¿Qué pasa en Afganistán?

Por: David Zucchino | The New York Times
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Tras la salida de las tropas estadounidenses, los talibanes han tomado la ciudad de Kunduz, la tercera capital de provincia ocupada en tres días.

Apenas unas semanas antes de que las fuerzas estadounidenses concluyan su salida de Afganistán, los talibanes aprovecharon la coyuntura y el domingo tomaron Kunduz, una ciudad al norte del país.

Kunduz, una población de 374.000 habitantes, fue la tercera capital de provincia capturada por los talibanes en tres días, y su caída supone un golpe duro para el gobierno afgano. La ciudad, situada en la provincia del mismo nombre, es un centro comercial vital cerca de la frontera con Tayikistán.

La campaña militar de los talibanes, que ha durado todo el verano, ha obligado a las fuerzas gubernamentales afganas a rendirse y retirarse de forma generalizada. A finales de julio, el grupo había tomado el control de la mitad de los aproximadamente 400 distritos del país. Las tropas gubernamentales abandonaron decenas de puestos de avanzada y bases, a menudo abandonando armas y equipos. En muchos casos, se rindieron sin luchar, a veces tras la intercesión de los ancianos del pueblo enviados por los talibanes.

Las victorias militares de los talibanes, especialmente en el norte de Afganistán, donde la oposición a los militantes ha sido tradicionalmente más fuerte, le dieron un colofón violento a la misión militar de Estados Unidos en su guerra más larga.

A mediados de abril, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, anunció que todas las tropas estadounidenses abandonarían el país antes del 11 de septiembre y declaró que su país había cumplido hace tiempo su misión de negar a los terroristas un refugio seguro en Afganistán.

Una misión de combate que ha perseguido a cuatro presidentes —que contaron con bajas estadounidenses, un enemigo despiadado y un socio gubernamental afgano a menudo corrupto y confuso— está llegando a su fin.

Biden reconoció que tras casi 20 años de guerra —la más larga de Estados Unidos en el extranjero— estaba claro que el ejército estadounidense no podía transformar Afganistán en una democracia moderna y estable.

Al responder en julio a los críticos de la retirada, el presidente dijo: “Permítanme preguntar a los que querían que nos quedáramos: ¿Cuántos más? ¿Cuántos miles más de hijas e hijos de Estados Unidos están dispuestos a arriesgar?”.

Estados Unidos deja atrás a unos 650 soldados para custodiar la embajada de EE. UU. en Kabul. Algunos están apostados en el aeropuerto internacional de la capital, junto con las tropas turcas que acordaron proporcionar protección al aeropuerto.

Semanas después de que Al Qaeda atacara a Estados Unidos el 11 de septiembre, el presidente George W. Bush anunció que las fuerzas estadounidenses habían lanzado ataques contra el grupo terrorista y objetivos talibanes en Afganistán.

“Estas acciones cuidadosamente dirigidas están diseñadas para interrumpir el uso de Afganistán como base de operaciones de los terroristas, y para atacar la capacidad militar del régimen talibán”, dijo el presidente.

Bush advirtió que los talibanes, que entonces gobernaban la mayor parte de Afganistán, habían rechazado su demanda de entregar a los líderes de Al Qaeda que planearon los ataques desde bases dentro de Afganistán. Dijo que tenía la intención de llevar a los líderes de Al Qaeda ante la justicia, y añadió: “Y ahora los talibanes pagarán el precio”.

Ya entonces, el presidente estadounidense advirtió que la Operación Libertad Duradera supondría “una larga campaña como nunca antes habíamos visto”.

En diciembre de 2001, el líder de Qaeda, Osama bin Laden, y otros altos mandos habían huido a un lugar seguro en Pakistán, un aliado nominal de Estados Unidos. Las fuerzas estadounidenses no los persiguieron, y Pakistán acabó convirtiéndose en un refugio seguro para los comandantes y combatientes talibanes, que en los años siguientes cruzaron la frontera para atacar a las fuerzas estadounidenses y afganas.

Dentro de Afganistán, las tropas estadounidenses derrocaron rápidamente al gobierno talibán y aplastaron sus fuerzas de combate cuando el año 2001 llegaba a su fin.

