Coincidencias de Yasuní y el TIPNIS

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Hace tiempo me deleité con ‘Savages’, narrativa de Joe Kane que bien podía ser antropólogo, o “amigo del hombre”, apelativo que me endilgó un pícaro campesino aludiendo a una preferencia sexual que no tengo, cuando intenté explicar qué era un estudioso de culturas humanas. Amigo de los Huaorani, Kane escribió un bestseller  sobre la saga de estos nativos de una región amazónica de Ecuador, resistiendo los atropellos al medio ambiente y a su modo de vida, por compañías explotadoras del mar de oro negro en las profundidades de la floresta.

En un mundo sacudido por la revolución de las comunicaciones, se ha perdido la tertulia familiar por la presencia del convidado mediático. Estamos acostumbrados al aderezo de la truculencia, cuando no de la trivialidad de un desfile de modelos, que traen las noticias televisivas. Si en buena prosa, Kane retrató con dolor, jocosidad y nostalgia la desdicha de los Huaorani, da pena que la muerte de una selva de trópico húmedo es una de esas tragedias de la que tomamos cuenta por las noticias, pero que no lloramos al igual que sufrimos el deceso de un amigo.

El Ecuador actual refleja un tira y afloja de un gobernante que muestra rasgos comunes, menos su educación formal y sus dotes de orador, con nuestro Presidente. Así como una piedra en el zapato de Evo Morales es el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Sécure (Tipnis), la de Rafael Correa es Yasuní. No vinculé uno -el territorio Huaorani- con otra -la reserva Yasuní-, hasta que el mapa que incluyó Kane en su libro mostró que la Reserva Étnica y Parque Nacional colindaba con el área protegida de los indígenas. Algunas aldeas Huaorani estaban ubicadas en Yasuní; su reducido “protectorado” quizá reflejó lo poco que activistas indígenas, misioneros y medioambientalistas lograron en los años noventa: una tregua boba en el afán de conservarla, que mantuvo a raya a los interesados en destruir esa Reserva Mundial de la Biosfera.

Se dan muchas coincidencias entre Yasuní y el Tipnis. El desenlace ecuatoriano influirá lo que pasará en el Tipnis, y en el futuro, en reservas naturales de Bolivia. Ambas son áreas protegidas benditas por su diversidad natural. Ambas poseen potencial inexplorado de alivio de males humanos: tal vez en las selvas está la cura del cáncer, del Sida, de nuevas cepas de viejas plagas como malaria y tuberculosis.

La una es Reserva Mundial de la Biosfera. No me consta que la boliviana fuera honrada, aunque debería, con tal relativo halago. Digo relativo, porque estas distinciones, sin llegar a la devaluación de los doctorados honoris causa, en Bolivia honran a cuatro de las sesenta y tantas “áreas protegidas”. Siendo “zonas de ecosistemas terrestres o costeros/marinos, o una combinación de los mismos, reconocidas como tales en el marco del Programa sobre el Hombre y la Biosfera (MAB) de la Unesco”, quizá el apelativo tiene tanto con la diligencia para tramitar el honor, como con su valor intrínseco natural.

Encima, al Isiboro-Sécure, que los biólogos reconocen como “una región de especiación natural”, un laboratorio viviente de la Madre Tierra, le han puesto el dogal adicional de “territorio indígena”. Antes no era así; hoy tal vez es Meca de infelices despojados indígenas, y de nuevos “carpetbaggers” -aludo aquí a la plaga de blancos aprovechando a ingenuos negros después de la Guerra Civil estadounidense- que en Bolivia serían mestizos aprovechando la pesca en río revuelto, buscando no la Loma Santa, sino reivindicar la mitad de su sangre.

También es codiciado por cocaleros hambrientos de tierras nuevas, que ya han clavado una lanza en su corazón: el Polígono Siete. Allí, tumbar monte se encarga a un selvático a cambio de una lata de alcohol; se venden las troncas a madereros piolas; cazan animales salvajes y pescan con dinamita para vender carne de monte y pescado a restaurantes de karaoke; depredan suelo virgen al cultivo de coca que lo esquilma; fabrican cocaína en la floresta.

Coinciden también en Yasuní y el Tipnis dos tipos de intervención intrusa de la “modernidad” en el monte prodigioso. En Ecuador, el oleoducto que accede a concesiones petroleras en la Reserva Étnica. Ya han ocurrido incidentes siniestros: derrames de crudo por rotura de ductos; desastres medioambientales por el incendio de pozos petroleros.

En Bolivia, la carretera que traspasará el Tipnis tiene trasfondo siniestro. No se vaya a creer que urge la conexión caminera entre Cochabamba y Beni. La una poco tiene de pampa de lagunas y mucho de erial de coca y cocaína; el otro ya tiene conexión fluvial -sin desarrollo pleno- al mercado de su carne. Incluso con tajada corrupta, existe tecnología que “rendiría” más que la carretera más cara del país: un puente elevado en China no es tan extenso como los Km afectados de área protegida, pero en dos trancos los cubriría. Multen a sindicatos de camioneros y grupos de buses de transporte si acaso botan bolsas plásticas con restos de grasoso pollo con papas fritas.

Hoy el campo está listo para la batalla entre “ismos” de moda: desarrollismo y conservacionismo.  Mi vaticinio es sombrío. ¿Qué significan indígenas caza-monos y selvas umbrías, si hay 90 mil millones de dólares en ingresos petroleros para los ecuatorianos?, diría Correa. El otrora pachamamista Evo habla de desarrollo, como si los primeros beneficiados de la destrucción del Tipnis no fueran sus bases cocaleras. Y los segundos, las petroleras que extraerán hidrocarburos en concesiones ya existentes.