Perú: El escenario más probable para Castillo o Fujimori es que, cuando sean elegidos, el público peruano los rechace

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Foto: Getty Images

Indignados y atrapados.

Es la situación de muchos votantes peruanos que este domingo deciden en las urnas quién ocupará la presidencia de su país “obligados a elegir entre dos extremos”, considera el consultor político James Bosworth, autor del Latin American Risk Report.

Bosworth, quien escribe análisis sobre política latinoamericana desde hace dos décadas, cree que ninguno de los dos candidatos -el izquierdista Pedro Castillo y la derechista Keiko Fujimori- encarna la voluntad de una gran parte de los peruanos.

Tanto el maestro rural, que representa a un partido marxista, como la hija del expresidente Alberto Fujimori, preso por delitos de lesa humanidad, son rechazados por parte de un pueblo que sufre el hartazgo de la corrupción y que “ya no cree que el proceso político pueda resolver sus deseos de cambio”, explica Bosworth.

Mientras tanto, los sondeos favorecen a Castillo con un corto margen de diferencia y no pronostican un claro ganador, pero prevén un alto porcentaje de indecisos y de votos en blanco (sin opción) y viciados (nulos), que señalan el escepticismo generalizado de muchos.

“El hecho de que Castillo sea el favorito en las encuestas habla de lo poco que gusta Fujimori a los votantes”, resume Bosworth para BBC Mundo.

Lo que sigue es una síntesis editada por motivos de claridad del diálogo telefónico con el analista político estadounidense, columnista del Washington Post y del Financial Times.

Las elecciones de este domingo en Perú son las más polarizadas en décadas. Un maestro rural socialista (Pedro Castillo) contra una empresaria derechista que encarna el fujimorismo (Keiko Fujimori). ¿En qué situación deja este dilema electoral a los votantes peruanos?

Los votantes se han visto obligados a elegir entre un candidato de extrema izquierda y una candidata de extrema derecha. Están atrapados entre dos extremos.

Pedro Castillo es el potencial ganador, según los sondeos. Y no porque los peruanos sean secretamente marxistas.

Los dos candidatos que llegaron a la segunda vuelta [Castillo y Fujimori] son los que menos gustaban en la primera. Ambos tenían los niveles más altos de desaprobación. Pero muchos peruanos eligieron abstenerse o emitir un voto de castigo a través del voto nulo o en blanco.

Es una señal de algunos problemas de la democracia en Perú porque los votantes ya no creen que el proceso político pueda resolver sus deseos de cambio.

Ahora bien, muchos votantes quieren cambio. Y, en esta segunda vuelta, Castillo ha logrado recabar parte de ese impulso a favor del cambio.

Sin embargo, los peruanos que votan por Castillo no lo hacen porque quieran políticas radicales de extrema izquierda. Votan por Castillo porque él es el candidato que representa un cambio en el tablero político actual en Perú.

Es un cambio radicalmente opuesto a lo que representa Keiko Fujimori. ¿Qué papel juega el antifujimorismo en estas elecciones?

Es la extrema derecha versus extrema izquierda. Pero también la aversión a Keiko Fujimori.

Parte de ello se debe a quién es su padre [el expresidente Alberto Fujimori, 1990-2000] y parte a quién es ella, a las acusaciones de corrupción en su contra y a sus acciones como líder parlamentaria en los últimos años.

No se trata solo del legado de su padre. Hay muchas razones por las que muchos votantes desconfían de ella, más allá de lo que ocurrió con su padre en los años 90.

El hecho de que Castillo sea el candidato favorito en las encuestas habla de lo poco que gusta Fujimori a los votantes.

Si hubiera un candidato distinto de extrema derecha, como López Aliaga [de Renovación Popular] o Hernando de Soto [de Avanza País], probablemente ahora mismo esa persona encabezaría los resultados.

Sin embargo, algunos antifujimoristas declarados, como Mario Vargas Llosa, ven a Keiko Fujimori como “el mal menor”. El premio Nobel de Literatura (de conocida tendencia derechista) pidió votar por ella en la segunda vuelta para “salvar al país del totalitarismo”.

Muchas figuras que eran previamente antifujimoristas, pero que al mismo tiempo son miembros del viejo establishment político, están animando a la gente a votar por Keiko Fujimori.

Pero a la mayoría de los peruanos no les convence el respaldo de quienes hicieron política hace 30 años. [Vargas Llosa fue candidato presidencial en 1990].

Los apoyos políticos de esas personas son un sinsentido porque no representan a un nuevo Perú.

Yo comprendo el punto de vista de Vargas Llosa, pero su respaldo a Fujimori es más bien un fenómeno mediático.

Es algo que podría entusiasmar a algunos votantes, pero que al peruano promedio no le importa. No va a determinar su voto.

En el debate presidencial del domingo, Castillo planteó “una nueva Constitución para terminar con todas las desigualdades”. Los paralelismos con el proceso Constituyente de Chile -y su giro a la izquierda- resultan tentadores. ¿Cómo se comparan entre sí?