En diciembre de 2001, el portavoz de los talibanes ofreció rendirse de manera incondicional, acto que fue rechazado por Estados Unidos. Casi 20 años después, Estados Unidos está pidiendo a los talibanes que acepten un alto el fuego y negocien un acuerdo político con el gobierno afgano respaldado por Estados Unidos.

En mayo de 2003, el entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, anunció el fin de las principales operaciones de combate en el país.

Después de derrotar a los talibanes, Estados Unidos y la OTAN se dedicaron a reconstruir un Estado fallido y a establecer una democracia de estilo occidental, gastando miles de millones para tratar de recomponer un país desesperadamente pobre que ya había sido devastado por dos décadas de guerra, primero durante la ocupación soviética de la década de 1980 y luego durante la guerra civil en curso.

Hubo algunos éxitos iniciales. Se instaló un gobierno prooccidental. Se construyeron nuevas escuelas, hospitales e instalaciones públicas. Miles de niñas, excluidas de la educación bajo el régimen talibán, asistieron a la escuela. Las mujeres, en gran parte confinadas en sus hogares por los talibanes, fueron a la universidad, se incorporaron a la fuerza de trabajo y se unieron al Parlamento y al gobierno. Surgieron unos medios de comunicación vigorosos e independientes.

Sin embargo, la corrupción era desenfrenada, con cientos de millones de dólares en dinero de reconstrucción e inversión robados o malversados. El gobierno se mostró incapaz de satisfacer las necesidades más básicas de sus ciudadanos. A menudo, su mandato apenas se extendía más allá de la capital, Kabul, y otras ciudades importantes.

En 2003, con 8000 soldados estadounidenses en Afganistán, Estados Unidos comenzó a trasladar los recursos de combate a la guerra de Irak, iniciada en marzo de ese año.

Los talibanes reconstruyeron su capacidad de combate, a pesar del flujo constante de tropas estadounidenses y de la OTAN, que trataron de ganarse a los afganos con promesas de nuevas escuelas, centros gubernamentales, carreteras y puentes.

Dado que los talibanes representaban una mayor amenaza militar, el presidente Barack Obama desplegó miles de tropas más en Afganistán como parte de un “incremento”, llegando a casi 100.000 a mediados de 2010. Pero los talibanes siguieron fortaleciéndose e infligieron bajas significativas a las fuerzas de seguridad afganas a pesar del poder de combate y los ataques aéreos estadounidenses.

En mayo de 2011, un equipo SEAL de la Armada estadounidense abatió a Osama bin Laden en un complejo de Abbottabad, Pakistán, donde llevaba años viviendo cerca de una academia de entrenamiento militar paquistaní. En junio, Obama anunció que empezaría a retirar las fuerzas estadounidenses y que entregaría la responsabilidad de la seguridad a los afganos en 2014.

Para entonces, el Pentágono había llegado a la conclusión de que la guerra no podía ganarse militarmente y que solo un acuerdo negociado podría poner fin al conflicto, el tercero en tres siglos en el que se ve involucrada una potencia mundial. Los combatientes afganos derrotaron al ejército británico en el siglo XIX y al ruso en el siglo XX.

Con la guerra en un punto muerto, Obama puso fin a las principales operaciones de combate el 31 de diciembre de 2014 y pasó a entrenar y ayudar a las fuerzas de seguridad afganas.

Casi tres años después, el presidente Donald J. Trump dijo que, aunque su primer instinto había sido retirar todas las tropas, seguiría, no obstante, con la guerra. Subrayó que cualquier retirada de tropas se basaría en las condiciones de combate, no en plazos predeterminados.

Pero el gobierno de Trump también había estado hablando con los talibanes desde 2018, lo que llevó a negociaciones formales que excluyeron al gobierno afgano, dirigido por el presidente Ashraf Ghani.

