Tras la pandemia, el COVID-19 prolongado podría desencadenar una ola de problemas de salud

The Washington Post
0
9971
covid-19 prolongado
Foto: Shutterstock

Poco a poco, los investigadores están revelando el verdadero rostro del COVID-19 prolongado o “long covid”, y no es uno precisamente alegre. En dos años de pandemia, millones de personas han sobrevivido a la infección pero han experimentado síntomas debilitantes que persisten durante meses. Si bien el SARS-CoV-2 es un patógeno respiratorio, la investigación muestra que puede desencadenar desórdenes en otros órganos y sistemas del cuerpo. El COVID-19 prolongado no es ni una fantasía ni un paseo por un campo florido.

Nadie conoce con certeza su magnitud. Un análisis de 57 estudios en todo el mundo compuesto de 250,351 personas, y publicado en el Journal of the American Medical Association en octubre, mostró que quienes sobrevivieron al COVID-19 sufrieron dificultades tanto a corto como a largo plazo. A seis meses del diagnóstico inicial o el alta hospitalaria, más de la mitad —54%— seguía luchando con al menos un síntoma. La Academia Estadounidense de Medicina y Rehabilitación Física tiene un modelo basado en la suposición de que 30% de las 77 millones de personas en Estados Unidos que sobrevivieron al COVID-19 han tenido algún tipo de secuela posaguda de la infección por SARS-CoV-2 (PASC, por su sigla en inglés). Incluso si el total fuera solo de 10%, seguiríamos hablando de 7.7 millones de personas.

¿Cuáles son los padecimientos? En una enorme encuesta en línea realizada el año pasado, que abarcó a 3,762 personas en 56 países y que fue publicada en eClinical Medicine, los síntomas más comunes reportados fueron fatiga, malestar después del esfuerzo y problemas cognitivos, o “niebla mental”. Muchos también dijeron que sufrían insomnio y otros problemas para dormir, palpitaciones y ritmo cardiaco acelerado, dolores musculares y en las articulaciones, dificultad para respirar, mareos y vértigo. Otra investigación reveló que los sobrevivientes de COVID-19 habían sufrido enfermedades cardíacas y otras dolencias graves, como accidentes cerebrovasculares, meses después de haberse infectado.

En un artículo publicado recientemente por Science, la autora Serena Spudich y el autor Avindra Nath señalaron que el pensamiento inicial era que el virus podría haber ingresado al sistema nervioso central de quienes sufrían complicaciones neurológicas relacionadas con el COVID-19. Sin embargo, afirmaron que análisis del líquido cefalorraquídeo, el cual fluye dentro y alrededor de los espacios huecos del cerebro y la médula espinal, extraídos de pacientes vivos que sufrían síntomas neuropsiquiátricos, no habían encontrado rastros del ARN del virus. Según ellos, lo que más bien parece suceder es que el impulsor principal de la enfermedad neurológica en estos pacientes es el deterioro del sistema inmunitario, lo que conduce a otros efectos en cascada. Otro estudio anunciado recientemente sugirió que el “long covid” podría deberse al daño del nervio vago, que se extiende desde el cerebro, el torso y hasta el corazón, pulmones e intestinos, así como a varios músculos, incluidos los involucrados en la deglución.

Igual de importante al momento de sopesar el impacto duradero de la pandemia son los costos en la salud mental del COVID-19 prolongado. Sus víctimas tienen problemas para superar la pérdida de empleo, la ansiedad y la depresión. Estas dolencias no deben ser estigmatizadas ni ignoradas.

Con casi toda seguridad, la pandemia dejará a su paso millones de personas con síntomas y enfermedades duraderas. A juzgar por las estimaciones preliminares, esto plantea un enorme desafío futuro para la atención médica en todo el mundo. No hay tiempo que perder: hay que seguir investigando las causas y los daños del “long covid”, y prepararse para su tratamiento en todas sus manifestaciones.