La herencia maldita

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El vocablo maldito se utiliza para designar la maldad enquistada como raíz en el ser humano que puede llevar signos diabólicos a medida que esa maldad se hace latente. La maldad puede convertirse en una enfermedad si se hace crónica, los psiquiatras dicen que degenera en violencia y destrucción. Quizá esa maldad enraizada en los orígenes de una sociedad tenga que ver con la destrucción de los monumentos históricos que se ha convertido de un tiempo a esta parte en un gusto poco refinado de odio contra símbolos que incomodan a determinados sectores, sociológicamente hablando, que nada tiene que ver con el gusto estético, costumbres, tradiciones, valores del pasado, modos de vida y gustos por modelar la identidad de determinados sectores humanos. Ha sucedido en países del primer mundo y sucede por estas latitudes poco menos civilizadas. En los Estados Unidos grupos abolicionistas derrumbaron hace poco el monumento de Abraham Lincoln, considerado un símbolo fundacional del país. El caso no tendría explicación plausible, ya que Lincoln abolió la esclavitud, pero ha sido atacado con inusual violencia por grupos que reclaman para sí mejores condiciones de vida y abogan por sus derechos.

En Jamaica los descendientes de esclavos están pidiendo una “reparación financiera” al Reino Unido de 10 billones de libras. “Nuestros ancestros fueron desposeídos de sus casas y sufrieron atrocidades indescriptibles forzados a realizar trabajos en beneficio del Imperio Británico. Llegó la hora de corregir esa situación”, ha señalado la ministra de Cultura y Juventud Olivia Grange. Que se sepa los jamaiquinos no han destruido nada parecido a monumentos históricos porque lejos veneran el que se erige en su templete Rastafari en homenaje a Bob Marley. Se calcula que 125 millones de africanos fueron forzados a trabajar en monocultivos y 600 000 desembarcaron en Jamaica.

Namibia exige a Alemania responsabilidad y compensación económica por 1,1 billones de euros por la masacre de los pueblos Nana y Hereró (1904 a 1908).

Canadá reconoció el genocidio de los Tutsis a manos de los Hutus en Ruanda en 1994.

Bélgica se resiste a admitir los desatinos cometidos por el Rey Leopoldo en la República de Congo. Varios monumentos del monarca han sido destruidos en señal de protesta en territorio belga.

En Portugal el monumento de Los Descubrimientos, ha sido escrachado en protesta por los excesos de la Colonia Británica. Es, como se ve, una ola que persigue y alienta que se haga justicia.

Son señales de los tiempos modernos que antaño fomentaron el idilio de sus figuras públicas en sus conquistas a los que erigió monumentos en señal de reconocimiento. En todos los casos se mezclan elementos de una indiscutible tradición histórica y cultural a las que ahora se añaden las atrocidades, genocidios, vejámenes y otras maldades que se han cometido.

Quienes los precedieron no eran precisamente sus ídolos, pero sí sus representados. A eso sigue la creciente ola de descontento por esa herencia maldita que está siendo destruida. En Bolivia la marmolada figura de Cristóbal Colón ha sido vejada y se ha quedado sin nariz.

 

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