Una pandemia atípica. Brasil sobrevive a los ataques de su presidente

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Jair Bolsonaro héroe o villano. El jefe de Estado brasileño pasó gran parte de la Covid-19 sin máscara de protección, endulzando el oído a los militares, promoviendo fake news y contribuyendo a la normalidad en medio de alarmantes índices de contagios. Hasta que cayó contagiado.


Un caso muy especial sobre el manejo político de la pandemia está pasando en Brasil. El presidente Jair Bolsonaro sufre, constantemente, el asedio de los medios de comunicación a los que ignora prevaleciendo en él un espíritu desafiante, sin importarle la transmisión de la enfermedad entre los brasileños, incitando a la gente a salir de sus casas a trabajar. Ha levantado sospechas en el mundo y ya se lo califica como un caso atípico. Y hasta patológico. Durante el inicio de la pandemia ironizó que el nuevo coronavirus era una simple “gripesinha” y, posteriormente, dijo que no podía hacer nada porque no era Mesías, pese a que su segundo nombre es precisamente ese. En plena crisis sanitaria cambió al ministro de Salud, Luis Henrique Mandetta, considerado pieza fundamental en el combate contra la pandemia de la Covid -19. Puso en el cargo a su amigo, el empresario Nélson Teich, pero después de menos de un mes lo destituyó y desde entonces quien preside el ministerio es Eduardo Pazuello, un militar que no entiende de salubridad pública. Estos cambios abruptos en sus entornos le han sumado adversarios entre los gobernadores estaduales con los que mantiene una permanente fricción. Pero, quizá la peor relación es la que mantiene con el Tribual Supremo Federal (TSF).

Mientras los contagios crecen de manera alarmante en Brasil, su presidente vuelve una y otra vez a generar polémicas. Trató de hacer cambios en el comando de la poderosa Policía Federal (PM), que bajo su cargo tiene la virtud de intervenir muy de cerca los mandados del TSF; el papel importante de la institución en conducir investigaciones complejas; léase en el caso Lava Jato, que puso a la cárcel a un connotado número de políticos de primer orden y a poderosos empresarios corruptos. Al parecer, ese rol que ejecuta la PM no le gusta más al presidente cuando la justicia dispone que investigue a la familia del presidente.

El ministro de Justicia Sergio Moro, que se sumó al equipo de Bolsonaro en la campaña electoral y se constituyó en pieza clave para el triunfo del por entonces candidato a la presidencia, no aceptó la intervención del Poder Ejecutivo en los relevos que pretendía ejecutar el presidente en la PM nominando a un amigo personal de la familia al mando de la institución, mientras apuraba investigaciones por irregularidades que apuntan a los hijos del presidente: Eduardo y Carlos Bolsonaro en la transferencia de fondos y negocios ilegales. Además, por articular campañas de desprestigio contra el TSF y favorecer la difusión de “fake news”. Encima de este pastel pesado de digerir, el diputado Eduardo Bolsonaro, llegó a señalar que una ruptura del sistema democrático brasileño era inevitable.

Pero vayamos por partes. Aunque lo niegue, todo asegura que el Planalto – la casa de Gobierno en Brasilia – ordenó que todos los fines de semana grupos bolsonaristas protesten en las calles frente a la sede del Poder Ejecutivo con letreros que piden la intervención militar y la disolución del TSF. Dos fuertes motivos para que los medios brasileños y otros del mundo como el The New York Times proclamen la posibilidad de un “golpe de Estado”. La denuncia de Moro, otrora la estrella del gabinete de Bolsonaro, de que el presidente estaba indicando nominaciones a dedo para el control de la PM, debe leerse como una advertencia de que el jefe de Estado estaba violando la constitución. El TSF apuró investigaciones para conocer quiénes estaban detrás de la organización de las manifestaciones que exigían la “intervención militar” y la “disolución del TSF”. Cuando los periodistas consultaban sobre esta situación inédita al presidente, este con total desprecio llegó a proclamar “yo soy la constitución” dejando señales de que podía ejercer el poder saltando la independencia de los poderes del Estado para hacer lo que mejor le viniera en gana, desconociendo los procedimientos constitucionales del país.

Caso similar ocurrió con la destitución del ministro de Salud Luiz Henrique Mandetta, elevando el aire denso de un ambiente ya de por sí cargado por el crecimiento de los contagios del nuevo coronavirus en la población brasileña. Mientras Mandetta insistía en el distanciamiento social, Bolsonario invitaba a la gente a salir a trabajar para evitar el paro de la economía que comenzó a sufrir trastornos con caídas abruptas en sus índices de crecimiento. Se calcula que este año la contracción económica bordeará un 10%. Este cuadro se dramatizó con el anunció de una corrida de capitales privados del Brasil.

Las manifestaciones de sus adherentes que primero estaban focalizadas en Brasilia crecieron en otros estados con enfrentamientos que ya entonces involucraron a grupos de fanáticos del fútbol “torcedores” que salieron a las calles unos a favor y otros en contra del presidente.

A todo esto, Bolsonaro se abrió una disputa innecesaria con los gobernadores de Rio de Janeiro y de Sao Paolo. Con el primero, que exigía el esclarecimiento de las denuncias por enriquecimiento ilícito que apuntaban al hijo del presidente cuando formó parte del colegiado de ese gobierno estadual y, con el segundo, por el manejo de la pandemia. El gobernador del Estado de Sao Paolo pedía cuarentenas rígidas, pero Bolsonaro, burlándose de las recomendaciones, invitó a los brasileños a usar el remedio hidroxicloroquina para combatir la Covid-19. En otra de sus declaraciones polémicas dijo que él tomaba el remedio todos los días. Y ante el incremento de las víctimas de la Covid -19 tuvo otro comentario hiriente: “Lamento todos los muertos, pero ese es el destino del mundo”.

Pero la gota que rebalsó el vaso ha sido la relación estrecha que mantiene el presidente con la cúpula militar. Varios medios influyentes recordaron que Bolsonaro tiene grado en el Ejército, pero que no había sido precisamente una lumbrera en su tiempo de alumno de la institución. El punto de quiebre – recordaron los medios brasileños- el nefasto periodo de la dictadura militar entre 1964 y 1980. El The New Yok Times señaló que Brasil estaba “bajo la amenaza de un golpe militar para proteger el poder del presidente y de sus aliados”. El diario norteamericano afirmó que la actitud del presidente brasileño colocaba en riesgo a la mayor democracia de América Latina.

The New York Times afirmó asimismo que “casi la mitad de su gabinete está compuesto por figuras militares. Ahora él cuenta con la amenaza de una intervención militar para alejar los desafíos de su presidencia”, dice parte de la publicación y agrega que “el círculo interno de Bolsonaro parece estar clamando para que los militares entren en la pelea”.

Pero eso no es nada comparando la declaración del pastor Siles Malafaia de la Iglesia Unidos Brasil que argumentó que las Fuerzas Armadas tenían el derecho de impedir que los tribunales derrumbasen al presidente, señalando que “no es golpe, es colocar orden donde hay desorden”. Bolsonaro tiene un amplio apoyo de las poderosas iglesias evangélicas a las que se las ha dispensado de trámites urgentes con las oficinas de recaudaciones impositivas y gozan de ventajas inéditas. A estas declaraciones se suman la de los hijos del presidente que no han tenido el menor empacho en lanzar proclamas para la intervención del Ejército, insinuando un golpe de Estado.