Vacunas pierden eficacia contra la infección pero siguen evitando casos graves y muerte

El País
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La variante delta del coronavirus ya es dominante en muchos países y las estadísticas empiezan a mostrar indicios de que las vacunas están perdiendo algo de eficacia pasados ocho meses o más. Pero un análisis detallado de los datos deja claro que estas vacunas son claves para la lucha contra la pandemia, ya que siguen evitando que los ciudadanos ingresen en el hospital con covid y que puedan morir por ello.

Los datos más preocupantes llegan de Israel. Hace unos días, un trabajo preliminar y no revisado por expertos independientes aseguraba que las vacunas están perdiendo eficacia contra la infección, de forma que los que se vacunaron en enero tienen más riesgo de contagiarse que los que lo hicieron en marzo. Esta semana, otro estudio preliminar, también en Israel, muestra que la gente que recibe una tercera dosis tiene 11 veces más protección contra la infección. Ya en julio el ministerio de salud del país alertó de que la eficacia de la vacuna de ARN contra la infección sintomática había bajado al 64%, lejos del 94% registrado en los ensayos clínicos realizados antes de la llegada de la delta.

Sin embargo, los expertos explican que hay varias razones para seguir confiando en las vacunas. Para empezar, es importante diferenciar entre eficacia y efectividad. Los ensayos clínicos controlados de las inyecciones tenían como objetivo primario evitar la infección con o sin síntomas. Con ese listón, las vacunas pueden estar perdiendo algo de eficacia, pero mantienen su efectividad, que es la medida de su impacto positivo en el mundo real. Esta ha sido brutal, pues han evitado la inmensa mayoría de casos graves y muertes.

En el Reino Unido, EE UU y otros países también se han detectado indicios de que las vacunas parecen estar perdiendo poco a poco la eficacia contra la infección. En muchos casos esta es asintomática, pero también hay personas que registran algún síntoma. Pero ninguno de estos países ha visto merma de la efectividad de las vacunas contra hospitalizaciones y muertes. Las vacunas siguen salvando vidas.

En EE UU, el nivel de protección contra el ingreso por covid antes de la llegada de la delta era del 86% y, tras su aparición, del 84%, una diferencia que no es significativa desde el punto estadístico, según un trabajo reciente del Centro para el Control de Enfermedades. Más importante aún: la protección es del 90% en personas sin enfermedades previas y llega al 63% incluso en aquellos más expuestos al virus a pesar de las vacunas, que son las personas inmunodeprimidas (cuyos sistemas inmunes no funcionan correctamente por enfermedades congénitas o tratamientos para trasplantes o cáncer, entre otros).

Otro estudio reciente demuestra la efectividad de las vacunas: en el Reino Unido se analizó la cantidad de PCR positivas en más de 700.000 personas antes y después de la llegada de la delta. La incidencia de infecciones graves que requerían hospitalización fue tan baja que el trabajo no vio ningún cambio en la efectividad de las vacunas contra la covid grave y la muerte por esta causa.

La cuestión, explican los expertos, es que la ciencia sobre el coronavirus ha cambiado de forma radical desde enero de este año. Los estudios de vacunas ya no se hacen con poblaciones seleccionadas y entornos controlados, sino que son trabajos observacionales que estudian su implementación en el mundo real. La mayoría de estos análisis intentan corregir factores que pueden distorsionar los resultados, como el estado de vacunación, la edad o las enfermedades previas. Y es aquí donde los preocupantes estudios de Israel resultan, quizá, no serlo tanto.

“Los datos de Israel son ciertos, pero decir que prueban que las vacunas han perdido efectividad es falso y tendencioso”, alerta Jeffrey Morris, experto en bioestadística de la Universidad de Pensilvania (EE UU). “Los estudios observacionales pueden tener muchos factores de confusión que hacen que un simple porcentaje se malinterprete. La situación de vacunación en Israel nos trae una tormenta perfecta de estos factores”, alerta este experto.

Hay que tener en cuenta, además, que Israel llegó a un acuerdo especial con Pfizer para recibir antes la vacuna a cambio de compartir datos sanitarios. Por eso se ha convertido en un referente para el resto de países, que ahora intentan entender si lo que sucede allí pasará también dentro de sus fronteras. Israel es el máximo defensor de la tercera dosis de recuerdo, que ya recomienda para toda su población mayor de 12 años. Las compañías farmacéuticas miran con atención, pues si el resto de países desarrollados siguen a Israel, tendrán una nueva ronda de ingresos millonarios con las dosis de recuerdo de unas vacunas de ARN, que tienen una venta complicada en países en desarrollo, ya que necesitan refrigeración. Sin embargo, la mayoría de expertos coincide en que no hay datos suficientes para aprobar una tercera dosis en población sana de cualquier edad.

En Israel, se ha vacunado en torno al 80% de la población, pero el porcentaje es muy superior entre los más mayores: más del 90% de los mayores de 50 han recibido la pauta completa. Pero ser mayor es uno de los principales factores de riesgo para sufrir covid grave. Una persona vacunada de más de 50 años sigue teniendo varias veces más riesgo de infectarse que otra más joven. Morris ha corregido los datos de Israel teniendo en cuenta el riesgo de infección en los diferentes grupos de edad y la tasa de vacunación. Su resultado es que en Israel las vacunas protegen de la enfermedad grave al 85% de los mayores de 50, tan solo unos puntos por debajo de los menores de esa edad, con un 91%. Con este simple ajuste los datos de protección se parecen mucho más a los observados en otros países y cuestionan la necesidad de una tercera dosis. En cualquier caso, la vacuna sigue siendo la mejor forma de evitar la covid grave: los inmunizados tienen 29 veces menos riesgo de hospitalización que los que aún no se han pinchado.

