Por qué la izquierda y la derecha han pasado de moda

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La pérdida de vigencia de la dicotomía izquierda – derecha para dividir el campo político parece un fenómeno irreversible. Por más que los partidos y sus dirigentes continúen esforzándose por diferenciarse de sus oponentes apelando a esa polaridad, la ciudadanía se siente cada vez menos identificada con ella.

Esta tendencia comenzó hace ya muchos años, pero se acentuó en la última década. Las encuestas que realiza Latinobarómetro cada año desde 1995 en toda América Latina son un testimonio de ello.

En uno de sus ítems, pide los entrevistados es que se posicionen ideológicamente en una escala que va de 0 a 10, en la que 0 es la izquierda y 10 es la derecha. En 1996, el 21,5% respondía 5, es decir, el centro absoluto. Y el 20,1% decía “en ninguno” o elegía la opción “No sabe/No contesta”.

Ambas respuestas expresan un rechazo a elegir por cualquiera de los dos bandos.Sumadas, alcanzaban entonces al 41,6% de la población. En 2011, 15 años después, esa proporción había ascendido al 51,9 por ciento.

En ese período descendió de 33,6% a 25,3% la cantidad de personas que se ubican del centro hacia la derecha (entre 6 y 10 en la escala), y de 24,7% a 22,6%, los que optan del centro a la izquierda (entre 0 y 4).

Para tener dimensión de la pérdida de representatividad de esta polaridad clásica hay que entender que la mayoría de esa minoría que toma partido por uno u otro bando lo hace por las posturas más moderadas. Según los datos de 2011, apenas el 7,6% de los latinoamericanos se identifican completamente con la derecha (entre 9 y 10 en la escala), y solamente el 7,1% lo hace con la izquierda (entre 0 y 1). En 1996, eran el 12,8% y el 9%, respectivamente.

¿Países de izquierda y países de derecha?

Este fenómeno, generalizado en toda la región, tiene sus particularidades y sus excepciones, dependiendo del lugar. Por ejemplo, el avance de las posiciones centristaso de rechazo tanto a la derecha como a la izquierda, es una realidad en 15 de los 17 países estudiados.

La proporción más alta se encuentra en Bolivia, donde pasó de 48 a 65 por ciento. En segundo lugar está Brasil, donde el porcentaje estuvo cerca de duplicarse en el período, al pasar de 34,2 a 60,4 por ciento. Y tercero está Argentina, donde subió de 48 a 58,7 por ciento.

Curiosamente, el menos centrista de todos es Uruguay, que históricamente se ha caracterizado por su estabilidad y su moderación. Allí también creció el rechazo a los dos polos, pero aún está muy por debajo del resto, ya que pasó de 29,4 a 35,8 por ciento.

Los únicos dos que experimentaron una tendencia inversa son Venezuela y Perú. En el primero, las posturas neutrales bajaron de 41,6 a 38 por ciento, y en el segundo, de 57,8 a 55,7 por ciento.

El caso de Perú bien podría deberse a una reacción ante las devastadoras consecuencias de la dictadura tecnócrata de Alberto Fujimori, que gobernó el país entre 1990 y 2000. Si bien accedió al poder por medio de elecciones, en el medio dio un autogolpe que le otorgó poderes dictatoriales, ante la indiferencia de gran parte de la ciudadanía peruana. Quizás por eso en 1996 era el país con mayor proporción de rechazo a la oposición derecha – izquierda, pero 15 años después, tras una revisión crítica de esa experiencia antidemocrática, muchos han revalorizado la necesidad de la política.

El caso de Venezuela es aún más claroCon la llegada de Hugo Chávez y su Revolución Bolivariana, comenzó en 1999 un proceso de polarización creciente, que dividió al país en dos bandos bien demarcados. No por casualidad, en esos 15 años la identificación con la izquierda avanzó más que en cualquier otro país, pasando de 19,9%, entre los más bajos de la región, a 33,8%, el segundo más alto. Esto evidencia que el chavismo, un movimiento que se asume socialista, logró calar hondo en algunos sectores de la sociedad venezolana.

La izquierda ganó posiciones en otros cuatro de los 17 países evaluados: Uruguay, Nicaragua, Honduras y Perú. Los primeros dos comparten la misma característica de Venezuela: el ascenso y consolidación de una fuerza de izquierda. En Uruguay, el Frente Amplio de Tabaré Vázquez y José Mujica, desde 2005. En Nicaragua, el Frente Sandinista de Daniel Ortega, desde 2007.

