Trump se inclina por retirar a EE UU del acuerdo de cambio climático

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Foto: Reuters

La balanza empieza a inclinarse. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está decidido, según fuentes oficiales, a retirar a su país del Acuerdo de París sobre Cambio Climático. La medida, que no ha sido confirmada públicamente por la Casa Blanca y aún puede ser modificada, implicaría mucho más que la ruptura de un pacto o la disolución del legado de Barack Obama; la salida representaría un triunfo del aislacionismo y el avance del ala más radical de la Casa Blanca. El planeta contiene la respiración.

La decisión está en manos de Trump. Sus altos cargos señalan, según los medios estadounidenses, que la retirada ya está lista, pero la imprevisibilidad del presidente y su innata capacidad para los giros inesperados dejan abierta la puerta a una sorpresa de última hora. El propio mandatario pareció jugar al suspense cuando hoy en un tuit indicó que su conclusión se conocería “en los próximos días”.

Este plazo aviva la batalla interna que sacude la Casa Blanca. Los sectores más radicales, encabezados por el estratega jefe, Stephen Bannon, y el director de la Agencia de Protección Ambiental, Scott Pruitt, han apostado desde el inicio por la ruptura. A ellos se oponen los secretarios de Estado y Comercio, así como la hija predilecta del presidente, Ivanka, y su marido, el influyente consejero Jared Kushner. Aunque cuentan con el apoyo de las potencias europeas y la comunidad científica, nunca han logrado convencer del todo al mandatario.

El rechazo ha sido siempre la opción de Trump. Durante años, se ha mostrado renuente a aceptar el acuerdo del cambio climático. No sólo ha cuestionado que se deba a la mano del hombre, sino que considera que se trata de un pacto contrario a los intereses estadounidenses y que da ventaja competitiva a China e India. Por ello, si finalmente opta por abandonarlo, como apuntan los medios estadounidenses, la señal que enviaría es inequívoca. Estados Unidos habría consumado su giro aislacionista y dejaría en el aire el destino de otros acuerdos como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Un texto que ahora mismo, tras un rechazo inicial, está siendo negociado con México y Canadá bajo la espada de Damocles de su denuncia por la Administración Trump.

El impacto de una eventual retirada tardará meses o años en establecerse. El Acuerdo de París es básicamente político. No contiene sanciones ni medidas coercitivas. Es una expresión de voluntad de 195 naciones. Su objetivo es evitar que a finales de siglo la temperatura mundial supere en dos grados el nivel preindustrial (ahora mismo ya ha aumentado 1,1º). Para lograrlo propone limitar las emisiones de gases de efecto invernadero.

Obama firmó el pacto en 2016 y ofreció recortar las emisiones entre un 26% y 28% para 2025 respecto a los niveles de 2005. Con este fin, desplegó una ingente batería de medidas legales que Trump se ha apresurado a bloquear. El republicano ha dado vía libre a la industria del carbón y ha retirado restricciones a sectores altamente contaminantes.

En la distancia corta, Trump busca beneficiar a esos sectores deprimidos que le dieron el voto y que se quedaron industrialmente rezagados. En la narrativa presidencial, su presunta mejora responde al “interés nacional” y está por encima de sus devastadores efectos ecológicos y sociales, e incluso de los planes estratégicos de grandes energéticas, como Exxon, que en los últimos años han realizado enormes inversiones para alcanzar registros más limpios.

Pero la eventual ruptura del Acuerdo de París va mucho más allá de los límites de Estados Unidos. La decisión enviaría un mensaje devastador al mundo y tendría un efecto dominó. Al igual que ocurriera en 2001, cuando George W. Bush abandonó el Protocolo de Kioto, la marcha de Estados Unidos animaría a otros países a seguir sus pasos.

Washington estaría además abandonando a sus socios más firmes, los europeos, y dejando su lugar a China, el mayor emisor mundial. De un golpe, una iniciativa lograda tras décadas de esfuerzo perdería el sostén de la economía más potente del mundo. Y la ciencia vería cómo, ante uno de los desafíos más inquietantes de la humanidad, su principal instrumento de actuación se diluye por las tribulaciones aislacionistas de un constructor de Nueva York.