Los últimos datos israelíes sobre la tercera dosis “son sólidos”, dice Morris, pero advierte de que hay factores que pueden hacer que también sean menos malos de lo que aparentan. “Solo han contemplado 12 días de observación después de la tercera dosis, un tiempo brevísimo”, explica a este diario. Otra limitación importante: no contemplan el nivel de protección de la gente que solo ha recibido dos dosis. “Si este grupo ya tiene una protección de hasta el 90%, reducir su riesgo 10 veces aumentaría su protección hasta el 98%”, calcula el investigador.

En un mundo con un número de inyecciones limitadas en el que la mayoría del planeta aún no ha recibido ni una dosis, ¿tiene más sentido evitar unos pocos casos adicionales dentro de las fronteras o garantizar que la mayoría del mundo recibe al menos una pauta completa? “Claramente la prioridad es darle dos dosis a todo el mundo porque evitará muchas más infecciones graves y muertes que darle una tercera dosis a los ya vacunados”, opina Morris. Esta es también la postura de la Organización Mundial de la Salud.

Sea como sea, la tasa de infecciones en vacunados parece bajísima. En EE UU es de entre 0,01% y 0,54%, según un recuento de la Fundación Kaiser publicado a finales de julio. El porcentaje de hospitalización o muerte es de 0,06% y 0,01%, respectivamente, y eso en el peor de los casos, pues en varios Estados el porcentaje es 0,00%. La incidencia de hospitalizados vacunados en EE UU es similar a la registrada en Israel (0,02%). En este país, los últimos datos muestran que los casos de infección entre vacunados ha comenzado a disminuir.

Las personas vacunadas que se infectan con la delta tienen cargas virales similares a los infectados no vacunados. El problema es que no se sabe si esta carga viral les hace más vulnerables a la covid o si pueden propagar más el virus. “Es posible que los vacunados tengan más copias del virus que no son viables [no son contagiosas] y es posible que la cantidad de virus en su organismo descienda mucho más rápido”, destacan los autores del estudio británico. Ese mismo trabajo hace otra puntualización importante: “Ya que las vacunas siguen protegiendo contra la hospitalización y la muerte por covid, es posible que no se necesiten dosis de recuerdo, sobre todo porque las infecciones en vacunados aportan una subida natural de los anticuerpos”, escriben. Es una especie de tercera dosis natural gracias a un contagio que en la mayoría de los casos no tendrá apenas síntomas.

“Nuestro estudio es el mayor que se ha hecho en todo el mundo analizando contagios de forma aleatoria en la población general”, explica a este diario Koen Pouwels, investigador de la Universidad de Oxford y coautor del estudio. “Los datos muestran que es importante seguir comprobando la efectividad de las vacunas contra la covid grave, pero por ahora parece que es muy buena”, añade.

El epidemiólogo Miguel Hernán, asesor del Gobierno durante la pandemia, explica otro de los factores que complican entender qué está pasando exactamente con la delta. “Puesto que vacunamos primero a los mayores, es posible que la mayor reducción de efectividad que ahora parece existir en este grupo se deba a que llevan más tiempo vacunados, no a que la edad aumenta la reducción de efectividad”, explica. “Necesitamos estudios específicos de efectividad de la tercera dosis y eso es precisamente lo que nuestro grupo y otros estamos haciendo en Israel”, añade.

Hernán aporta una visión fatalista sobre la tercera dosis. “Todo apunta a que la decisión ya está tomada y que se aprobará para la población general. Sospecho que los libros de historia se referirán a esto como un ejemplo obvio de la hipocresía de los países occidentales. Esta decisión en cualquier caso es el resultado de una visión cortoplacista. Sin vacunar al resto del mundo corremos el riesgo de que sigan apareciendo nuevas variantes hasta que se nos acabe el alfabeto griego. Si una de esas variantes elude la protección vacunal, tendremos un problema serio a pesar de las tres dosis”, advierte.

En enero de este año, un estudio basado en modelos epidemiológicos predijo que la covid se habrá transformado en un resfriado leve en un plazo de entre uno y 10 años. El SARS-CoV-2 se convertiría en un virus endémico: nunca se erradicará, pero solo causará como mucho leves catarros. “Creo que lo que estamos viendo es el comienzo de este proceso”, explica a este diario Jennie Lavine, investigadora de la Universidad Emory (EE UU) y primera autora de aquel estudio. En cualquier caso, advierte de que la nueva tendencia de infecciones entre vacunados y la llegada del invierno —cuando hay más transmisión de virus respiratorios— sugiere que será una temporada complicada con un alto número de infecciones. “Aunque creo que nos dirigimos al escenario predicho aún no hemos llegado”, resalta.

El nivel de expectación es parecido al que ya vivimos con la llegada de otras variantes amenazadoras. Hasta el momento, todas las versiones del virus que se han hecho dominantes han sido las más transmisibles —la británica o la delta— y no las que mejor escapaban al sistema inmune y, por tanto, podían agravar la enfermedad—la brasileña o la sudafricana—. La lógica invita a pensar que si surgen nuevas variantes serán más transmisibles y menos virulentas aún, opina Morris. Es posible que suceda al contrario y que la presión evolutiva favorezca de repente a una variante más virulenta, pero no es probable. “Creo que la posibilidad de una variante más transmisible y letal está siendo exagerada por gente que agita el miedo a que volvamos a la casilla de salida. Es extremadamente improbable que aparezca una variante capaz de escapar completamente a nuestro sistema inmune. Eso sí, hay posibilidades de que escape lo suficiente como para darnos más problemas de los que ya tenemos”, advierte.