¿Cómo lograr una elección incontestable, pese a la polarización? Bolivia tiene la respuesta

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Durante el último año, la democracia boliviana se vio afectada cuando los enfrentamientos partidistas llenaron sus calles y creció la desconfianza hacia el gobierno. Sin embargo, logró realizar una elección tranquila e indiscutible. ¿Qué puede enseñarle este proceso a otras democracias bajo asedio?

A medida que el nacionalismo, la desinformación y la pandemia han surgido como amenazas para la democracia, y mientras Estados Unidos se conmociona por una elección presidencial; Bolivia, una nación relativamente pequeña que ha vivido en medio de la agitación política durante la mayor parte de sus 195 años de historia, logró organizar una votación libre y justa.

Lo hizo en medio de una polarización extrema y divisiones raciales, luego de protestas violentas, y mientras luchaba contra la desconfianza de los votantes y contra uno de los peores brotes de coronavirus en el mundo.

Luis Arce, exministro de Economía, ganó con el 55 por ciento de los votos, una clara señal de que gran parte del país respaldó el proyecto socialista de su partido. Las temidas protestas masivas y los estallidos de violencia nunca sucedieron. Y la participación de los votantes alcanzó un récord histórico de casi el 90 por ciento.

Los analistas políticos dicen que el improbable logro de Bolivia sucedió, en parte, por el agotamiento ante la incertidumbre, un plan gubernamental bien recibido para la votación y la promesa del candidato dominante de respetar los resultados. Aunque tiene menos recursos y más desafíos que muchas naciones, ¿es posible que Bolivia le haya dado al mundo un capítulo de enseñanza?

Mientras se acercaban las elecciones del 18 de octubre, Bolivia estaba profundamente dividida entre partidarios y críticos de Evo Morales, un líder de gran importancia que fue el primer presidente indígena del país.

Durante 14 años, Morales gobernó Bolivia y transformó el país al sacar a cientos de miles de personas de la pobreza, incluidos muchos indígenas bolivianos que durante siglos habían sido marginados socialmente. La elección de Morales fue histórica, pero perdió partidarios al perseguir a sus oponentes, acosar a los periodistas e inclinar el poder judicial a su favor.

A fines de 2019, su intento de postularse para un cuarto mandato terminó en acusaciones de fraude electoral y peticiones de los manifestantes para que renunciara. Poco después, la policía y las fuerzas armadas se unieron a esas demandas y Morales huyó del país. Sus partidarios calificaron su derrocamiento como un golpe de Estado.

En el turbulento año posterior a esos sucesos, el país fue gobernado por una presidenta temporal, Jeanine Añez, quien persiguió a los aliados de Morales y aterrorizó a gran parte de la población indígena con una dura retórica en contra de la gestión de su predecesor.

Después de que Añez asumió el poder, al menos 23 personas indígenas fueron asesinadas durante manifestaciones a favor de Morales. Los agentes estatales fueron los responsables, según un informe reciente de la Clínica Internacional de Derechos Humanos de la Facultad de Derecho de Harvard y la Red Universitaria por los Derechos Humanos. Nadie se ha hecho responsable por esos fallecimientos.

Muchos indígenas bolivianos temían que un futuro con Añez, o cualquier candidato conservador, significaría un regreso al pasado.

Los candidatos que participaron en las elecciones fueron Arce, el sucesor elegido por Morales, y Carlos Mesa, un expresidente.

Mientras llegaba el momento de la votación, muchos simpatizantes de ambos bandos estaban llenos de ira. Había una confianza limitada en el sistema electoral y una preocupación generalizada de que el resultado, cualquiera que fuese, desencadenaría la violencia de los votantes furiosos.

“Estamos todos con miedo”, dijo Aida Pérez, de 27 años, partidaria de Mesa, en el período previo a la votación. Dijo que, después de las últimas elecciones, los partidarios enojados de Morales le habían lanzado piedras.

Los observadores electorales provenientes de todo el mundo, así como expertos y votantes bolivianos, atribuyeron el éxito de la votación a varios factores.

