Rafael Correa: aniversario en tormenta

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Nueve años ininterrumpidos en el gobierno son sin duda motivo para festejar. Mucho más si esto ocurre en un país que en los diez años previos estuvo signado por la inestabilidad. Tres presidentes debieron resignar su mandato, no tanto por la fuerza de las protestas callejeras, sino por la propia debilidad de ellos. Con esa experiencia a cuestas, la gente ya cansada decidió entregar un cheque en blanco a la primera persona que le ofreciera certidumbre, aunque para ello tuviera que hacer sacrificios en libertades y en participación. A Rafael Correa, un profesor de economía de una exclusiva universidad privada, escasamente conocido en el espacio público, le correspondió encarnar a esa persona. De ahí en adelante, con los precios del petróleo por la nubes, todo fue una larga luna de miel. Él se encargaba de gastar el dinero y la agradecida grey le retribuía en encuestas y elecciones.

Como siempre sucede en estos casos, llegó el momento en que se presentó la odiosa realidad. La caída de los precios del crudo en el mercado internacional fue el primer anuncio en ese sentido. La liquidez que había permitido convertir al Estado en el factor económico central y determinante, se fue perdiendo mes a mes, incluso semana a semana. A ello se sumó la revaluación del dólar que, al ser la única moneda de curso legal en el país, incidió en la pérdida de competitividad de las exportaciones ecuatorianas. Para completar el panorama, el presidente no comprendió que había llegado la hora de cambiar el discurso radical que le dio excelentes resultados en los tiempos de bonanza. No entendió ni entiende aún que a la mayoría de las personas les tenía sin cuidado que pregonara el socialismo del siglo XXI, si en sus bolsillos palpaba el resultado de la política del gasto público, pero les molesta enormemente cuando sienten en carne propia la crisis.

Por todo ello, al terminar el año 2015, había perdido veinte puntos porcentuales en la aceptación ciudadana registrada en diversas encuestas y este aniversario lo encuentra con el nivel más bajo de apoyo. Es el momento más difícil que ha debido enfrentar hasta ahora, pero seguramente no será el peor. Las señales que ha enviado a lo largo de estos meses no anuncian un cambio en la conducción económica. Los débiles indicios de búsqueda de alternativas no apuntan hacia el abandono del modelo basado exclusivamente en el expansivo gasto público. Al contrario, todos los esfuerzos se dirigen a la obtención de recursos, con lo que se ha incrementado la deuda hasta niveles que ya alcanzan los límites establecidos legalmente y que rebasan lo que aconseja el manejo equilibrado de la economía.

En este contexto, las declaraciones del presidente no son tranquilizadoras. Él se empeña en demostrar que se trata de un problema pasajero, de una tormenta perfecta –como la calificó en varias ocasiones- en la que resultaba inevitable mojarse un poco. No está dispuesto a aceptar que el problema está en que llegó a su límite el modelo económico asentado en la exportación de productos primarios. Entre otras razones, no puede aceptarlo porque tendría que empezar por reconocer que tuvo nueve años para cambiarlo y no lo hizo. Por ello, festejará el aniversario como si la tormenta hubiera pasado.