Muere líder de la caravana del horror de la dictadura chilena

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Foto: AFP

A los 94 años y sin pisar nunca una cárcel, ha muerto esta madrugada en Santiago de Chile uno de los represores más crueles y simbólicos de la dictadura chilena, el general Sergio Arellano Stark. Luego del golpe de Estado de septiembre de 1973, Augusto Pinochet lo nombró líder de la comitiva de militares que recorrió Chile en helicóptero Puma para matar a opositores. La Caravana de la muerte, como se le conoce al operativo, asesinó a unas 90 personas en diferentes ciudades del país: 72 en el norte y 18 en el sur. Aunque en 1999 llegó a ser procesado y en 2008 fue condenado a seis años de presidio efectivo por el homicidio de cuatro personas en la ciudad de San Javier, nunca estuvo en una cárcel. En diciembre pasado, finalmente, la Corte Suprema confirmó su sobreseimiento por demencia y ha muerto cumpliendo su pena en libertad.

“El represor que encabezó una de las operaciones de exterminio más grandes, murió en la absoluta impunidad. Junto con ser un genocida, fue un cobarde: siempre eludió su responsabilidad ligándosela a otros y en los últimos años se refugió en una supuesta senilidad”, señala la abogada de derechos humanos Carmen Hertz, viuda de una de las víctimas de la Caravana de la Muerte.

Nacido en junio de 1921, Arellano Stark fue delegado militar en España a comienzos de la década del 70. En septiembre de 1973 era comandante del Comando de Tropas del Ejército y fue uno de los conspiradores más duros del Golpe de Estado. Pocas horas antes de la insurrección, se hizo cargo de la Agrupación de Combate Santiago Centro. Formada por personal de distintas secciones de la institución, fue la responsable de los principales operativos represivos de la capital chilena entre septiembre y noviembre de 1973, incluido los asesinatos de los colaboradores de Salvador Allende en La Moneda. A fines de septiembre, paralelamente, Pinochet lo nombró líder de la caravana. Entre los militares que conformaron la comitiva se hallaban Sergio Arredondo, Pedro Espinoza, Marcelo Moren Brito y Armando Fernández Larios, que en enero de 1975 fue uno de los dos hombres que llegaron hasta la casa de una veinteañera Michelle Bachelet para tomarla prisionera junto a su madre.

A la ciudad de Calama, en el norte del país, la Caravana de la muerte llegó el 19 de octubre de 1973. En medio del desierto, esa tarde asesinaron brutalmente a 26 prisioneros políticos que se hallaban detenidos luego del Golpe de Estado. Una de las víctimas fue el abogado comunista Carlos Berger, de 30 años, casado con Hertz y padre de un niño de 11 meses que, de adulto, relató su historia y la de su familia en el documental Mi vida con Carlos. Su mujer tenía 26 años cuando lo asesinaron y, desde entonces, la abogado dedicó su vida a las causas de derechos humanos. En 1985, en plena dictadura, presentó la primera querella contra Arellano Stark por los crímenes de Calama, pero la Justicia rápidamente aplicó la Ley de Amnistía. Posteriormente, desde la llegada de la democracia en 1990, Hertz y otros familiares de las víctimas intentaron en diversas oportunidades que los tribunales juzgaran a los responsables de los crímenes. Pero recién en 1999 tuvieron resultados, cuando el magistrado Juan Guzmán procesó a Arellano por el caso Caravana. Cuando Pinochet regresó a Chile en marzo de 2000 luego de la detención en el Reino Unido, esta misma causa permitió su desafuero como senador vitalicio.

Arellano Stark siempre alegó inocencia, pese a que luego de liderar la comitiva en 1973 fue premiado y ascendido por Pinochet. De acuerdo a la investigación periodística La historia oculta del régimen militar, a Arellano sus compañeros de armas le decían el Lobo: “Era un hombre con carisma y don de mando dentro del Ejército. A su alrededor se había creado una mitología del hombre que había forjado el golpe, y la del oficial implacable que había recorrido el norte y el sur en un helicóptero Puma cuyo rastro fatídico era una cadena de fusilamientos”. Pero su relación con el dictador se deterioró con el paso de los meses. De acuerdo a la investigación de Ascanio Cavallo, Manuel Salazar y Óscar Sepúlveda, en octubre de 1975 sostuvo fuertes discusiones con Pinochet, debido a sus discrepancias con la conducción política del régimen y la disputa de poder con el coronel Manuel Contreras, líder del órgano represivo DINA. Finalmente pasó a retiro a comienzos de 1976, bajo la atenta mirada de Pinochet y su Gobierno.