Perú y Honduras comparten entre sí otra característica: un golpe de Estado. En el primero, el ya mencionado affaire Fujimori. En el segundo, el derrocamiento perpetrado por las Fuerzas Armadas y parte de la oposición político partidaria contra el gobierno constitucional de Manuel Zelaya, el 28 de junio de 2009.

Una hipótesis posible es que el crecimiento de la izquierda en esos casos se deba a una reacción ante la avanzada antidemocrática de sectores muy conservadores. Eso explicaría también que en los dos se trate de un crecimiento que partía de un piso mucho más bajo, menor que en los tres anteriores: en Honduras, de 11,2 a 21,4 por ciento, y en Perú, de 13 a 21,2 por ciento.

La derecha avanzó realmente en un solo país, Guatemala. Partió de 19,7% -la proporción más baja de toda la región en 1996- y alcanzó el 27,2 por ciento.

En el resto, más allá de algunos casos en los que se mantuvo en niveles similares, retrocedió ampliamente. Es cierto que partía de niveles superiores a los de la izquierda -33,6% contra 24,7% a nivel regional-, de modo que resulta lógico que, si la tendencia es ir hacia posiciones centristas, retroceda más el bando con más adherentes.

Una explicación complementaria es una revisión crítica del pasado de golpes militares que empañó la historia de toda la región. Y así como en Europa del Este las dictaduras tuvieron el signo de la izquierda, en América Latina tuvieron el de la derecha, que por eso está hoy muy desprestigiada. Así y todo, sigue primando levemente sobre su contraparte -25,3 a 22,6 por ciento.

Síntomas de un desencanto con la política

“El opacamiento de la polaridad ideológica vino con la Posguerra Fría producto de una cierta desideologización opaca la división entre izquierda y derecha. Esto ocurre también en Europa, y Estados Unidos es el único donde esa polaridad se mantiene, aunque con otros nombres”, explica Joaquín Fermandois, doctor en Historia de América por la Universidad de Sevilla y especialista en historia contemporánea de la Universidad Católica de Chile, consultado por Infobae.

“La indiferencia o el desprecio hacia la política aparece en democracias más estables. Hasta cierto grado es normal, siempre ha habido personas políticas y antipolíticas”, agrega.

Sin embargo, de profundizarse, este proceso podría ser riesgoso, ya que es difícil sostener una democracia estable con una ciudadanía completamente indiferente. “Cuando desaparezca toda distinción entre izquierda y derecha -continúa- va a ser la crisis de la democracia. Es el elemento que ha llevado la palabra en la modernidad, y que está en todas las sociedades: la tensión entre las tendencias a la renovación y a la conservación”.

La historia reciente de Venezuela da testimonio de la amenaza que supone un distanciamiento demasiado grande de la ciudadanía sobre los asuntos políticos. La inestabilidad política actual, que pone en cuestión la vigencia del sistema democrático por la inédita concentración de poderes y la persecución de los opositores, no se podría entender si no fuera por la crisis de la democracia venezolana de la segunda mitad del siglo XX.

“Era un bipartidismo que había tenido sus cosas positivas, como ser la primera democracia estable que hubo en Venezuela. Pero terminó asesinada porque los políticos cambiaban sin que cambiaran realmente las cosas, y sin que se combatieran las lacras”, dice Fermandois.

El chavismo llegó como un ataque a la democracia clásica, en nombre de otra forma de democracia. Esto ha tenido efectos muy peligrosos, de los que el país sólo se recuperará a muy largo plazo, y que pueden devenir en algo impensado. No creo que hacia una dictadura marxista, pero se ha ido moviendo en esa dirección. Al final no se halla nada bueno cuando hay tanta polarización”, agrega.

La paradoja es entonces que una indiferencia demasiado grande puede derivar en una crisis de legitimidad. De ahí pueden salir movimientos que, por oposición, reivindique el conflicto y lleven a la polarización de la sociedad.

“La democracia vive de cierto conflicto, pero éste tiene que ser administrado para que no ponga en juego la conservación del sistema. Debe haber un punto intermedio”, dice Fermandois.

Por eso, alguna forma de disputa entre sectores que sostengan intereses e ideas diferentes es esencial para la supervivencia del sistema democrático. Es cierto que la división izquierda – derecha está pasando de moda y nada indica que eso vaya a cambiar. Pero quizás sea posible imaginar otras matrices de conflicto, diferentes a la que caracterizó a la política moderna hasta hoy.

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