Viaje Covid, Kon-Tiki, dios de los vikingos y la falsedad de un mundo mejor

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Foto: Revista dat0s 238

Nunca entenderé del todo esa historia de un Dios blanco que se aparece en las costas de América Latina y convence e incentiva a los indígenas, en esos entonces amenazados y agredidos a comenzar a migrar ofreciéndoles como medio de transporte la balsa.

Según el zoólogo y etnólogo noruego, Thor Heyerdahl, los pueblos indígenas llegaron hasta las islas de Polinesia viajando cerca de ocho mil kilómetros utilizando balsas. Y todo eso entre el siglo cinco y once después de Cristo. Para confirmar que su teoría es cierta, este etnólogo, junto con su equipo emprendió el año 1947 el viaje en balsa desde el puerto peruano de Callao hacia Polinesia atravesando el Océano Pacifico. Y todo para demostrar que mucho antes de Colón y los españoles en la costa oeste de Sudamérica apareció un “barbudo de piel blanca quien trajo la papa a los indígenas”. Thor, de esta manera, demostró también que los pobladores de las islas polinesias son indígenas y vikingos y no de descendencia africana ni asiática.

Las aventuras de Thor y sus amigos vikingos que hicieron muchos viajes por los océanos y mares del mundo están descritos en los libros. Alguien, como yo, enamorada de cuentos de hadas, libros de aventuras e impregnada desde la niñez con el olor del mar y sabores de la costa adriática e historias de un abuelo aventurero que varias veces atravesó océanos en busca de historias; viajar significa la constelación estelar hecha de seis letras mágicas. Mi abuelo montenegrino solía ir los domingos a misa a las ocho de la mañana y a las diez tenía reunión en el concejo municipal de la pequeña ciudad costera Budva. Al terminar la reunión con sus amigos políticos era la costumbre almorzar, tomar buen vino y largas charlas.

Una vez al mes partía del puerto de Budva en “vapor” hacia Norteamérica. Muchas veces a mi abuela le avisaba uno de los amigos del concejal Joko: “Tu viejo se fue hoy en vapor, señora Stana. Dice Joko que no te preocupes que te va escribir ni bien llegue a Norteamérica”.

Stana y Joko tuvieron siete hijos. Testigos de las historias que mi abuelo contaba sentado en la sombra de un árbol de olivo, mirando el mar.

“Para ser feliz basta una copa de vino, un poco de queso y el vapor”, decía. Cuando avise a mis tías montenegrinas que me alistaba para emprender un largo viaje a Bolivia hace más de treinta años, me preguntaron: ¿En vapor? Compraron el mapa del mundo para ubicar ese sitio del “otro lado del mundo”. “Igual que tu abuelo”, repetían, limpiando sus rostros de lágrimas.

Los viajes de Thor fueron descritos como paradisiacos, provocando al lector desarrollar la imaginación sin límites. Nadie hasta el día de hoy tiene una respuesta clara al enigma de las balsas, Kon-Tiki, islas de Polinesia e indígenas migrantes. ¿Qué tiene que ver esta historia con nosotros y esta época de covid cuando los viajes se hacen posibles solo con la terapia genética inyectada en el brazo? Tiene que ver por los océanos repletos de deshechos, catástrofes ecológicas, peces y otras especies en extinción y ladrones vestidos con uniformes de las aerolíneas. En mi caso LATAM y sus empleados que trataron de saquearme con la disculpa del “caos que provoca la pandemia” en el aeropuerto Guarulhos de Sao Paolo. Logré salvarme. Fue nada poético y nada romántico. Thor y Joko lo hacían mucho mejor.

 

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