¡¡Qué felicidad con Facebook!!

Por Carlos Rodriguez San Martín con datos de agencias, medios y propios
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Facebook. Mark Zuckerberg y Haugen

Te gusto, dame un “like” a cambio acepta mis condiciones y te suministrare el placer que estás buscando, no importa si es odio, discriminación, preconceptos, anorexia, bulimia y todas las mariconadas que te pueden hacer falta.

Un bestseller mundial

La novela 1984 de A. George Orwell se ha convertido recientemente en un bestseller mundial. Todo por la pandemia, el cambio trascendental en nuestra manera de comunicarnos. La gente siente que algo anda mal en el ecosistema digital.

Cuando Orwell escribió su obra prima allá por 1949 se establecieron paralelismos con Hitler y Stalin; los regímenes autoritarios de Eurasia y Oceanía, en la narración. Orwell relató un futuro de vértigo ilustrando un doble pensamiento. Contradicciones como el de un ministerio del Amor que se ocupaba del dolor y el sufrimiento, otro de la Paz que en realidad desataba la guerra; máquinas de escribir que producían pornografía para sobornar a las masas. En 1984, las personas estaban controladas por la amenaza de daño. ¿Qué ha cambiado ahora? Es una pregunta contradictoria, amenazante.

En 1984 la televisión te observa y todo el mundo espía a todo el mundo. El personaje central de la novela, Winston Smith, se oculta de la vista de la cámara que todo ve para escribir un diario en el que refleja su propia visión de sí mismo y de su mundo interior. Sabe que su acto de escribir lo abocaría a la pena de muerte si es descubierto.

Cuando finalmente sucumbe a la tortura confiesa que “dos más dos es igual a cinco”. Había descubierto que realmente pueden “meterse dentro de ti” y que “algo se muere dentro de tu pecho, quemado y cauterizado”. Es una comprobación amenazante; la red social, con Facebook.

Un paralelo con 2021: Facebook

Haciendo un paralelo con 2021 las redes sociales ven todo -el Gran Hermano-, tiene un nombre moderno en Mark Zuckerberg, una de las personas más acaudaladas del planeta, quien ha desarrollado una plataforma tecnológica usada por más de 3.000 millones de personas en el mundo cuya característica central es proporcionar felicidad a sus usuarios (clientes los llama según Edward Snowden, prostitutas) cuando en realidad suministra dependencia en cada gesto, cada compra, cada comentario qué hacemos y alimenta una presencia omnisciente en nuestras vidas, capaz de predecir todo. Incluso nuestras preferencias de elección.

Así, el “cliente”, se ha convertido en una mercancía a la que se le altera la etiqueta en su forma de ver las cosas. El filósofo y escritor surcoreano Byung-Chul Han dice que la digitalización nos hace obsesivos de la información y los datos, o sea las no-cosas, alterando las emociones de las personas. “Hoy todos somos infomaníacos. Incluso tenemos el concepto de datasexuales, las personas que obsesivamente recopilan y comparten información sobre sus vidas personales”. El escritor surcoreano es un Orwell moderno.

Orwell entendió que los regímenes opresivos siempre necesitan enemigos. En “1984” mostró cómo estos pueden crearse arbitrariamente atizando las emociones de la gente a través de la propaganda. Pero en su descripción también previó cómo actúan las multitudes digitales.

Obligado, como todos los demás a contemplar la violenta grabación con ese título. Winston Smith se da cuenta de que lo horrible del régimen no era que a uno lo forzaran a tomar parte, sino que era imposible no hacerlo. Un espantoso éxtasis de miedo y sed de venganza, un deseo de matar, torturar, machacar rostros con una maza parecía fluir a través de todo el grupo como una corriente eléctrica.

El lunes 4 de octubre el torrente eléctrico de Facebook dejó de emitir señal. Una alarma para sus 3.000 millones de “clientes” forzados entonces a la oscuridad por la falta transversal de la comunicación que hasta ese día fluyó aligerando nuestro empeñoso universo digital. Un día después una exejecutiva de la compañía del diminuto multibillonario desató un escándalo descomunal en audiencia ante un Comité de la Cámara de Representantes del Gobierno norteamericano. La ex funcionaria develó bajo protección fiscal que su exjefe estaba cometiendo delitos federales al inducir a las personas a consumar violencia y discriminación para obtener beneficios económicos.

