En este lado del planeta comenzó el verano. Me levanto temprano decidida a escribir mi columna sin saber precisamente qué tema sería el más adecuado. Hubo encuentro de Putin y Biden. La Covid-19 sigue cobrando vidas. La economía europea tiene más capitales chinos de lo que es sensato admitir.
El primer ministro de Kosovo hace alarde de sus intentos fallidos para lograr el reconocimiento de su Estado ilegal. El FMI está utilizando todo tipo de artimañas para acostumbrar a los millones de esclavos zombis a lo que llama “economía verde”. En todas partes los flósculos: “Gasto sostenible” y “Estado climático extraordinario”. ¡Greta Thunberg está introduciendo el mundo hacia un nuevo estado mental: Gretenizmo!
Stan Getz y Charlie Byrd dispersan los sonidos de Sama De Uma Nota So. Siento que ninguno de estos temas de arriba me va hoy con este calor que parece salido de las películas de ciencia ficción. Cuarenta grados afuera. Cool Jazz adentro. En la pantalla de TV imágenes de las calles de mi ciudad. Los jóvenes celebran el verano saltando a las aguas frescas de Danubio. Me prometo a mí misma hacer mi trabajo hoy y mañana levantarme temprano para hacer lo mismo. Montando bicicleta llegar a la playa del rio. Y lo haré sin llevar celular, repito a voz alta.
El Gobierno de India publicita por todos los medios su aplicación “Arogua Setu” que en libre traducción seria: “Puente hacia la salud”.
En pocas palabras esta aplicación ayuda a descubrir focos de infección del Covid y es obligatorio tenerla para todos los que pretenden conseguir o mantener su trabajo. Por ahora, solo 10% de la población hindú tiene esta aplicación, pero el Gobierno hace todo para obligar a sus ciudadanos a obtenerla. Según los expertos de Oxford, 60% de la gente debería usar esa aplicación para que la misma tenga efecto. El abogado hindú Ajus Rathi asevera que esta aplicación pone en serio peligro el derecho de protección de datos y privacidad. Cualquiera que sepa algo de historia no se perderá la discusión de quién ganará entre expertos británicos y abogados hindúes. “Si ves dos pescados en el océano pelearse, puedes estar seguro que cerca está un británico” cuenta el chiste. Apago la TV y salgo a la calle decidida a sobrevivir las altas temperaturas y regresar con una botella de Chardonnay frio. Elijo una marca española. No sin cierta nostalgia y recuerdos de Madrid que varias veces me mostró su hospitalidad. Y mientras mis pensamientos provocan sonrisas y brillos de nostalgia escucho a alguien comentar que hace varias décadas había semanas con altas temperaturas y nadie hacía de eso semejante escandalo ni políticas de Estado para hablar de efecto invernadero ni nada parecido. Simplemente nos escondíamos bajo una sombrilla y con una bebida fría pasábamos las tardes largas formando los paisajes dignos de Dalí. Si uno mantiene la mirada fija sin pestañear sobre un objeto expuesto al sol durante suficiente tiempo logrará tener las visiones de derretimiento igual que el genio español. Retorno a casa. José James, canta The Dreams. En la pantalla de mi teléfono la imagen de una casa rodante. Mi sobrino hace alarde de un último modelo sobre ruedas que incluye todo el lujo para albergar una familia de cuatro que pretende viajar sin que le falte ningún aparato que promete la felicidad. La irónica comparación con la película Nomadland que exhibe un ejército de gente pobre que a pesar de haber trabajado toda su vida termina viviendo en los parqueos, no me hace ninguna gracia.
Esta bestia de marca alemana con todo el sistema electrónico de viaje a las estrellas no tiene ninguna similitud con las casas rodantes de Nomadland. Le contesto furiosa: cuando tengas mi edad la idea de cagar en un balde y dormir en una casa rodante que a Francis McDormand le hace ganadora de un Oscar, me pone triste y depresiva. El mensaje de la película es asqueroso: es lindo ser miserable. Es romántico calentarse con fuego bajo el cielo estrellado. Dormir en los estacionamientos de las gasolineras perdidas en el desierto, es poético. La miseria nos hace ser mejores. La miseria nos ennoblece. Los creadores de la película Nomadland no saben estas verdades. Solo falta que convenzan al resto del planeta.
Los gringos son expertos en hacer creer al resto del mundo estas porquerías. No puedo creer que exista gente que crea que ser miserable es ser feliz. Mi madre decía: a nadie le arde la vela hasta el amanecer. A estos asesinos tampoco les durará mucho (se refería a estos que nos quieren hacer creer que la miseria es buena).
Me entrego al efecto de Chardonnay frio y desde mi escondite bajo la sombrilla fijo mi vista sobre un árbol que bajo el sol ardiente pronto parecerá Don Quijote de la Mancha u otro personaje romántico. Salud.