
Mientras el mundo está jugando una partida de ajedrez riesgosa (con la sonrisa arancelaria impuesta por el del jopo amarillo), alborotado por una sensación de hipnosis colectiva comparable a las teorías maltusianas del siglo XVII de que la humanidad crecerá más rápido que la producción de alimentos (lo que de hecho resultó una falacia), en Bolivia con menos grado de conciencia (o ninguna) estamos siendo testigos del fin de un periodo de unidad que ha sido mancillada -de acuerdo al economista de cuño liberal, Jorge Tuto Quiroga- por un contrasentido que él apunta como la manipulación de los datos de unas encuestas que debieron ser secretas (reservadas a determinados grupos) y fueron reveladas hasta el tuétano; dispuestas en la mesa de redacción de algunos medios que se dispusieron alegremente a difundirlas rompiendo la esperanza de la unidad de la oposición para derrotar al oficialismo.
Con la misma simpleza de un mañana esperanzador asistimos, los bolivianos, incautos, a una pugna en la que al parecer no tiene cabida la esperanza; un juego de dudosos intereses extrapolados en esta mal llamada “era de oro” (emulando a Trump) en la que los vicios superan la definición de cualquier concepto unitario.