación fatal: Tragedia ferroviaria en Buenos Aires

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Una sociedad que vive consternada cada cierto tiempo con tragedias de magnitud atribuidas al no me importa de sus autoridades.

Detrás de la tragedia del tren que colisionó en una estación del barrio de Once en Buenos Aires, se mezclan historias de corrupción estatal y el drama de la gente. En este caso, la concesión del servicio de trenes a grupos ligados a las esferas del poder político. El accidente encendió un acalorado debate que alcanzó niveles políticos en una Argentina conmovida por la tragedia que dejó 50 muertos y al menos 700 heridos. Si bien la presidenta Cristina Fernández de Kirchner es inmune a los ataques de los sectores de la oposición y la prensa independiente, el accidente ferroviario abrió un debate que se ha vuelto bastante común cada cierto tiempo en el país. Hay que remontarse siete años atrás para encontrar otra negligencia estatal que conmovió a la sociedad porteña. El incendio que destruyó el 30 del 12 del 2004 las instalaciones del local “República de Cromañón”, que servía para conciertos y recitales de música en el que perdieron la vida 194 personas -en su mayoría jóvenes- que iban a escuchar al grupo de rock Callejeros, que acabó desintegrado y con pleitos en la justicia.

Esa tragedia generó de inmediato un debate que se traslado a los tribunales buscando las causas y a los responsables del siniestro. La presión social derivó en la renuncia del entonces gobernador de la provincia de Buenos Aires, Aníbal Ibarra, y la detención del empresario de espectáculos Omar Chabán, que años después del hecho fue condenado a 20 años de cárcel, apuntado como uno de los responsables del siniestro. Esa noche no funcionaron los dispositivos de seguridad y las salidas de emergencia se convirtieron en verdaderos tapones humanos.  La historia se repite 7 años después ofreciendo una secuencia de moralejas instantáneas similares que dejan la pregunta de cómo revalorizar el cumplimiento de las normas; anteponer el respeto por la vida al afán de lucro. La catástrofe del tren es el precio demasiado alto que la sociedad argentina vuelve a pagar por errores elementales de sus autoridades.

La tragedia de la estación de trenes del Once del miércoles 22 de febrero ha reabierto la herida. Un día después del choque del tren que impactó a gran velocidad con la plataforma de la estación, los familiares desconsolados buscaban entre los fierros retorcidos a sus seres queridos. La polémica sobre la calidad del servicio ferroviario abrió un debate que tomó cuerpo político apuntando como responsables a las autoridades nacionales. “Realizamos un informe en 2008 sobre deficiencias de la ferrovía Sarmiento. La situación era desastrosa y el sistema de frenos pésimo”, dijo a una radio local Leandro Despouy, jefe de la Auditoria General de la Nación (AGN), cargo público de control reservado a la oposición. En estas circunstancias, en las que por infortunio también encontraron la muerte dos ciudadanas bolivianas, es imposible reflexionar sin aludir a un Estado debilitado al que la ciudadana le exige mayor seguridad.

No hace mucho aquí en Bolivia, un colectivo de una de las líneas de pasajeros que hacen su recorrido por varias arterias del centro cargó con la vida de 9 personas ante la impotencia de mejorar los servicios de transporte público acondicionados al azaroso vaivén del inmediatismo que sube y baja pasajeros sin las elementales normas de control y seguridad. Nos referimos a este caso aunque ya distante porque las tragedias se repiten dependiendo apenas la magnitud de la catástrofe.

El tren del Once. El tren viajaba con 2.000 pasajeros y entró sin frenar en una plataforma de estación del barrio comercial del Once. Eran alrededor de las 8 con 30 minutos de la mañana de ese miércoles. “Desde entonces (2008) no cambio mucho (el servicio). El Estado no actuó ni aplicó sanciones graves. Trenes de Buenos Aires (TBA) ya protagonizó varios incidentes”, le dijo el mismo Despouy a Radio Mitre sintonizada por DATOS. Luego de esa declaración llovieron réplicas por las redes sociales. En una infortunada intervención -a modo de justificar la tragedia-, el gobernador bonaerense Juan Pablo Schiavi afirmó que el accidente “si ocurría el martes (feriado) habría sido una cosa menor”.

“Los primeros vagones estaban abarrotados de gente porque los pasajeros acostumbran estar allí para salir de la estación”, corroboró Schiavi, que tiene status de ministro en el Gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. La opositora Unión Cívica Radical (UCR), segunda fuerza parlamentaria, pidió en un comunicado que Schiavi responda inmediatamente por el accidente. Tanto Despouy como las otras fuerzas de la oposición encontraron el detonante para exigir al Gobierno que suspenda la concesión a la empresa TBA. Además de TBA, hay otras compañías que operan, concesión mediante, en los trenes metropolitanos. Son los casos de Ferrovías, Metrovías y Ugofe.

Todas ellas detentan el 91% del control de trenes en la Argentina. Según el balance presentado en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, estas empresas favorecidas políticamente con las concesiones, tienen registradas diversas empresas en el servicio de transporte, además de concesiones en ingeniería ambiental y servicios sanitarios. En hotelería y entretenimiento poseen 6 hoteles de lujo, 3 hoteles casino en 17 ciudades de Córdoba. Tienen control sobre concesiones viales, autopistas y autovías. Además compiten con empresas en tecnología de la información, seguridad, comunicaciones y servicios.

Estas empresas fueron beneficiadas con subsidios anuales por parte del Estado que en 2010 fue de 578,4 millones de pesos argentinos. A septiembre de 2011 el aporte del Estado argentino alcanzó 826,8 millones de pesos. El bloque de diputados de la Coalición Cívica-ARI (CC) anunció que presentará un pedido de juicio político en el Congreso contra el ministro de Planificación Julio De Vido con el objetivo de “determinar su responsabilidad política en la catástrofe”.

El accidente abre una nueva herida. Como toda lección, esta última no es uno de esos casos en los que se puede decir: ojalá que estas muertes sirvan de algo. Al parecer no servirán para nada, aunque al menos, por un momento, seamos capaces de aprender del horror que dejan estas tragedias.