Evo, riesgo

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LA LÓGICA INDICA QUE QUIEN VA perdiendo tome riesgos y quien va ganando, los evite. Pero tratándose

del presidente Morales, habitado por una sorprendente intuición política, independientemente de los

estímulos de la realidad exterior, “es imposible apagar tanto fuego”, dicen quienes lo conocen tentados de hacer pintar afiches callejeros.

La decisión de repostularlo a un nuevo período presidencial claramente tiene sus riesgos. Hay quienes dicen que si Evo decide frenar el referéndum pasaría a la historia como un caudillo, y del 2025 al 2030 preparando su retorno triunfal para una nueva presidencia sin objeciones de haberse convertido en un líder histórico.

Pero como “es imposible apagar el fuego” que sus allegados dicen que el presidente posee, la lógica

también indica que si la llama tiene la suficiente oxigenación y se mantiene viva a perpetuidad, habría que orientar su evolución en función a todo o nada. Como jugador compulsivo que es, si para

sus simpazantes es “un fuego imposible de apagar”; que ganando arriesga todo en cada jugada, hasta inevitablemente perder.  Evo Morales ha roto los moldes tradicionales conocidos hasta ahora

en la política, al menos desde que se instauró la democracia; sin cuidar formas y asumiendo riesgos

evidentes, el mandatario tiene una infinita agudeza de corto plazo.

De él se ha dicho que tiene suerte porque le ha tocado gobernar en un periodo de altos precios de las

materias primas y que la bonanza económica no es apenas una virtud de su Gobierno; sin que estas

observaciones dejen de ser ciertas, el gran caudal electoral del jefe de Estado es haber logrado objetivos de gestión imposibles de ser ignorados.

Él sabe mejor que nadie que si Bolivia no sigue creciendo al ritmo que lo ha estado haciendo en los

últimos años, será un lastre para su gestión histórica. Es por eso que su visión de largo alcance no

es primordial en él sino las luces que encandilan el camino corto. El éxito de ser popular, desde que

asumió la presidencia en enero de 2006, no ha bajado su votación en índices que van por encima de los 50% al 60%, también cuenta sus propios riesgos. Nada embriaga más que el exceso de éxito. Ningún ser humano esta a salvo del efecto que produce levantar su vista hacía cualquier lado que mire y encontrar siempre una sonrisa. Es muy difícil no terminar creyendo que son merecidas y por tanto, perpetuas. A estas alturas se cree que será necesario un superhombre para derrotarlo en la contienda electoral. Con todo este caudal ganado se le hace muy difícil al ser humano aceptar

que se es una partícula de polvo en el camino de la historia.

Y esta aceptación proviene en cierta medida por creerse imbatible. Todos los que se le han puesto al

frente acaban mirando su espejo y pareciéndose cada vez más a él que a si mismos. En el triunfo el ser humano es obvio, pero esa reciliencia de efecto que provoca su imagen puede llegar por ese mismo efecto a la riesgosa saturación.

Este año el presidente Morales volvió a plantear el límite de su imagen pública. No hay día que no

este entregando obras, haciendo acuerdos, visitando comunidades alejadas por cielo y tierra llegando a los confines más alejados del suelo patrio. El presidente Morales escucha que es “un fuego imposible de apagar” en la política y alimenta su ego. Pero esta exposición que se observa

aguda en el presidente Morales devoró en su tiempo a todos los expresidentes. Por eso se dice que

el poder no solo es caníbal sino también antropófago. Independientemente del color y la ideología por la que llegaron a ocupar la presidencia todos jurán volver; están convencidos que vienen a cambiar la patria para siempre.

En Evo, todo su empeño en 2015 estuvo concentrado a su repostulación; más allá, una vez más, plantea la atemporalidad de su imagen jugando a que eventualmente puede ser derrotado.