Peter Siavelis lleva más de 30 años investigando la política de Chile, pero ignora como muchos el rumbo que tomará el país sudamericano después de las elecciones del domingo.
Pero este profesor de ciencia política y asuntos internacionales en la Universidad de Wake Forest (Carolina del Norte, Estados Unidos) sí está convencido de que Chile se acerca a un “punto de inflexión” para afianzar su democracia o debilitarla.
“Chile puede ir en ambas direcciones, dependiendo de cómo se desarrollen estas elecciones y lo que haga la Asamblea Constituyente después”, asegura Siavelis en una entrevista con BBC Mundo.
A su juicio, el próximo gobierno chileno deberá transitar una delgada frontera entre el mantenimiento de los avances del país en las últimas décadas y las reformas exigidas por la población desde el estallido social de 2019.
Te puede interesar:
Las nuevas derechas en América Latina: si Pinochet estuviera vivo votaría por mí
Chile empieza a escribir su nueva Constitución, dos años después del estallido social
Diálogo telefónico con Siavelis
Lo que sigue es una síntesis del diálogo telefónico con Siavelis, quien actualmente se encuentra en Dinamarca y cuyo más reciente libro sobre Chile es “El Balance: Política y las políticas de la Concertación”:
¿Qué está en juego en las elecciones generales de Chile del domingo?
Este momento tiene el potencial de ser un verdadero punto de inflexión en la política chilena.
Realmente no está claro ahora mismo cuál es la posición política de los chilenos. Primero tenemos una Constituyente que eligió a toda una serie de personas, en su mayoría de izquierda y ajenos al sistema, lo que fue una gran sorpresa y confundió un poco las encuestas.
Luego tenemos unas elecciones primarias en las que resultan elegidos inesperadamente los dos candidatos más moderados de cada coalición: Sebastián Sichel (derecha) y Gabriel Boric (izquierda). Esta sorpresa podría sugerir que los chilenos son más moderados.
Y ahora tenemos esta ironía de que el candidato que lidera las encuestas (José Antonio Kast) es de extrema derecha. Así que esto deja a uno preguntándose: ¿cuál es la posición política de los chilenos?
En este sentido, la importancia de estas elecciones es determinar cómo va a ser el futuro político de Chile.
El sistema en Chile está desprestigiado, con una muy baja confianza en instituciones cruciales para la democracia como el gobierno, el Congreso o los partidos políticos. ¿Pueden las elecciones empezar a cambiar esto?
No estoy seguro de que esta elección pueda empezar a cambiar ese escenario.
En este momento las instituciones y los partidos tradicionales están tan desacreditados que va a recaer en el trabajo de la Constituyente la refundación de las instituciones de Chile, para ver si se puede recuperar algo de confianza en la política y los políticos.
Según las encuestas, casi una cuarta parte de los votantes chilenos no había decidido qué votar. ¿Cómo lee esto?
Primero, hay un agotamiento con la política en Chile dado todo lo que ocurrió desde el estallido en 2019, pasando por la Convención Constitucional, las primarias… Pero también creo que hay tantas opciones y tantas dinámicas en la naturaleza competitiva de la carrera, que la gente no está segura de lo que realmente quiere.
Además, es importante saber que existe una amplia campaña de desinformación. La pandemia ha llevado esta campaña a las redes sociales. Entonces se ha visto mucha distorsión de la verdad. Hay mucho alarmismo. Así que la gente no sabe a quién o qué creer.
Y la campaña está jugando con las emociones de la gente, volviendo a viejos temas de la política chilena como que “los comunistas van a tomar el poder”, cosas que no son ciertas.
Entonces los chilenos se encuentran con muchas opciones y muchos conflictos sobre el futuro de su país y lo que cada candidato significa para ese futuro.
¿Ve alguna relación entre el esfuerzo por reescribir la Constitución de la época de Pinochet y estas elecciones generales?
Sí, absolutamente. Hay una dinámica en que las elecciones están afectando lo que ocurre en la Constituyente, y la Constituyente está afectando las elecciones presidenciales.
Hay votantes que apoyan en parte a Kast porque hasta ahora no están convencidos de que la Constituyente tenga total legitimidad. Hubo algunos escándalos, un candidato (a constituyente) que fingió tener cáncer…
Al mismo tiempo, la Constituyente es la única institución de la sociedad chilena que tiene algún grado de legitimidad. Los chilenos la consideran como una especie de institución representativa real, equivalente al Congreso, aunque no lo sea.
En parte, las elecciones presidenciales se están convirtiendo en un referéndum sobre el proceso de la Constituyente y las reformas constitucionales.
Desde que estallaron las grandes protestas en 2019, muchos chilenos buscan reformas profundas. ¿Hasta dónde debe llegar el país con estas transformaciones?
He trabajado mucho en el proceso de la Constituyente y algo que me preocupa es que me recuerda a 1988, después del plebiscito que sacó a Pinochet. Había todo aquello de “la alegría ya viene”, que todos los problemas de Chile se iban a resolver.
Estoy viendo esas expectativas ahora. Lamentablemente una constitución no es una piñata: no tiene algo para todos.
Y en muchos sentidos, veo que la gente piensa: “ahora vamos a tener sanidad gratuita, vamos a deshacernos de las AFP (Administradoras de Fondos de Pensiones), vamos a tener educación gratuita, vamos a tener una Constitución que garantice todos estos beneficios para la gente y que también garantice alguna forma de redistribución económica”.
Pero eso no es lo que se supone que son las constituciones. Creo que hay una creciente comprensión de esto en parte de la Constituyente, pero no de la gente.