Un par de años atrás el consultor informático Edward Snowden recopiló archivos confidenciales de las agencias de inteligencia de los Estados Unidos y fugó con señales encriptadas a China. En un inhóspito hotel de Hong Kong denunció a dos periodistas que la agencia se había convertido en un brazo articulador de control planetario. Snowden nunca más pudo volver a su país porque afrontaría una condena de por vida por “traición a la patria”.

El consultor informático relató sin miramientos el esquema de seguridad que se había montado en una zona inhóspita de EEUU donde se construyó un monumental complejo logístico que recopilaba información bajo el término “vigilancia indiscriminada”.

Snowden dijo: “a mí me queda más claro el término “vigilancia masiva” porque “indiscriminada” en mi opinión suena a algo propio de una oficina de correos o de un departamento de limpieza especialmente ocupados y no a un intento histórico por conseguir acceso completo a los registros de todas las comunicaciones digitales existentes y adueñarse clandestinamente de ellas”.

Orwell identificó la colusión voluntaria en el odio que semejantes movimientos puede incitar. Y por supuesto, su Winston lo nota consigo mismo. El terror en 1984 es la aniquilación del yo y la destrucción de la capacidad para reconocer el mundo real.

Un Mundo Feliz

Mucho antes de Orwell, Aldous Huxley escribió “Un Mundo Feliz”, en el que un Estado totalitario distribuye un medicamento llamado “soma” para que todos se sientan felices administrando placer. Un mundo futuro deshumanizado en el que la sociedad está dividida en un sistema de castas en el que los individuos están creados y alterados genéticamente.

La novela describe un mundo utópico, irónico y ambiguo donde la humanidad es permanentemente feliz, donde no existen guerras ni pobreza y las personas son desinhibidas, tienen buen humor, son saludables y tecnológicamente avanzadas. La ironía de esta perfección creada por el ‘Estado mundial’, la entidad que gobierna en este mundo feliz, es la aplicación de medidas que eliminan a la familia, la diversidad cultural, el arte, la ciencia, la literatura, la religión y la filosofía.

El poderoso Zuckerberg de la edad moderna

El lunes 4 de octubre fue un día fatal para Zuckerberg, el CEO de Facebook perdió en menos de 4 horas unos 3.5 billones de dólares, desde que dejaron de emitirse las consistentes señales de la red que genera propaganda personal para sus “clientes”. Un mes antes Frances Haugen, ex ejecutiva de Facebook con pruebas incontrastables acudió puntual a entrevistas con el diario The Wall Street Journal desnudando un sistema de control tejido por la red que puede clasificar los intereses de su “clientela” por edades, gustos y preferencias.

Lo que ella denominó “algoritmos que alientan una discordia que a veces cuesta vidas; que sus herramientas están diseñadas para crear dependencia y aumentar el consumo; que hacen poco por controlar al crimen organizado o que es mentira, que traten a sus más de 3.000 millones de usuarios por igual”. Y, lo que más ha encendido los ánimos en Estados Unidos, que sus gestores sabían que lo que ofrecen asoma a una porción nada desdeñable de las adolescentes (13%) al vértigo de los pensamientos suicidas y la anorexia. Todo ello, según Haugen, solo por dinero.

Finalmente, Haugen reveló su identidad en televisión en horario de máxima audiencia. El martes 5 compareció ante el Senado para exigir a los legisladores que pongan coto a Silicon Valley en nombre de la protección de la infancia y la adolescencia. Sentada ante los congresistas, con los ojos bien abiertos, la “garganta profunda” de Facebook encaró con su cara de ciudadana ejemplar el arquetipo netamente estadounidense que popularizó James Stewart en el clásico del cine político de Frank Capra sin espada: el del individuo que decide enfrentarse al poder por sus ideales.

Vencidos los nervios iniciales, Haugen parecía disfrutar de las luminarias. Los senadores de ambos partidos aparcaron por un rato sus diferencias y la trataron con cortesía. Ella aguantó durante más de tres horas y hasta tuvo algún golpe genial, como cuando sugirió una salida digna para Facebook: “Declárense en bancarrota moral y admitan sus errores”. O como cuando a la pregunta de si se podía considerar a Zuckerberg el último responsable de esos algoritmos, planteó un sinuoso argumento que desembocaba en la culpabilidad del magnate sin acusarlo directamente.

Esa misma noche, después de un mes de escándalos, el aludido rompió su silencio con un comunicado de 1.200 palabras en las que, por no decir, no decía ni el nombre Haugen. El escándalo de estas semanas ha abortado muchos de los planes de nuevos desarrollos de la empresa, y no solo la herramienta Instagram Kids, ya que quedó aparcado a finales del mes pasado.