En primer lugar, Castillo se sitúa en una izquierda mucho más radical. Pero, además, es muy interesante el hecho de que en Chile no solamente hubo un movimiento a la izquierda, sino que también hubo un rechazo a muchos partidos políticos de izquierda y de centro-izquierda con el ascenso de grupos independientes.

Se vio un colapso de muchos partidos políticos, un aumento de candidatos independientes (ajenos a partidos políticos) y un alto interés por parte de los votantes jóvenes en la búsqueda de nuevas voces políticas.

En muchos casos, esas nuevas voces políticas tienden más a la izquierda que a la derecha. Pero la cuestión principal no es su izquierdismo -como ocurre en el caso de Castillo- sino en el hecho de que están dispuestas a hacer una política diferente a la que se hizo en las últimas décadas.

Efectivamente, Castillo ha prometido una reforma constitucional. Y una de las cosas más importantes que le podría ocurrir a la democracia peruana es que haya una reforma que refleje la voluntad del pueblo peruano y no la consolidación en el poder de Pedro Castillo.

Debería haber una reforma constitucional que cree instituciones que permitan transferencias pacíficas del poder y una mejor gobernabilidad. Si, por el contrario, solo se busca la perpetuación de quien esté en el poder, será un desastre.

Varios expertos coinciden en que las movilizaciones recientes en distintos puntos de Latinoamérica – las protestas en Colombia, el estallido social en Chile, las protestas de noviembre en Perú- simbolizan el resurgimiento de una “nueva izquierda” en la región. ¿Está de acuerdo?

Es un error situar a América Latina en esa especie de péndulo entre la derecha y la izquierda. Lo que se ve en la región no es un giro a la izquierda. Por ejemplo, las elecciones en Ecuador fueron un giro a la derecha.

Más bien, lo que vemos son votantes indignados con el establishment político. Y muchos de los movimientos están liderados por jóvenes que no creen en lo que se debatía hace 20 o 30 años.

La pink tide (la denominada “marea rosa”, la mayor influencia en el siglo XXI de la izquierda en América Latina, que comenzó con la elección de Hugo Chávez en Venezuela en 1998) era antineoliberal. El neoliberalismo estaba en la agenda económica en la década de 1990. Y las “mareas rosas” se oponían a ese neoliberalismo.

Lo que vemos ahora no es ese tipo de dicotomía derecha-izquierda porque ya no estamos debatiendo el neoliberalismo o la pink tide en Latinoamérica. Lo que vemos ahora es un rechazo a gran escala de las clases políticas.

Hay un movimiento antipartido político en América Latina. Y esa retórica del antipartidismo supone un riesgo para la democracia porque, en los países en donde los partidos se ven mermados, pueden nacer espacios para que asciendan caudillos que quieran consolidarse en el poder.

¿En qué se traduce ese antipartidismo en la situación actual de la región y de Perú?

Lo que se ve en Chile, en Colombia, en Perú o en Brasil es una ruptura con los partidos políticos.

Los jóvenes tratan de organizarse formando entre ellos nuevos movimientos políticos, pero se niegan a establecer el tipo de organización que les resultaría más eficiente para hacer política.

Por ejemplo, en Chile los partidos independientes organizaron dos grandes listas para la Convención Constitucional. Sin embargo, se niegan a llamarse a sí mismos partidos políticos. Eso me resulta fascinante porque está claro que sí lo son.

El antipartidismo que vemos en Latinoamérica es lastimoso porque obstaculiza la organización de quienes realmente quieren hacer cambios políticos.

Una de las razones por las cuales los votantes de Perú están indignados con la clase política son los escándalos de corrupción que han ocurrido en los últimos años.

Y la gente en Perú quiere cambio, pero al mismo tiempo rechazan los partidos políticos. Y a fin de cuentas, si quieres un cambio político necesitas crear una organización y una estructura, y participar en las elecciones.

Contribuye a esa sensación que los presidentes peruanos de los últimos años se hayan visto salpicados por la corrupción.

Es un problema cíclico. Los votantes peruanos se sienten constantemente decepcionados con los resultados electorales porque eligen a políticos aparentemente anticorrupción que terminan resultando corruptos.

Y no basta con que un político se defina como anticorrupto porque el liderazgo individual no es suficiente para combatir la corrupción; tiene que haber grupos que implementen instituciones que luchen contra la corrupción.

Uno de los retos de estos comicios es que ningún candidato ha abarcado ese movimiento anticorrupción ni hay ningún líder que lo represente.

Por un lado, Keiko Fujimori está siendo investigada por corrupción.

Por otro, no hay acusaciones contra Pedro Castillo, pero este tampoco tiene en su programa un plan anticorrupción con el que vaya a institucionalizar las reformas que son necesarias para eliminar la corrupción del sistema.

Todos los presidentes peruanos que han asumido el cargo en los últimos 20 años, a excepción de uno, han decepcionado al público y han visto descender sus índices de popularidad rápidamente.

El escenario más probable para Castillo o Fujimori es que, cuando sean elegidos, el público peruano los rechace.

Es un mensaje duro. Pero las intenciones de los votantes peruanos deben canalizarse a través del sistema, y no parece probable que eso vaya a ocurrir con ninguno de los dos candidatos que aspiran a la presidencia.