De contemplar una multitud que cantaba a grito herido “Para el pueblo, lo que es del pueblo” a escuchar en el coro “Hoy se va del poder un tirano”.
Dos canciones -creo que ambas exageradas en su contenido- me quedan grabadas como el principio y final del paso de Evo Morales por el poder en mi país.
Dos celebraciones multitudinarias, en las que me tocó estar presente, iniciaron y cerraron la era en la que un líder cocalero y de cuna muy pobre se convirtió en el protagonista absoluto de la vida política de Bolivia por casi 14 años.
La jornada inaugural fue en La Paz, en una tarde gris pero potente de enero de 2006 que se prolongó hasta la madrugada con la emblemática canción de Piero en las gargantas.
La última noche fue incandescente y plena de júbilo en Santa Cruz, este 12 de noviembre, con cientos de miles de personas gritando libertad, mientras Evo Morales iniciaba su nueva vida como asilado político en México y Jeanine Áñez se estrenaba como la primera presidenta (aunque en funciones) del postevismo.
Los escenarios tal vez no podrían ser más disímiles, casi como emblemas de la polarización que vivió Bolivia todo este tiempo. Pero no por ello no existen elementos comunes en ambos momentos.
Encuentro diferencias y similitudes que, creo, nos dan algunas luces y enseñanzas del terremoto político que acaba de sacudirnos.
Y que pueden contarse desde muchos puntos del territorio boliviano, pero que muy posiblemente La Paz y Santa Cruz sean los sitios fundamentales para hacer un breve repaso de lo que pasó en los 13 años, 9 meses y 18 días que duró Morales en la presidencia y las dos masivas concentraciones que marcaron el principio y el fin de una era.
La cuarta postulación presidencial encontró a Morales cuestionado como pocas veces.
El primer antecedente de lo que finalmente sucedió fue el referéndum del 21 de febrero de 2016 en el que la mayoría del país rechaza que se reforme la Constitución para que pueda buscar un nuevo mandato.
Un año y medio después, el Tribunal Constitucional finalmente lo habilitó, pese al plebiscito anterior, aumentando los cuestionamientos en su contra.
Morales no lo reconoce, pero más de uno en Bolivia sostiene que esos antecedentes hacían suponer un desenlace conflictivo (pero tal vez no tan trágico).
La Paz
Los dos principales departamentos de Bolivia se ubicaron durante todo este tiempo en las antípodas de la vida política del país.
La tierra paceña no solo es la ciudad sede del Congreso y del Palacio presidencia, también en esa región están las muy aguerridas provincias aymaras y la rebelde ciudad de El Alto, donde Morales siempre salió triunfante.
Santa Cruz, en cambio, simboliza el motor económico del país y juega históricamente como el contrapeso político de La Paz. Es donde el expresidente tuvo sinsabores y sufrió mucho para conseguir votos.
El 18 de diciembre de 2005, Morales sorprendió al triunfar en las elecciones presidenciales con el 54% de la preferencia pero con una clara debilidad en suelo cruceño.
La Plaza de San Francisco de La Paz fue el punto de referencia del festejo por la asunción, el 22 de enero del año siguiente, después de que Bolivia y el mundo contemplaran las lágrimas del cocalero en el momento de recibir la banda presidencial y la medalla que una vez perteneció a Simón Bolívar.
Esa plaza es uno de los sitios emblemáticos de la recuperación democrática boliviana en la década del 80 y también fue sede de algunas de las mayores concentraciones populares a lo largo de la accidentada historia de Bolivia.
“Hoy se terminó el miedo”, dijo el fallecido escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano en aquella tarde nublada.
Horas después, con la lluvia característica de enero en La Paz, vi pasar frente a mí a un todavía tímido Evo Morales, que saludaba desde la camioneta oficial con las ventanas abiertas.
No es mentira que, a lo largo de su etapa como dirigente sindical y líder opositor, hubo intentos de terminar con su vida.
En esos tiempos, el ahora expresidente prefería viajar solo con equipaje de mano porque decía que tenía miedo de que le “siembren” droga en la maleta para acabar con su carrera política.
De cierta forma, las palabras de Galeano en esa tarde fueron correctas. En enero de 2006 ese miedo se terminó.
Santa Cruz
Con y sin razón, en muchas oportunidades, Santa Cruz fue castigada desde el discurso oficial como la región racista, oligarca e incluso separatista.
Digo con y sin razón porque los excesos de unos pocos en el pasado reciente sirvieron de mucho a Morales y a los suyos para descalificar a los cruceños opositores.
En los primeros años de la presidencia del exmandatario, golpearon a mujeres indígenas en el centro de la ciudad y las cámaras de televisión captaron a los más radicales detractores del cocalero decirles a él y a sus seguidores “indios de mierda”.
El todavía gobernador de Santa Cruz, Rubén Costas, llegó a decirle “macaco” a Morales en esos años de furia y batalla política.
Sin embargo, basta dar una caminata desprejuiciada para comprender que los episodios exacerbados del pasado no son una referencia cabal de la ciudad que encarnó como ninguna la reciente movilización que provocó la caída del expresidente asilado.
Soy de La Paz y no lo disimulo (porque sería imposible), aterricé en Santa Cruz en el auge del paro cívico contra Morales y comprobé cómo los cruceños están lejos de los excesos fanáticos del pasado.
Muchos de los promotores de todo lo que acaba de suceder redoblaron los esfuerzos para evitar que eso suceda. Así me lo contaron y tiene sentido.
Nada de violencia y siempre declarándose bolivianos. Así se armó la movilización cruceña que sabía muy bien que debía evitar los errores del pasado que tanto costaron. Y funcionó.