Se supone que las constituciones garantizan derechos, que protegen a las minorías, que establecen un marco institucional para la democracia. Pero no deben involucrar políticas públicas.
Por ejemplo, está bien que la Constitución diga que la salud es un derecho fundamental. Pero no está bien que la constitución diga que el Estado pagará el cuidado de salud.
El deber de la Constituyente, en mi opinión, es escribir una Constitución que elimine las barreras a la reforma que tenía la Constitución de Pinochet. Y luego dejar que el proceso político haga esas reformas.
Si se empaqueta todo en la Constitución, políticas de asistencia sanitaria gratuita, el papel del Estado y todas estas áreas diferentes, se termina con una constitución chavista y no creo que eso sea algo muy bueno para Chile.
¿Cree que el próximo gobierno de Chile, más allá de quién gane las elecciones, tendrá que caminar por una delicada línea entre llevar a cabo las reformas y cuidar los avances que el país ha tenido en democracia?
No podría expresarlo mejor. He estado hablando en presentaciones públicas de esa idea de caminar por una línea delgada, ser capaces de abordar injusticias reales que el pueblo chileno ha sufrido en los últimos 30 años.
Pero, a la vez, las constituciones también tratan de garantizar los derechos de las minorías. Que todos los derechos de esta élite económica y política hayan sido protegidos por la Constitución de 1980 a costa de los demás, no significa que en un Chile posterior a la reforma se pisoteen los derechos de esas personas.
Cuando se habla de propiedad, no quieres diezmar a la clase empresarial chilena que ha sido increíblemente exitosa, pero hay que hacer que pague su parte, los costos sociales en que se ha incurrido por este modelo económico. Así que es cierta esa idea de caminar por una línea de reformas reales, sin necesariamente…
Dudo en decir esto porque los conservadores siempre están diciendo que la Constitución va a matar a la gallina de los huevos de oro y que Chile va a ser un país pobre. No creo que eso ocurra.
Confío en que a pesar de que la clase política tiene muy poca legitimidad, es una clase política sofisticada, en un país que históricamente tuvo instituciones mucho más fuertes que Venezuela, una tradición de respeto al Estado de derecho, el país menos corrupto de América Latina.
Se pueden aprovechar esas ventajas de Chile para llegar a un documento que ayude a los políticos a tener un marco para enfrentar los abusos a la gente.
¿Qué debería mantener el próximo presidente?
Mantener aspectos del modelo económico que han permitido el éxito de Chile.
Tiene que haber redistribución, más equidad y políticas sociales. Pero eso no significa que se empiece a nacionalizar la industria. Está bien tener garantías para la propiedad privada. Pero tiene que haber límites, hay que idear algún tipo de modelo redistributivo.
Lo que dice es que sería un gran error intentar cambiar todo al mismo tiempo…
Absolutamente. Sí. Creo que las áreas clave en las que este sistema abusivo ha actuado son la jubilación, la educación y la sanidad.
Así que esas creo que deben ser las tres grandes áreas en las que trabaje el próximo gobierno, para hacerlas más equitativas.
¿Prevé que la democracia chilena se consolidará con estas elecciones y la redacción de la nueva Constitución? ¿O ve riesgos para la democracia?
Ambas cosas, dependiendo del camino que se siga. La consolidación de la democracia chilena se ha declarado al menos tres veces en el tiempo que llevo estudiando Chile: con la derrota de Pinochet en el plebiscito y con el primer cambio de gobierno de la democracia cristiana al socialista Ricardo Lagos, quien después de las reformas constitucionales de 2009 dijo que la democracia estaba consolidada.
Creo que 2019 nos mostró que había un descontento generalizado con la democracia. Así que este es un verdadero punto de inflexión, porque Chile podría ir en ambas direcciones.
Si diseña una Constitución que elimine las barreras a las reformas y que proporcione a los políticos la capacidad de idear políticas para una sociedad más equitativa, esto sí puede consolidar la democracia chilena.
Si el proceso es vetado o tomado por la derecha, o si se convierte en un documento que simplemente se dedica a la redistribución sin pensar con cuidado en el papel de Chile en la economía mundial, ambos escenarios podrían erosionar la democracia.
Y cuando se mira alrededor del mundo y se ve lo que sucede en países como Polonia, Hungría, Rusia y Estados Unidos con la erosión de la democracia, esta es una posibilidad muy real.
Así que se trata de un proceso peligroso, cuyo éxito no está garantizado. Chile puede ir en ambas direcciones, dependiendo de cómo se desarrollen estas elecciones y lo que haga la Asamblea Constituyente después.
¿Hay alguna lección que el resto de América Latina pueda extraer de lo que ocurre en Chile?
Hay algunas lecciones, no sólo relacionadas con las elecciones del domingo.
Las lecciones son que los movimientos sociales que demandan un cambio social pueden dar lugar a un cambio político hasta la cima.
Hay una serie de acontecimientos en Chile que no se han visto en ninguna parte del mundo: se reescribe una Constitución en tiempos de paz. No se trata de una transición democrática, no es el final de una guerra civil o de una guerra.
No puedo pensar en otro ejemplo mundial en que un movimiento social haya provocado un movimiento tan amplio para un cambio político real y una refundación de la política. Esa sería la lección para la región.
Chile siempre ha sido un modelo en todos los sentidos. Es un modelo de economía para bien o para mal. Es como un modelo de transición política. Y podría volver a ser un modelo, pero eso depende de que este proceso se desarrolle de forma correcta.