El presidente Macri y el errorismo de Estado

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El presidente argentino Mauricio Macri ya ha llegado a Madrid: hoy empieza en España su visita de Estado, probablemente la más importante de su ciclo hasta ahora. Su embajador y amigo Ramón Puerta, que presidió su país durante tres largos días del año 2001, le dijo al diario La Nación que “ahora se da un enamoramiento de España con Macri” y explicó, con rara diplomacia, que ese amor “más que por mérito propio es por el desastre de la anterior gestión”.

El elogio es menguado pero revelador. Nunca se sabrá con precisión cuántos argentinos lo votaron hace 15 meses por sus propios méritos y cuántos por horror de sus rivales peronistas; sí está claro que, durante este año de gobierno, Macri y los suyos aprovecharon los escándalos que la gestión kirchnerista dejó sembrados y que ahora florecen: que esos escándalos, incluyendo los millones del bolso del convento, les sirvieron para seguir siendo los menos malos. Aunque a veces parece que se empeñaran en despilfarrar ese capital y permitir el retorno del viejo peronismo con una táctica nueva: convencer al país de que si ellos son demasiado vivos, los otros son demasiado bobos. Los peronistas cuentan, para eso, con la capacidad de error que este gobierno insiste en exhibir.

Su presidente, Mauricio Macri, tiene empeñadas desde siempre varias peleas difíciles. Pelea, para empezar, contra su imagen de niño rico que le debe todo a los negocios confusos de su padre. Y, sin embargo, su gobierno acaba de proponer que Macri padre salde su deuda multimillonaria con el Estado por su periodo como concesionario del Correo Argentino en una cifra que muchos estimaron demasiado baja. Las protestas arreciaron, así que el mismo presidente tuvo que salir a anular la medida.

Pelea, también, contra su imagen de gestor insensible a las necesidades de los más pobres, por lo cual muchos hablan de “un gobierno de CEOs [sic]”. Y, sin embargo, su gobierno acaba de anunciar que rebajaría las pensiones, ya muy escuetas, para corregir un error en sus cálculos. Las protestas arreciaron, así que él mismo tuvo que salir a anular la medida.

Pelea, además, contra su imagen de miembro de una familia y una empresa que se beneficiaron con la dictadura militar. Y, sin embargo, su gobierno decidió hace unos días que el 24 de marzo, aniversario del golpe, ya no sería un feriado inamovible… y las protestas y anuló la medida.

Son solo algunos ejemplos -hay muchos más- y alcanzan para que Mauricio Macri se enfrente con una de las peores pesadillas de un político: que dejen de tomarlo en serio, que le pierdan el respeto. Macri suele decir que puede equivocarse, que es humano y que mejor disculparse y corregir que persistir en el error; y muchos, comparándolo con la soberbia anterior, se lo agradecen. Algunos reivindican su pedagogía involuntaria: un modo de mostrar que el poder -que por años se pretendió tan sólido- puede ser frágil y falible. Otros, que esté acabando con el viejo mito de que los altos cargos de empresas privadas son, por regla de tres, grandes gestores. Lo cierto es que toma cuerpo la idea de que falla demasiado. Los principales diarios y editorialistas hablan de sus errores no forzados, sus aliados políticos le piden que se equivoque menos, un cómico en la tele lo llama Juan Domingo Perdón, las redes sociales se mofan del “errorismo de Estado” o de su idea de que la corrección política consiste en cometer un error político para luego corregirlo.

La ineptitud no es solo un problema argentino: muchos de los hechos relevantes de los últimos tiempos pueden explicarse por la misma causa. El británico Cameron perdió el poder porque convocó un referendo innecesario, el colombiano Santos casi pierde la paz por el mismo mecanismo, el estadounidense Trump lanzó una medida vocinglera contra ciertos migrantes que no pudo sostener ni una semana: todos ejemplos del errorismo de Estado. Aunque, en general, tratamos de minimizar su peso político. Nos tranquiliza más pensar que nos gobiernan grandes mentes perversas, maquiavélicas, antes que personas bastante comunes que se equivocan una y otra vez. Pero es cierto que la política es una actividad desprestigiada: no parece que los mejores elijan dedicarse a ella y, así, quienes lo hacen cometen más errores que los que querríamos suponer. Nos negamos a verlo; cuando se vuelve demasiado evidente, puede ser más que preocupante.

Mientras tanto, las relaciones internacionales del gobierno argentino, que incluyeron la semana pasada una charla “amistosa” con Donald Trump, se mantienen prósperas; Macri visita Madrid con la esperanza de que sigan siéndolo. Su tour comprende mucho roce real, palacios, homenajes, besamanos, encuentros culturales, reuniones futboleras, revista de tropas y tentativas de negocios. La buena voluntad de Mariano Rajoy parece asegurada: los dos presidentes se dicen amigos y sus partidos pertenecen a la misma organización, la Unión Demócrata Internacional, donde también están los republicanos de EE. UU. y los conservadores ingleses.

Los negocios pueden ser más complicados, pero son la parte decisiva de la apuesta. Mauricio Macri lleva un año prometiendo inversiones que no llegan. Según todas las declaraciones oficiales, este viaje -que incluye a 200 empresarios- pretende, sobre todo, conseguirlas. Si lo logra, deberá convencer a sus compatriotas de que les convienen: el recuerdo de los fracasos del capital español en la Argentina de los años 90 todavía está muy vivo.

Solo que, para conservar cierto poder de convicción, el presidente argentino debe empezar a corregir los errores antes de que se conozcan, no después: convencer a los suyos de que su gobierno sabe y puede. Es, de ahora en más, su tarea más urgente.

 

 

*Martín Caparrós es periodista y novelista argentino, y vive en España. Sus libros más recientes son “El hambre” y “Echeverría”.