La covid-19 se propaga entre los indígenas brasileños y amenaza a los pueblos aislados
En 1986, los hijos de Omama (el creador del mundo), que viven en el mayor territorio indígena de Brasil, la tierra yanomami, entre los Estados de Roraima y Amazonas, sufrieron la primera invasión de su casa. Entre ese año y 1990 se estima que el 20% de dicha población (1.800 personas) murió de enfermedades y violencias provocadas por 45.000 garimpeiros, los buscadores ilegales de piedras preciosas. Fue cuando conocieron “xawara”, palabra que denomina a las epidemias que trae el hombre blanco. Tres décadas después, una nueva xawara ha llegado a la Tierra Yanomami: la covid-19, que amenaza al 40% de este pueblo y avanza también entre otras etnias.
“Ya son 168 casos y estamos muy tristes con las primeras muertes de los yanomami. Nuestros chamanes están trabajando sin parar contra la xawara. Vamos a luchar y a resistir, pero necesitamos el apoyo del pueblo brasileño, porque al Gobierno no le importa la vida de los indígenas”, explica por teléfono Dário Kopenawa, hijo de uno de los chamanes más conocidos de toda la Amazonia, Davi Kopenawa.
Casi la mitad de los yanomami (13.889 personas) vive en comunidades que están a menos de cinco kilómetros de una mina ilegal, y los centros de salud que los atienden tienen limitaciones de infraestructura y de transporte de enfermos a otras regiones. “Son tres horas de avión para sacar a un indígena de ahí y llevarlo al hospital”, explica Dinaman Tuxá, uno de los coordinadores de la APIB (Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil). Un estudio del Instituto Socioambiental (ISA) y de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG) estima que, con los garimpeiros como principal vector de transmisión en el territorio, ese 40% de la población yanomami corre el riesgo de contraer la covid-19.
Según el recuento de asociaciones indigenistas, al menos 346 indígenas brasileños -entre ellos, cinco yanomami- ya han perdido la vida por el nuevo coronavirus, y el ritmo no hace más que acelerar. De acuerdo con el Comité Nacional por la Vida y Memoria Indígena, han sido 28 víctimas mortales en abril. Pero durante los primeros ocho días de junio esa cifra se triplicó, llegando hasta los 89 fallecimientos. Una de las pérdidas más recientes fue la de un bebé kalapalo de tan solo 45 días, el 13 de junio, que se convirtió en la primera muerte registrada entre los indígenas del Xingú, en el estado de Mato Grosso.
El Comité por la Vida y Memoria indígena, compuesto por diversas asociaciones, como la APIB, contabiliza 7.704 infectados de 103 pueblos diferentes. Sus cifras son mucho más altas que las oficiales del Ministerio de Salud, que registra 119 muertes y 4.235 casos confirmados. Los líderes indígenas aseguran que la primera muerte se produjo el 20 de marzo, pero el primer caso de infección registrado por el Gobierno tuvo lugar el 2 de abril. El Ministerio de Salud explica que la divergencia obedece a que solo computa como casos y fallecidos indígenas si viven en aldeas, excluyendo, por ejemplo, a los que viven en zonas urbanas.
Pero el nuevo coronavirus ya amenaza incluso a aquellos que habitan en los bosques más recónditos del país. En el Valle del Javari, extremo occidental del estado de Amazonas, se encuentra la mayor concentración del mundo de indígenas aislados-aquellos que viven sin contacto con otros grupos o no indígenas-. Son al menos 16 registros, de acuerdo con la FUNAI (Fundación Nacional del Indio). Allí aún viven cerca de 7.000 indios de reciente contacto, que se aproximaron hace tan solo 20 o 40 años, dependiendo del grupo. La covid-19 llegó a esa región el 4 de junio, después de que cuatro sanitarios dieran positivo y tuvieran que ser retirados apresuradamente de la aldea de São Luís. Un día después, las pruebas confirmaron que tres indígenas kanamari también estaban infectados.