Con algo de revanchismo, pero también con razón, Santa Cruz demostró que también puede derrotar presidentes como lo presumió La Paz todos estos años.
Me dijeron que “todo lo que hicieron mal” hace una década, lo hicieron bien en esta oportunidad.
Por eso no me parecía rara, aunque a la vez me resultaba sorprendente, la fiesta organizada alrededor de la estatua del Cristo cruceño en la que al fin gritaron “ganamos”.
Hay mucho más país
Bolivia es mucho más que sus dos departamentos más grandes.
De hecho, una de las postales que me parece más emblemática en lo que acaba de pasar la vimos en una ciudad cercana a la frontera de Brasil y poco poblada: Riberalta. Allí derribaron una estatua de Hugo Chávez con sogas y mucha furia.
Pero es apenas una imagen de las varias que durante décadas quedarán como momentos de júbilo o cicatrices dolorosas en el país.
Los dos primeros muertos de los más de 32 en este mes eran de una localidad cercana a Santa Cruz llamada Montero.
En Sacaba, casi en el centro de Bolivia, se produjeron los combates más duros entre los muy leales cocaleros de Evo Morales y fuerzas policiales y militares. El saldo fue de al menos una decena de muertes.
Potosí, el departamento al que el país le debe su existencia por su riqueza mineral y ahora es uno de los más empobrecidos, fue el escenario del paro institucional que fue el prolegómeno de la caída del exmandatario.
La región se declaró en protesta contra Morales ya antes de las elecciones del 20 de octubre y suspendió sus medidas de presión después de la renuncia del 10 de noviembre.
De vuelta a El Alto, la ciudad, una vez más, fue síntesis del territorio nacional y sus contradicciones. Los éxitos de Morales llevaron a decenas de miles de alteños a una situación de mayor prosperidad económica y al mismo tiempo hicieron que se perdiera algo aquella mística de “ciudad rebelde”.
“Necesito que vuelva la normalidad porque tengo que vender pollos”, me dijo Gloria hace unos días.
Cuando El Alto derrotó a sangre y fuego al gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada en octubre de 2003, Gloria vivía de la venta de golosinas y, como dicen en Bolivia, sobrevivía “día a día”.
Hoy su situación es muy distinta y no es una excepción. El gobierno de Morales presumió mucho de la ampliación de la clase media, aunque nunca advirtió que eso significaba la pérdida de su fuerza en las calles.
Las simpatías políticas de Gloria, al igual que las de miles de alteños, pasaron a segundo plano frente a la necesidad de que sus negocios sigan funcionando.
El último día
Dos semanas antes de que Evo Morales fuera posesionado como presidente, con mi familia hicimos un viaje desde La Paz a Santa Cruz por tierra.
Sabíamos de memoria la agresividad con la que los soldados te trataban en el paso por el Chapare, la región cocalera de Cochabamba (centro), y que era muy probable que abrieran las maletas con una bayoneta.
Desde que el líder sindical tomó las riendas del país esas escenas terminaron y esa selva llena de cultivos de coca al fin tuvo algo de paz.
Cientos de productores de esa planta fallecieron entre 1988 y 2005 por la “guerra contra el narcotráfico” dictada desde Washington y obedientemente atendida por los gobiernos de ese entonces.
Morales pudo cometer muchos errores, pero su política antidrogas llevó a Bolivia a pasar de ser el primer productor mundial de cocaína a ser un socio casi marginal del negocio. Sin disparar una bala, sin matar a nadie. Colombia, con todo respeto, podría tomar apunte del logro.
Aunque también tomó decisiones muy controversiales, como una descomunal subida del precio de los combustibles en 2010 que fue calificada como propia de los años más neoliberales de la historia del país.
Y todavía le recuerdan al exmandatario el operativo de represión de 2011 a una marcha indígena que se oponía a una carretera que habría partido en dos una selva.
Pese a la abundante evidencia documental, declaraciones de policías involucrados y videos, el expresidente y su ministro de Gobierno (Interior) de ese entonces, Sacha Llorenti, jamás asumieron la responsabilidad por aquel episodio que indignó al país.
A veces tímido y muchas veces (sobretodo en los últimos años) soberbio, Morales tuvo enormes aciertos para Bolivia pero también cometió fatales errores de cálculo (como creer que las recientes protestas en su contra no terminarían su mandato). Lo engañaron aquellos que le repitieron hasta el cansancio que era invencible e imprescindible.
Morales terminó convencido de que su presencia era la única garantía de un proceso político que se prometió refundar el país y en el camino optó por preservarse en el poder a cualquier costo. Incluso por encima de la voluntad de las mayorías en Bolivia que en febrero de 2016 votaron en contra de su repostulación.
Creo que muchos de sus colaboradores más cercanos se esforzaron en mantenerlo en una burbuja y por ello se estrelló con tal fuerza cuando la realidad era mucho más contundente que lo que le reportaban a diario. Ahí tienen mucha responsabilidad sus ministros más obsecuentes.
La gran similitud en la celebración de 2006 y la de hace un par de semanas fue el cansancio común ante un poder acostumbrado a mandar y acomodado a la silla presidencial. Con el hábito de menospreciar a todo aquel que rompía el libreto oficial.
Lamentablemente, lo siguen haciendo desde México a pesar de todo lo que ha pasado (es bueno que lo sepan)…
Nunca habría pensado que estos dos meses resultarían en una debacle tan dramática como súbita. Mi plan era descansar unas semanas en mi país antes de cerrar mi corresponsalía en Colombia.
Otra vez, como en ese triunfo sorprendente de Morales de hace casi 14 años, Bolivia me tomó por sorpresa y me tocó presenciar el último día de la era Evo Morales con las imágenes frescas en mi mente de aquella celebración inaugural de 2006.