En febrero de 2020, el gobierno Trump firmó un acuerdo con los talibanes en el que se pedía la salida de todas las fuerzas estadounidenses de Afganistán para el 1 de mayo de 2021. A cambio, los talibanes se comprometían a cortar los lazos con grupos terroristas como Al Qaeda y la filial del Estado Islámico en Afganistán, a reducir la violencia y a negociar con el gobierno afgano respaldado por Estados Unidos.

Pero el acuerdo no incluía medidas de imposición para obligar a los talibanes a cumplir sus promesas. Y con el gobierno afgano excluido del acuerdo entre Estados Unidos y los talibanes, las relaciones con Estados Unidos se tensaron. El gobierno Trump presionó a Ghani para que liberara a 5500 prisioneros talibanes sin recibir apenas nada a cambio, lo que alejó aún más al gobierno afgano.

Tras la firma del acuerdo, los talibanes dejaron de atacar a las tropas estadounidenses y se abstuvieron de cometer grandes atentados terroristas en ciudades afganas. Estados Unidos redujo el apoyo aéreo a las fuerzas gubernamentales, limitándolo generalmente a los casos en los que las tropas afganas corrían peligro de ser superadas.

Los objetivos principales del acuerdo de 2020 eran que los líderes afganos y los talibanes negociaran una hoja de ruta política para un nuevo gobierno y una nueva constitución, reducir la violencia y, en última instancia, forjar un alto al fuego duradero.

Pero el gobierno acusó a los talibanes de asesinar a funcionarios del gobierno afgano y a miembros de las fuerzas de seguridad, a defensores de la sociedad civil, a periodistas y a trabajadores de los derechos humanos, incluidas varias mujeres tiroteadas a plena luz del día.

Debido a su fuerte posición en el campo de batalla y a la retirada de las tropas estadounidenses, los talibanes han mantenido la ventaja en las conversaciones con el gobierno afgano, que comenzaron en septiembre en Doha, Qatar, pero que se han estancado desde entonces. El Pentágono ha dicho que los militantes no han cumplido las promesas de reducir la violencia o cortar los vínculos con los grupos terroristas.

El gobierno de Biden dice que sigue apoyando las conversaciones de paz, pero los talibanes no parecen tener prisa por negociar. Tampoco han dicho explícitamente que vayan a aceptar un gobierno en el que el poder esté repartido, dando a entender, en cambio, que pretenden luchar por el monopolio del poder.

Las unidades militares y policiales se han visto mermadas por las deserciones, los bajos índices de reclutamiento, la escasa moral y liderazgo y el robo de remuneraciones y material por parte de los comandantes. Han sufrido un alto índice de bajas, que los comandantes estadounidenses han dicho que no es sostenible.

Muchas de las 34 capitales de provincia del país, tanto en el norte como en el sur, están sitiadas. Los contraataques del gobierno solo han recuperado un puñado de bases y distritos.

En respuesta a los ataques de los talibanes, los antiguos señores de la guerra afganos han movilizado milicias privadas, mientras que otros afganos se han unido a milicias voluntarias, muchas de ellas armadas y financiadas por el gobierno. Esto ha suscitado el temor de que se vuelva a los primeros años de la década de 1990, cuando las milicias rivales mataron a miles de civiles y dejaron partes de Kabul en ruinas.

Las fuerzas de seguridad también han abandonado los puestos de control en varias autopistas importantes, lo que permitió a los talibanes establecer controles de carretera e imponer peajes e impuestos a los camioneros y automovilistas.

Estados Unidos ha gastado al menos 4000 millones de dólares al año en el ejército afgano, 74.000 millones desde el comienzo de la guerra. El gobierno de Biden se comprometió a seguir apoyando a las fuerzas afganas después de la salida de las tropas estadounidenses.

Una evaluación clasificada de los servicios de inteligencia presentada al gobierno de Biden esta primavera decía que Afganistán podría caer en gran medida bajo el control de los talibanes en un plazo de dos a tres años tras la salida de las fuerzas internacionales.

La evaluación de la amenaza concluyó: “Es probable que los talibanes ganen terreno en el campo de batalla, y el gobierno afgano tendrá dificultades para mantener a raya a los talibanes si la coalición les retira el apoyo”.

 

David Zucchino es escritor colaborador de The New York Times. @davidzucchino