Primero, a raíz de la crisis de 2019 y la desconfianza que generó en el sistema electoral, Bolivia trabajó para reparar las fallas y lagunas en sus instituciones y los procesos que ocasionaron problemas.

El país reformó su tribunal electoral que antes estaba lleno de personas leales a Morales. Esto se hizo con la colaboración de varios sectores: el nuevo presidente del tribunal, Salvador Romero, fue designado por Añez, pero solo después de una negociación entre los miembros de los principales partidos.

Luego, durante los meses previos a las elecciones, el tribunal realizó una campaña de educación electoral a gran escala, que incluyó anuncios en televisión, radio, periódicos y redes sociales que buscaban reparar la fe en el sistema de votación al informar sobre los cambios.

La campaña le garantizó a los bolivianos la seguridad de los materiales electorales, explicó cómo verificar el registro y mostró las medidas de seguridad destinadas a proteger contra el virus durante la jornada electoral. Una serie de videos también promovió la idea de votar como una oportunidad para unir al país.

“Eso ha generado una confianza”, dijo Naledi Lester, una experta que trabaja con el Centro Carter, una organización de monitoreo de elecciones, para evaluar la votación.

En segundo lugar, la actitud del candidato desfavorecido ayudó a asegurar un resultado fluido. En repetidas oportunidades, Mesa dijo que aceptaría el recuento incluso si perdía, y aceptó su derrota el día después de las elecciones, una vez que quedó claro, a partir de los datos de las encuestas a boca de urna, que su oponente tenía una ventaja significativa.

“No ha habido violencia en Bolivia”, dijo Fernanda Wanderley, quien dirige el instituto socioeconómico de la Universidad Católica Boliviana, porque Mesa y sus seguidores fueron derrotados, “y aceptaron perder”.

Añez también aceptó el resultado de inmediato, al igual que gobiernos tan variados como Estados Unidos y Venezuela.

El domingo 18 de octubre, unos siete millones de bolivianos acudieron a los colegios electorales (la mayoría de los negocios cerraron y se prohibió conducir) donde mantuvieron una distancia de 1,80 metros y usaron mascarillas, mientras esperaban para emitir sus votos.

Los trabajadores electorales rociaban a los electores con sustancias desinfectantes cuando ingresaban a las mesas de votación que, en su mayoría, estaban ubicadas en escuelas con grandes patios al aire libre.

Después de un minucioso conteo manual, Arce salió victorioso con el 55 por ciento de los votos, 26 puntos por delante de Mesa.

Días después, Arce realizó un enorme mitin de celebración en su bastión de El Alto, a las afueras de La Paz, la capital administrativa del país, y miles de personas bailaron durante horas, sin incidentes. “¡Mi corazón está feliz!”, gritó Nicolasa Balboa, una votante de 60 años.

La Organización de los Estados Americanos, que criticó duramente la votación de 2019, calificó la elección de este año como “ejemplar”.

La enorme ventaja de Arce dificultó que sus oponentes pudieran cuestionar los resultados.

Pero, lo más importante, es que muchas personas en Bolivia atribuyen la alta participación y la relativa calma del proceso electoral a un deseo abrumador por retornar a las normas democráticas, después de un año de gran agitación.

Mientras hacían fila para votar, muchos bolivianos describieron el acto, y el respeto por los resultados, como un deber moral.

“No deberíamos haber llegado nunca a este momento”, dijo Verónica Rocha, de 38 años y simpatizante de Mesa en La Paz, en referencia a la polarización que llegó a tornarse violenta el año pasado.

“Pero lastimosamente las circunstancias se dieron de esa manera y aunque el camino es pesado, es momento de tratar de poner las cosas en una reconstrucción de la institucionalidad y del tejido social”.

 

Isabel Navia colaboró en este reportaje.

Julie Turkewitz es la jefa de la oficina de los Andes, que cubre Colombia, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Perú, Surinam y Guyana. Antes de mudarse a Sudamérica, fue corresponsal nacional y cubría el oeste de Estados Unidos. @julieturkewitz