Hay pistas distintas que se puede descubrir dentro de las publicaciones sobre el problema palestino-israelí. No se trata de terceras o cuartas posiciones neutrales sino del rechazo a los criminales de guerra que se abre paso entre los extremos.
En un clima belicista, los autores israelíes no sionistas o antisionistas están sometidos a una presión dentro de Israel equiparable a la que sufrieron los pacifistas de 1914 o los intelectuales norteamericanos por parte del macartismo.
Entre las publicaciones dignas de ser recordadas está el libro del biógrafo oficial de Ben Gurión, Shabtai Teveth, Ben Gurión y el holocausto (Harcourt Brace & Co., 1996). En el capítulo “Desastre significa fortalecimiento”, Teveth escribió: “De acuerdo con él, la estratagema del sionismo es que sabe canalizar nuestro desastre no para el desaliento sino como fuente de creatividad”.
Tony Greenstein, activista israelí por los derechos palestinos y declarado hombre de izquierda, ha escrito el artículo “No en mi nombre: Yo soy un judío antisionista”.
En ese artículo dice que mientras los judíos rusos que fueron a vivir a Israel después del desplome de la Unión Soviética pueden obtener la ciudadanía israelí bajo la ley del retorno porque sus antecesores fueron judíos, ésta (la ciudadanía) es negada a los palestinos que han nacido en Israel porque no son judíos. Se aplica el jus sanguini (derecho basado en la sangre), porque se tiende a un Estado étnicamente puro y confesional, no laico ni intercultural. Lo mismo hace cerca de ellos el Estado Islámico del Este. La creación de estados teocráticos es una tendencia de hoy.
Greenstein afirma que cuando el sionismo apareció al final del siglo XIX, la mayoría de los judíos lo rechazó. Antes del holocausto, ellos fueron el grupo favorecido por los nacionalsocialistas dentro de la comunidad judía alemana. Durante el holocausto, dieron prioridad al trabajo por la construcción de un Estado antes que al salvamento de las víctimas. Como resultado del triunfo de esa tendencia sobre los israelíes democráticos, hoy día Israel es un Estado judío, no un Estado de todos sus ciudadanos.
Hamas, dice Greenstein, es el último de los “Hitlers” (otros fueron Nasser y la OLP de Arafat) que Israel fabrica para justificar un estado de guerra permanente. Hamas ha sido prácticamente creado por el Estado israelí.
Otro testimonio es el del reportero del New York Times David Shipler, ganador del Premio Pulitzer 1987, que cubrió la guerra del Líbano, autor de The Rights of the People: How Our Search for Safety Invades Our Liberties (Los derechos del pueblo: cómo la investigación por la seguridad invade nuestras libertades, 2011) yRights at Risk: The Limits of Liberty in Today’s America (Límites de la libertad en la América de hoy, 2012), que cita al gobernador militar de Gaza: “El Brigadier General Yitzhak Segev me dijo que él había financiado al movimiento islámico como un contrapeso a la OLP y los comunistas. El gobierno me dio un presupuesto para ello”.
Israel no quiere destruir a Hamas, dice la Anat Kurz, del Instituto de Estudios de Seguridad Nacional de la Universidad de Tel Aviv, experta en Hamas y terrorismo, entrevistada por Giles Fraser de The Guardian. No hay que demonizar a Hamas como terrorista. La etiqueta de terrorista siempre ha sido usada para no conversar. Hamas no es lo mismo que el Estado Islámico del Este.
Los sobrevivientes de Auschwitz, Lodz, Shoah y doscientos sesenta descendientes de víctimas del genocidio nazi han hecho este llamamiento: “Condenamos inequívocamente la masacre de palestinos en Gaza y la ocupación y colonización de la Palestina histórica… Estamos alarmados por la deshumanización racista de los palestinos en la sociedad israelí que ha llegado a niveles de histeria… Nada puede justificar el bombardeo de lugares de refugio, hogares, hospitales y universidades. Nada puede justificar privar a la gente de agua y electricidad. El lema ‘Nunca más’ debe significar nunca más para nadie”.