Durante dos décadas, Occidente ha visto a la vasta industria de producción y tráfico de opio de Afganistán como un enemigo: un comercio malicioso que ha suministrado la mayor parte de la heroína del mundo, creando adicción y gangsterismo, y convirtiendo a Afganistán en un narcoestado corrupto. Pero ahora, mientras los líderes talibanes piden ayuda para eliminar la vasta economía del opio, Occidente se está dando cuenta de que hacerlo podría llevarla a un territorio mucho peor y provocar una crisis mundial de muertes por opioides.
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Cómo responder a la prohibición del opio por parte de los talibanes es un dilema político multidimensional. Una prohibición apoyada por Occidente podría desencadenar una guerra civil y un desastre humanitario en Afganistán; otra calamidad migratoria y una nueva ola de sobredosis mortales de drogas por consumo de opioides que eclipsarían la cifra de muertos en América del Norte.
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