El medio no es el mensaje

Por: Martín Caparrós | Cháchara
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Alberto Fernandez festeja en cuarentena

Lo miré. Sí, confieso, lo miré. Twitter decía que había sido “histórico” y me dio curiosidad: Ibai Llanos, un muchacho vasco de 26 años, varios millones de seguidores en sus redes, frecuentador de futbolistas, le había hecho “una entrevista histórica” a Lionel Messi el día de su llegada a París. Yo estudié historia; con eso de la historia me llevan del hocico. Así que quise saber por qué era histórica y me tomé el trabajo de mirarla en su canal de Twitch: el ¿entrevistador? habló mucho de sí, de cuánta carne había comido o no comido en un asado en casa de su entrevistado, de cómo había llegado hasta ese asado; después, por sus preguntas incisivas, nos enteramos de que Messi está feliz, que París tiene muchos jugadores y un vestuario impresionante. Fueron menos de cinco minutos; los dos últimos pasaron mientras Messi trataba de firmar una camiseta que el joven Llanos sostenía –pero no lo consiguieron por falta de herramientas.

(Es cierto que, en la rueda de prensa, las preguntas de los otros periodistas no habían sido mucho mejores: eso no mejora a Llanos, empeora a la mayoría de los periodistas. Otro día habrá que hablar del periodista deportivo como personal embedded, incrustado: uno que, para poder trabajar, depende de la institución que cubre.)

El episodio Llanos-Messi fue, faltaba más, corto pero aburrido: dos conocidos que se encuentran y se hacen tres o cuatro bromas, complicidad menor. Estaba hecha para todos esos que quieren mirar de afuera lo que querrían vivir de adentro: una raza que crece. Nada en ello me parecía muy histórico. Pregunté; me explicaron que lo era porque era la primera entrevista a Messi en Twitch. Dije que ah.

Twitch es una “plataforma” relativamente nueva: tiene diez años pero ha crecido desde que la compró Amazon, como se debe. La montaron para retransmitir torneos de videojuegos –retransmitir torneos de videojuegos– pero ahora hacen directos de muchas otras cosas. Y el joven Llanos está ahí y era histórico, me dijeron, que uno que está ahí entrevistara o entrevistase a Messi. Yo dije que no entendía por qué y me explicaron que porque era un medio no tradicional, que porque no era un periodista sino una persona –y entonces volví a decir que ah.

Poco antes un periodista argentino que no conozco –y se presenta como @gonziver– había publicado en Twitter –otra “plataforma” reciente– las planillas de entradas a la residencia presidencial argentina durante la pandemia. En ellas había movidas raras, demasiada gente que no tenía por qué estar, y se armó el debate. Pero todo terminó de estallar hace tres o cuatro días con esa foto del presidente Alberto Fernández y unos cuantos invitados que aparentemente celebraban en la residencia presidencial el cumpleaños de su novia de él, Fabiola Yáñez. El cumpleaños había sucedido el 14 de julio de 2020, cuando los decretos de Fernández tenían a los argentinos absolutamente encerrados en sus casas, sin la menor posibilidad de reunirse con parientes y amigos –sin, siquiera, la posibilidad de velar a sus enfermos o despedir a sus muertos. La foto fue una bomba –refrendada, poco después, por otra más.

(En las fotos, la evidencia de que el presidente y los suyos no cumplían con ninguna de las reglas que imponían a sus súbditos es bastante brutal. Es brutal la mezcla de soberbia e idiotez; es, pese a todo, sorprendente. La soberbia sorprende por común: cómo las personas que consiguen suficiente poder consiguen creerse que lo tienen entero, que pueden hacer lo que carajo se les cante sin tener que responder por ello; cómo se engañan imaginando que no tienen límites –o cómo se olvidan de cuáles son esos y dónde están. La idiotez sorprende por idiota: cómo esas personas –y tantas otras– no se dan cuenta de que si hacen algo que no deberían no deben permitir que se registre; que tienen que impedir, para empezar, las fotos. ¿Cuánta gente ha caído, en los últimos años, por hacerse fotos o vídeos pegándole a alguien o manejando a 200 por hora o exhibiendo su pistola o haciendo cualquier otra cosa que no tendría que hacer? ¿Son de verdad tan tontos? ¿No entienden que se ponen en peligro sin necesidad? ¿O lo que les gusta es ponerse en peligro, y esa es la necesidad?)

Esa va a ser, para millones de argentinos, la imagen de estos tiempos: el baile en el Titanic del capitán del Titanic. Nadie sabe, todavía –nadie dice– de dónde salieron las dos fotos. Hay, grosso modo, dos formas de conseguir algo así: que te lo den, que lo robes. Lo más habitual –la base del famoso “periodismo de investigación”– es que alguien que por alguna razón quiere perjudicar a alguien te pase una información para lograrlo. La otra opción –el cyber-robo– está menos desarrollada. Pregunté; me dicen que no es imposible pero tampoco fácil. En cualquier caso, todo empezó por ese periodista que consiguió la lista y pensó que era mejor publicarla en su twitter: otro medio no tradicional.

Y entonces la tentación de pensar que son movidas semejantes. Las dos se parecen en su uso de medios–redes– que no existían hace 15 años; las dos se diferencian en su intención y su realización. Aquí lo que importa no es el medio: el medio –disculpe Mr. Marshall– no siempre es el mensaje. Aquí lo que importa es el mensaje. Lo que importa es el periodismo: la voluntad de averiguar y de contar –por oposición a las ganas de pavonearse y frecuentar famosos.

La banalidad de lo nuevo es lo propio, a menudo, de las innovaciones técnicas: inventar medios distintos para hacer lo mismo. Es, quizás, un signo de los tiempos: a veces nos enfrascamos en grandes discusiones sobre si twitter o twitch o papel o papelitos; a veces nos olvidamos de que la diferencia es hacer periodismo –o no hacerlo. Que por más moderno o antiguo que sea el medio, un pelota sobando a un entrevistado no es periodismo; que por más moderno o antiguo que sea, una persona mostrando algo que ignorábamos y puede importarnos sí lo es.

Otro día podemos preguntarnos por qué cada cual hace lo que hace. Entonces sí nos vamos a divertir un rato.

 

Martín Caparrós