“Es alarmante. Muchas familias huyeron de la aldea con sus hijos y no sabemos nada de ellos. Hay aldeas más arriba que han puesto barreras para que no entre nadie de fuera y para que nadie salga”, cuenta Higson Kanamari, líder local. Según él, entre el 9 y 10 de junio, se confirmaron 16 casos de covid-19 en dos aldeas vecinas. “Esto se está propagando muy rápido y no tenemos hospitales cerca de la aldea. Temo por los pueblos no contactados de la zona, que son más vulnerables si cabe”, lamenta.
Otro territorio que preocupa a los líderes con los que pudo hablar EL PAÍS es la Tierra Indígena del Parque de Tumucumaque, en la remota frontera de los Estados de Amapá y Pará con Surinam, donde viven 1.700 indígenas de seis pueblos, con al menos dos registros de comunidades no contactadas. Los líderes denuncian que los militares llevaron el nuevo coronavirus a la región, donde hay al menos 23 infectados, entre ellos una mujer embarazada de cinco meses que tuvo que ser trasladada en estado grave a Macapá. Los dos primeros casos fueron de indígenas que trabajan en una empresa subcontratada al servicio de 50 militares del Ejército y de la Fuerza Área Brasileña. En un comunicado, el Ministerio de Defensa dice que “no se puede afirmar con seguridad el origen del contagio en la región, pero es muy poco probable que lo hayan transmitido los militares”.
Para Dinaman Tuxá, de la APIB, la situación de los pueblos indígenas “es de vulnerabilidad inmunológica y política”. “En Brasil hay 174 territorios en los que viven pueblos no contactados. La Constitución brasileña determina que el Gobierno debe respetar el aislamiento de los pueblos indígenas, pero no es lo que ocurre”, lamenta.
La FUNAI informó, tras la publicación de este reportaje en la edición brasileña, que desde marzo “viene implementando una serie de medidas para el enfrentamiento a la covid-19 y la prevención del contagio del coronavirus entre la población indígena”, habiendo invertido 20,7 millones de reales (unos 4 millones dólares) en acciones de protección para los pueblos indígenas en el marco de la epidemia.
Las minas ilegales y la deforestación no hacen cuarentena
La triste novedad de la covid-19 llegó a los indígenas brasileños de la mano de dos viejos males conocidos: la deforestación y la extracción ilegal de piedras preciosas, que no dan tregua ni en tiempos de pandemia. Los líderes de diferentes etnias denuncian el aumento de invasiones incluso de pescadores y cazadores ilegales en sus territorios. “Están aprovechando el momento de la pandemia, en el que hay menos control si cabe, para invadir más nuestros territorios”, afirma Higson Kanamari, del valle del Javari.
La deforestación en las tierras indígenas aumentó un 63% en abril con respecto al mismo mes del año pasado, según el sistema de alertas del Instituto Nacional de Estudios Espaciales (INPE). Durante el primer cuatrimestre de 2020, el repunte fue del 55% en comparación con el mismo periodo del año anterior: de enero a abril, 1.319 hectáreas -el equivalente a 1.800 campos de fútbol- fueron destruidos. En una reunión ministerial del 22 de abril, difundida públicamente por orden judicial, el titular de Medio Ambiente, Ricardo Salles, defendió que el Gobierno aprovechase que la prensa está centrada en cubrir la pandemia para flexibilizar leyes medioambientales.
“Ese posicionamiento antiindígena viene de antes incluso de que este Gobierno llegara al poder. Están usando el coronavirus como instrumento de un genocidio y, al mismo tiempo, empleándolo para esconder el genocidio que ya estaba en marcha, con las minas ilegales, por ejemplo”, afirma Tuxá.
El coordinador de la APIB defiende la creación de un plan de emergencia para construir hospitales de campaña en territorios indígenas. “Además de otras estructuras adecuadas a nuestra realidad. En nuestra cultura no se puede vivir aislado cuando, en una maloca, conviven 16 personas. Hay comunidades que no tienen gel hidroalcohólico ni jabón; es obligación del Gobierno garantizárnoslo”, dice.
Mientras el poder público no se mueve, de norte a sur del país los líderes indígenas se comunican y se organizan para protegerse. “Estoy hablando con los caciques y pajés [chamanes] de todas partes para que hagamos nuestras propias barreras sanitarias en las aldeas. No me entristezco solo por los yanomami, sino por los parientes de todo Brasil. En este momento, todos hablamos la misma lengua”, dice Dário Kopenawa.