Un poco de su historia

Cómo la hija de un doctor y de una profesora metida a pastora episcopal ha logrado poner en jaque al Goliat tecnológico tiene también mucho de cuento moral, que aquí reconstruimos a partir de sus confesiones al Journal y a la CBS.

Recuperada de una crisis amorosa y de salud, Haugen fue contratada por Facebook en 2019. Se enroló en un departamento llamado de Integridad Cívica, dedicado a hacer de la red social un lugar sano y limpio de falsedades para la comunicación política. No le fue demasiado bien.

Cuando pasaron las elecciones que hicieron a Joe Biden presidente, se desmanteló el equipo, que la empresa había constituido tras sufrir un duro golpe de reputación por el escándalo de Cambridge Analytica, empresa que obtuvo los datos de millones de usuarios con supuestos fines académicos, que luego fueron usados, entre otras cosas, en la campaña de 2016 a favor de Donald Trump. Haugen contactó ese mismo día por un sistema de comunicación encriptado con un periodista del The Wall Street Journal.

El asalto al Capitolio del 6 de enero, organizado ante la privacidad de Facebook, fue la fresa sobre la torta. En marzo, se mudó desencantada a Puerto Rico para teletrabajar. Ahí es cuando empezó a recopilar material de Workspace, una red social dentro de la red social accesible a los 60.000 trabajadores de la compañía.

Le sorprendió la cantidad de información sensible al alcance de cualquiera de ellos. Cuando estuvo claro que no continuaría en su puesto dejó un último mensaje en ese foro: “No odio Facebook, la amo y quiero salvarla”. Y entonces, se puso en contacto con Whistleblowers Aid, organización sin ánimo de lucro que ayuda a quienes tienen material sensible que difundir en nombre de la salud democrática. Esas revelaciones están amparadas por la ley estadounidense.

Reflexiones finales

A partir de las revelaciones de Haugen una montaña de especialistas de todo el mundo han salido a pergeñar salidas desencantados por el control que ejerce la red social han colgado un sinnúmero de apuestas que apuntan la falta de ética y moral de Facebook que alimenta odio y discriminación como en la ficción de Orwell o en “Ensayo sobre la Ceguera” de José Saramago cuando una capa blanca interfiere la visión de los más pobres dejándolos lúgubres y desolados en las grandes ciudades.

“Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven”, dice el autor portugués. “El miedo ciega”, prosigue. “Ante la muerte, lo que se espera de la naturaleza es que los rencores pierdan su fuerza y su veneno, cierto es que se dice que odio viejo no cansa”.

Es para creerlo una reflexión escrita hace por lo menos 20 años una semblanza desgarradora de la ceguera que nos afirma el universo “clientelar” de la red social de 3.000 millones de internautas. “Los hombres están ciegos, se mueven como autómatas, reciben órdenes que cumplen sin preguntar por la razón de esas indicaciones, y la sociedad se sumerge así en un letargo cuya metáfora es esta ceguera que llena de espanto a sus personajes”.

Un grupo de académicos españoles han señalado después de conocer las revelaciones de Haugen lo sencillo que es reducir hasta el mínimo la audiencia potencial. “Así pueden convertir una herramienta de publicidad en una pesadilla de privacidad”, afirman.

Antes ya se había demostrado que un grupo pequeño de actividades cotidianas puede identificar a una sola persona. “Los intereses de Facebook también lo permiten: con solo 4 intereses raros o 20 generales la red es capaz de mandarse un anuncio a una sola persona de entre los más de 3.000 millones que tiene esta red. “No pensamos que fuera posible identificar a grupos tan pequeños de usuarios”, han señalado.

Orwell y Huxley se anticiparon a su época. “Ensayo sobre la Ceguera” de José Saramago confluyó el drama con aspecto gris. Snowden y Haugen son parte del mismo argumento. La conclusión desgarradora es que será difícil que el Gobierno de los Estados Unidos modifique el indicador y mueva el brazo de las agencias de seguridad que han estado ensayando los mismos métodos a cambio de permitir que Mark Zuckerberg acepte con un mínimo de decoro que es portador de la voz del mismo sistema en el que nadan tan bien entre ellos.

“Los hombres están ciegos, se mueven como autómatas, reciben órdenes que cumplen sin preguntar por la razón de esas indicaciones, y la sociedad se sumerge así en un letargo cuya metáfora es esta ceguera que llena de espanto a sus personajes”.

José Saramago